Revolución sexual, divorcio, conciliación laboral… las últimas décadas han supuesto profundos cambios en la institución familiar, lo que provoca en muchas un grave estrés adaptativo. ¿Cómo superarlos?Las familias, en las últimas seis décadas más o menos, están viviendo un cambio acelerado, que les exige repensar cómo deben afrontar esta presión. Y la primera reflexión es que estas familias de los países desarrollados no deben pensar, ni por un momento, que estos cambios que las hacen sufrir deben determinar su futuro.
Es un hecho que las consecuencias del cambio se pueden reorientar desde unas nuevas fortalezas familiares. Las familias que se lo propongan pueden superar los desafíos de este cambio.
La inestabilidad familiar se debe a un complejo proceso histórico de más de medio siglo. Son estructuras que ponen a las familias, a los matrimonios, a las parejas ante un reto que tiene un carácter global. Pero hay que formarse para gestionarlo. El ejemplo quizá más evidente es el cambio que ha supuesto para las familias la llegada de la mujer, masivamente desde los años ’80, al mercado laboral.
Los estudios académicos y la parentalidad positiva
Los estudios académicos (universidades, fundaciones, organizaciones supranacionales) cada vez ponen con más énfasis en evidencia que la familia presidida por una co-parentalidad y una parentalidad positivas está en el eje de las sociedades prósperas.
Pues bien, para que los países desarrollados alcancen los mejores estándares de vida deben lograr que sus familias, las familias concretas de cada uno de estos países, cumplan con sus funciones reproductivas y productivas, de cohesión social y de creación de solidaridades imprescindibles para el progreso socioeconómico de cualquier nación.
El objetivo es que cada uno de estos hogares logren incrementar en su seno el mejor capital humano, la mejor productividad, para poner solo un par de ejemplos. Estas familias deben serenamente conocer los retos del rol que encarnan en la base de cada país, de cada sociedad.
Y en este conocimiento ganar serenidad, distancia, resiliencia, fortalezas para afrontar su papel. Y la primera fortaleza es capacitarse como tales familias para no sentirse culpables y atadas a un destino inexorable. El hecho de que exista un exigente y agudo cambio familiar no significa que todas las familias estén predeterminadas por estas circunstancias.
Familias que salen adelante
Las familias pueden hacer frente a estos retos más allá del clima de derrotismo que embarga a muchas familias hoy. Ese es uno de los objetivos: des-culpabilizarse ante la dificultad pues su capacidad crece si alcanzan el sentido profundo de su cometido.
Deben ser pues familias con objetivos que crecen por dentro y evitan los golpes que genera una sociedad cada vez menos family friendly: menos inclinada en pensar en las familias. Los estados, el tercer sector, tienen su papel, pero el protagonismo está en cada familia. Y eso es así porque en los últimos 40 años se han configurado unos cambios económicos y laborales que han acabado repercutiendo en la estabilidad familiar.
Se hablaba más arriba de la llegada de la mujer, la madre, la esposa, al mundo laboral. Una llegada que es a la vez una conquista y un reto que también puede acabar en crisis. En esta dirección crece, entre muchas familias con dos asalariados, la necesidad de afinar mucho en la convergencia de los horarios de todos sus miembros con vistas a alcanzar lo que se denomina la conciliación de la vida laboral y familiar.
Esta conciliación es compleja y genera presión y las familias sufren y a menudo chocan pues suele estar en juego un conflicto entre el éxito de las carreras de los padres y el cuidado de los hijos. Y las familias derrotistas se enfrentan a este reto superadas por las circunstancias. Pero las familias sólidas en sus convicciones, audaces, afrontan este reto con recursos, armadas de objetivos que exigen dedicación. Y consecuentemente deben afinar mucho en los arreglos de conciliación con el esfuerzo de todos.
Cambio demográfico: Divorcio, cohabitación, fecundidad
Además, en las últimas décadas va creciendo el divorcio y la cohabitación. Si poco después de la Segunda Guerra Mundial la estabilidad familiar casi era la norma, a partir de los años ‘60 y ‘70 se produce un cambio cultural que hace más asequible el divorcio, y, paralelamente admite la cohabitación como una alternativa que ya no es recusada socialmente.
Paralelamente como consecuencia de las técnicas de contracepción van a nacer cada vez menos hijos y ante la creciente inseguridad y ruptura familiares comienzan a emerger las familias monoparentales, los hijos fuera del matrimonio y las parejas que no tienen hijos. La economía en los ’90 sigue dando bandazos y las familias y las parejas quedan desarmadas.
La vida cívica y las redes comunitarias decrecen. Si desde la II Guerra Mundial -y ya en los años ’50 y principios de los ’60- la gran preocupación de las familias era satisfacer las necesidades básicas de vivienda, salud, escolarización y seguridad social a menudo cubiertas por una solidaridad como primer valor (y a menudo un estado del bienestar sólido); desde los años ’80 y ’90 la clave (con un estado del bienestar que comienza a adelgazar) está en alcanzar casi únicamente el mejor trabajo o asegurar el mayor estatus posible ya individualmente.
Familias que decrecen en altruismo y crecen en carrerismo
El altruismo de décadas atrás (antes de los ’60) es sustituido por la persecución de la satisfacción individual, la autorrealización y los hijos son cada vez más objeto de una elección personal (hijos deseados) que de un compromiso ligado al amor de la pareja y su voluntad cumplir su papel social.
Si en los años ‘50 el niño era el centro de los desvelos de la familia, desde los años ’90, el centro pasa a ser la pareja y su autorrealización. La satisfacción romántica –a menudo utópica- es el eje. Pero este cambio no es un destino inevitable. Las prioridades de las familias sólidas, estables, focalizadas en objetivos altruistas aún puede ser el bien de todos sus miembros.
El divorcio no es el destino para la familia que se propone crecer por dentro. Entrados en el siglo XXI, las sociedades que en décadas anteriores compartían muchas creencias religiosas y confiaban en el estado, en las empresas que proporcionaban un trabajo para toda la vida, en estos inicios del tercer milenio se atomizan y crecen el pesimismo.
Caen las unanimidades religiosas, políticas, laborales y continúa creciendo una secularización que conduce a la desinstitucionalización de la familia, al rechazo de la autoridad (del estado, de la religión, de la escuela, de los propios padres) en el marco, además, de una auténtica revolución sexual.
Revolución sexual y el nuevo feminismo
Hablamos de una revolución sexual que rompe con el marco familiar y se suma al creciente auge del feminismo cuyas raíces se remontan a finales del siglo XIX y principios del siglo XX. Un feminismo que evoluciona desde una primera ola ligada al reconocimiento de la igualdad de los derechos políticos y sociales hacia una segunda ola, en los años ’60, que lucha por la igualdad de los salarios, la reivindicación del éxito profesional y la defensa de lo que se denomina en este planteamiento los “derechos reproductivos”.
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Existe una tercera ola que se consolida en los inicios del siglo XXI en la que predomina, sumadas las anteriores reivindicaciones, la “lucha contra el patriarcado” en el que señalan que las víctimas han sido secularmente las mujeres.
Ante este feminismo excluyente debe crecer un feminismo de la complementariedad. Necesitamos un feminismo constructivo. Las familias con objetivos deben evitar las modas y orientarse hacia el mejor feminismo, lejos de las luchas por el poder y los enfrentamientos en la pareja. Y las familias con objetivos deben elegir, más allá de las modas sociales, su concepción de la sexualidad que no es instrumental sino fecunda y abierta a la vida
Las últimas crisis
Además, la crisis financiera a principios del siglo XXI (2008) unida a la crisis de la pandemia de la Covid 19 que data de enero de 2020, suman: Una progresiva inequidad salarial, inseguridad laboral y unos nuevos empleos inestables desde cualquier punto de vista.
El trabajo es flexible, deficientemente remunerado, cambiante en horarios y exigencias, efímero y al mismo tiempo exigente en su desubicación y movilidad. Todo lógicamente mediado por un aumento del paro que entre otras razones se debe a la robotización que los expertos señalan que producirá nuevos empleos pero que ahora mismo solo los sustituye por máquinas.
La política debe responder a estos restos. Mientras las familias con objetivos no se derrumban en este angustioso momento. Las familias altruistas luchan y rezan y confían en Dios. Y se reconstruyen por dentro una y otra vez. Propongo un solo ejemplo entre muchos: son familias que además hacen los esfuerzos necesarios; y si es preciso, van a trabajar a una población pequeña, lejos de su lugar de origen, porque allí hay más trabajo y más paz.
El estrés y la paz
El resultado, si no se hace nada, es un estrés familiar grande en el que crecer el conflicto marital y de pareja, aumentan los divorcios y la monoparentalidad.
Si no se organiza el tiempo con exigencia y orden, las familias comienzan a disponer de cada vez menos tiempo para atender las necesidades de sus hijos. Sobre todo en el caso de los más pequeños.
Y si la robotización digital reduce empleos en la calle, también en el hogar la digitalización de la comunicación (de los smartphones y las redes sociales; de la TV y sus inagotables plataformas en streaming; hasta los videojuegos) acapara nuestra la atención; deshumanizando nuestras relaciones familiares horizontales (pareja y co-parentalidad) y verticales (padres-hijos parentalidad).
Unas interacciones muy necesarias cuando los niños tienen menos de 6 años y la vida de una familia es más agitada; y es más necesario afinar, en el diálogo sosegado, alcanzar arreglos que aseguran la conciliación laboral-familiar-personal. No todo está decidido. El estrés podría comenzar a ser resuelto superando la mala gestión del tiempo familiar.
Las pantallas deben disfrutarse con muchísima prudencia y la monitorización de todos: padres e hijos. Hay que crear una nueva cultura familiar sosegada, compartida, llena de satisfacciones, de cultura, de rutinas tradicionales que cohesionen el hogar. Lo contrario son los hogares caóticos. Proponemos una cultura familiar que se puede mancomunar con otras familias de un modo comunitario para crecer por dentro; y evitar el desasosiego mundano lleno de ruido y estrés. Hay que andar al paso de un Dios que todo lo ordena y restituye
Lecturas inspiradoras, pero también muy discutibles
Covey, Stephen (2014). Los 7 hábitos de las familias altamente efectivas. Madrid: Palabra.
Dreher, Rod. (2018). La opción benedictina. Una estrategia para los cristianos en una sociedad postcristiana. Madrid: Encuentro, 2018