Cincuenta y seis pies por debajo de la superficie del Mar Mediterráneo, cerca de la ciudad de Portofino en la Riviera italiana, se encuentra una escultura de tamaño natural de Jesucristo, con los brazos extendidos hacia el cielo en una postura de invocación.
Un nadador que se encontrara con la escultura podría asumir que su presencia fue un feliz accidente: los restos de un naufragio que contenía arte litúrgico o una civilización perdida, tal vez.
Los turistas que van a bucear ya la conocen bien. Algunos, de hecho, vienen a ver la escultura para presentar sus respetos a aquellos que han perdido la vida mientras realizaban investigaciones bajo el mar.
La escultura submarina de Jesucristo debe su existencia al buzo Duilio Marcante, a quien se le ocurrió la idea de la estatua submarina mientras lamentaba la muerte de su colega, Dario Gonzatti, uno de los pioneros del buceo. Gonzatti murió durante una inmersión en ese lugar en 1947.
Como tributo a Gonzatti y a otros que han muerto en el mar, el escultor Guido Galletti creó una escultura de bronce. Fue colocada en el fondo del mar el 22 de agosto de 1954, y fue bendecida por el papa Pío XII, quien mandó un medallón con su efigie para poner en ella. Desde entonces, la escultura del "Cristo del Abismo" se ha vuelto el destino de buzos de todo el mundo.
Entre las varias réplicas de las esculturas del "Cristo del Abismo" que existen, se encuentra la de Key Largo, Florida, en el Parque Estatal John Pennekamp Coral Reef. Hecha con el mismo molde que la escultura original de Galletti, la versión de Florida también es un destino popular para los buzos.