Cada día tengo emplear las palabras para ayudar a los demás. Al menos, esa es la idea. Si me conocieras, sabrías que me resulta gracioso que me encarguen hablar con sabiduría y erudición en los corazones de los suplicantes. Y es que soy un tipo de lo más normal. Me gusta ver el fútbol y jugar a las peleas con mis hijos. A veces pierdo los nervios y digo cosas que lamento o me olvido de decir mis oraciones. Hay días en que mi comportamiento me enorgullece y otros en los que me abochorna.
Soy corriente en todos los aspectos. Sin embargo, cada mañana me pongo mi sotana y mis vestiduras y me subo al altar para celebrar la misa [El autor es sacerdote anglicano acogido en la Iglesia católica en virtud de la Anglicanorum coetibus, n.d.E]. A medio camino, voy al púlpito y predico una homilía que debe inculcar una profunda reflexión espiritual en las mentes de un público cautivo.
La idea es que estas homilías sean simples pero también reflexivas, reconfortantes pero también desafiantes, veraces pero amables. Todo un reto. Lo hago lo mejor que puedo, pero sospecho que los resultados son mixtos, en el mejor de los casos.
Confiar en ti
Hay cierta cantidad de confianza obrando en la creación de una homilía. Tengo que confiar en que lo que digo tiene valor y que Dios lo usará para alentar e inspirar a las personas. Las palabras no brotan con facilidad y, claramente, hay días que dudo de mí mismo. Quizás es una reacción saludable, la de dudar. O al menos es saludable con moderación.
Me ayuda a mantener la honestidad y me hace considerar mis palabras cuidadosamente, sin asumir que sea lo que sea lo que diga será automáticamente profundo. Porque lo más probable es que no, razón por la cual mis homilías atraviesan un proceso de varios borradores. (Si la versión final te parece mediocre, ¡deberías haber visto la primera!).
Al menos con la escritura y las homilías tengo una oportunidad de repensar y reconfigurar mis palabras. ¿Qué hay de los padres ahí fuera que tienen que encontrar las palabras justas en el momento exacto para consolar a sus hijos cuando hay una crisis? ¿U ofrecerles consejos vitales con la frase precisa que afecte a su resorte interior? ¿Qué hay de todas las veces que un amigo te pidió consejo y no tenías ni idea de qué decir?
No puedes limitarte a encogerte de hombros, pero tampoco quieres decir algo inapropiado. Hace falta tener mucha confianza en uno mismo para responder en estas situaciones. Pero debemos responder. Después de todo, eso es lo que hacen los padres y lo que hacen los amigos.
El desafío de Santo Tomás de Aquino
Mientras aprendía a tener confianza en que era una persona adecuada para la tarea de predicar, recordé haber leído una historia sobre santo Tomás de Aquino que me abrió los ojos sobre lo penetrante que puede llegar a ser la baja autoestima y cómo superarla.
En la Europa del siglo XIII, Aquino se había hecho famoso por su inteligencia. Era admirado especialmente por su claridad en la enseñanza el complicado asunto de la Eucaristía.
Había una tensa controversia por entonces sobre cómo definir la Eucaristía; ¿era un mero símbolo? ¿El pan seguía siendo pan después de que el cura lo consagrara? ¿Qué significa decir que contiene la Presencia Real de Jesús? San Luis, rey de Francia, invitó a Aquino a la Universidad de París para ayudar a zanjar el debate que estaba teniendo lugar entre la facultad y los estudiantes.
Dicho de otra forma, la tarea que recaía sobre Aquino era decir algo tan increíblemente inspirador que convenciera a una multitud de personas a la que le encantaba discutir para que dejara de discutir.
Aunque era un hombre brillante, empezó a preocuparle que nada de lo que dijera pudiera ser lo bastante brillante como para convencerlos a todos. Era como intentar poner orden en una habitación llena de gatos o, supongo, en jerga medieval, como intentar que todos los ángeles bailaran al mismo tiempo en la cabeza del alfiler. Era un escenario que no propiciaba el éxito, así que las dudas de Aquino eran acuciantes.
Hazlo lo mejor que puedas y entrégaselo a Dios
Me encanta lo que hizo a continuación. Aunque dudaba de sí mismo, prosiguió y preparó sus pensamientos lo mejor que pudo y luego rezó y ayunó durante tres días. Cuando se sentaba en la capilla, colocaba su tratado escrito en torno a la Eucaristía sobre el altar, depositándolo simbólicamente en las manos de Dios. Más tarde, cuando presentó su argumentación en la Universidad, fue aceptada unánimemente.
Luego siguió escribiendo generosamente sobre una serie de complicados asuntos teológicos, pero me pregunto si su falta de confianza en sí mismo quedó superada definitivamente, ya que, años después, estaba rezando de nuevo en una capilla y Dios aprovechó la oportunidad para animarle. El crucifijo en la pared empezó a brillar intensamente. Jesús cobró vida y le habló, diciendo: “Has escrito bien sobre mí, Tomás; ¿qué deseas?”. Aquino rompió a llorar y respondió: “Nada fuera de ti, Señor”.
Todo el mundo tiene dificultades con las dudas, incluso las personas que nunca esperarías se vieran afectadas por falta de confianza. Las personas de éxito, inteligentes y respetadas tienen las mismas dudas que todos los demás. Todos nos preguntamos si somos lo bastante buenos, si hemos dicho lo correcto o si somos de verdad aptos para nuestras tareas diarias.
Se me ocurre que, si todos pensamos de la misma forma, entonces no hay ninguna presión, literalmente. El ejemplo de santo Tomás me parece una forma particularmente simple pero efectiva de lidiar con la baja autoestima: hacer las cosas lo mejor que podamos y luego entregarlas a Dios.
Otros consejos de Santo Tomás
El Padre Michael Rennier se graduó de Yale Divinity School y vive en St. Louis, Missouri con su esposa y 5 hijos. Es un sacerdote católico ordenado a través de la Disposición Pastoral para ex clérigos episcopales que fue creada por el Papa San Juan Pablo II. También es editor colaborador de Dappled Things, una revista dedicada a las artes visuales y escritas.