Abrazos, palabras, paseos por la playa, un despertar en el lugar correcto, la canción que no olvido, la compañía de alguien querido, la carta abierta con nostalgia,… cuando has sentido el amor eterno, tienes fuerzas hasta el cieloHe vivido momentos de cielo en mi vida. Momentos en los que todo está en orden y hay paz en el alma. No necesito encontrar respuestas porque las preguntas no son relevantes.
He vivido momentos de cielo en la tierra. Hubiera querido que el tiempo no pasara. Recuerdo el olor de la escena, el aire cálido, la vista honda, y siento que puedo volver allí a revivirlo siempre que quiera, es tan nítido el recuerdo.
Esos momentos hacen la vida diferente, porque tocas el cielo y una parte de tu ser se queda prendida en las estrellas. Eso me ha pasado a mí en ocasiones. Y la melodía de ese canto que sentí dentro de mi alma se repite a veces sin yo decidirlo.
Son momentos de luz en medio de la noche. De paz en la guerra. Momentos de fiesta en medio de la tristeza. De calor en pleno invierno. Son momentos de brotes verdes en mitad del desierto. Y momentos de fuente en la sequedad de mi vida.
Recuerdo abrazos, palabras, paseos por la playa, luz del atardecer, la lluvia de una tarde, la canción que no olvido, la compañía de alguien querido, la carta abierta con nostalgia, la sentencia oída con gozo, el calor que me levantaba del frío, un despertar en el lugar correcto y un vivir la vida que soñaba…
Sí, son todos momentos especiales que recuerdo en medio de mis nostalgias y se abre el cielo.
El amor permanece, Jesús sigue conmigo
Y en esos momentos entiendo que de nada sirven las angustias del presente, y los miedos y los vacíos que me llenan de tristeza. Es tan corta la vida que no merece la pena perderla en nostalgias vanas. Comenta el padre José Kentenich:
“No raras veces encontramos también hoy en la vida que hay personas que son ricas pero que están totalmente insatisfechas en su interior. Es decir que los bienes no dan la felicidad”.
Entiendo que esos bienes que me angustian y quitan la paz hoy no son lo más importante de mi vida. No puedo poner en ellos la paz que busco.
Mis días se juegan en el sí alegre a lo que me toca vivir. Y al final lo que importa es vivir ese momento con paz, porque Jesús está conmigo.
Después de esos momentos que he deseado que no pasaran nunca, Jesús no desaparece: se queda conmigo. El presente siempre pasa y sigue presente al mismo tiempo. Jesús nunca se va, se queda conmigo para siempre.
Los momentos de cielo de mi historia me han hecho ser quien soy. Soy fruto de la paz de esos instantes de cielo cuando escucho y entiendo que soy amado. Soy más apto para la vida después de que un poco de la eternidad se me ha quedado prendida en el pecho.
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Mirando al cielo
Ya no puedo vivir como antes el presente. Estoy construyendo para la vida eterna. Y todas las preocupaciones de ahora son pasajeras.
Los miedos y sufrimientos pasan con el paso del tiempo. Pero el amor es eterno, es para el cielo. Porque está hecho de estrellas y de sueños. Y eso no acaba nunca, al contrario, me da fuerzas para la vida.
Sueño con el mar acariciando mis pies, en medio de mi playa. Y deseo que ese instante sea mi hogar en momentos de luchas, cuando tengo más miedo.
Sabré entonces que mi vida está tejida en el alma de Dios. Y me dice desde el cielo que me ama, que soy su predilecto. ¿De qué puedo tener miedo? De nada, porque el hombre no puede hacerme daño, ni el paso del tiempo.
Sigo soñando con las estrellas en mitad del invierno. Y no hay nada tan grave que pueda hacerme dudar de esa certeza, Dios me ama para siempre, de forma predilecta. Eso me basta y consuela y eleva mi alma hasta el cielo.
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