No es habitual que las obras de arte medievales tuvieran identificado su autor. La labor que monjes y religiosas ejercían en sus monasterios era por y para la gloria divina; no era importante de quién fuera la mano que copiara o iluminara los hermosos manuscritos que se realizaban en los muchos scriptoria que dieron a la Europa medieval una producción literaria y artística excepcional.
Sin embargo, algunos de estos artistas conventuales, por alguna razón que desconocemos, sí quisieron dejar su impronta. Unos lo hicieron simplemente plasmando su firma. Otros, de maneras mucho más originales. Tal es el caso de estas mujeres que ahora os presentamos. Religiosas que vivieron entre los siglo XII y el siglo XV.
De esta brillante monja alsaciana nos ha llegado una de las obras más hermosas e interesantes de la Edad Media. Su Hortus deliciarum (El Jardín de las delicias) aglutinó en cientos de páginas el saber científico recopilado por su comunidad de religiosas.
Desde la propia Herrada hasta sus hermanas que colaboraron en la creación del manuscrito fueron inmortalizadas en una de las muchas iluminaciones de la obra.
En la lámina que aparecen estas sabias religiosas, se sitúan a modo de orla, con sus nombres para que sean identificadas, destacando la propia Herrada que está pintada de cuerpo entero.
Contemporánea de Herrada de Landsberg, de esta monja alemana no se conoce prácticamente nada de su vida. Pero su nombre ha pasado a la historia por la original manera que tuvo de identificarse en uno de los muchos manuscritos que iluminó.
Religiosa de un convento alemán conocido como Weissfauen, Guda debió dedicar buen parte de su vida monástica a la iluminación de manuscritos. El más conocido de todos es la obra Homilías de San Bartolomé que, por la presencia de Guda en sus páginas también se conoce popularmente como El homiliario de Guda; hoy en día se conserva en la Biblioteca Nacional de Frankfurt.
Y es que en una de sus páginas aparece ella misma retratada como una mujer pequeña incrustada en una letra capitular, en una G. Guda sostiene con una mano la letra en la que aparece escrito: Guda, peccatrix mulier, scripsit et pinxit hunc librum (“Guda, pecadora, escribió e iluminó este libro”).
De Claricia no sabemos ni tan siquiera cuál era su origen ni en qué monasterio vivió ni en calidad de qué. Unos afirman que era una novicia, otros una mujer laica, pero lo único cierto es que debió pasar largas horas en el scriptorium de algún convento alemán realizando iluminaciones.
En una de ellas, que se conserva en el Museo de Arte Walters de Baltimore, en los Estados Unidos, Claricia se autorretrató columpiándose agarrada a una gran letra capitular, una Q, con su propio nombre escrito alrededor de sus hombros.
Ya en el periodo renacentista, encontramos a la monja agustina María Ormani, una religiosa italiana que en 1438 ingresó en el convento de Santa Caterina al Monte, cerca de Florencia.
Como sus antepasadas medievales, María Ormani dedicó parte de su vida conventual a la iluminación de manuscritos, dejando en uno de ellos, conocido como Breviarium cum calendario parthenonis ordinis s. Augustini in ditione Bononiensi, su autorretrato y su firma.
En esta obra, fechada en 1453 y custodiada en la actualidad en Viena, la monja italiana dejó escritas estas palabras que la identificaban como su autora: “Sierva de Dios, hija de Ormani y escritora del libro”.
Todas estas mujeres no solo nos legaron unas curiosas representaciones de su propia identidad, sino que demuestran que durante siglos, fueron muchas las religiosas que dedicaron parte de su vida a la iluminación de hermosos manuscritos, estando a la altura de los grandes conventos masculinos.