En América Latina, de un tiempo a esta parte, se vienen produciendo estallidos de violencia que indican algo de fondo. Hay quienes intentan, seriamente y con método académico, indagar qué está pasando. Ya habíamos comentado que las universidades jesuitas hacen un buen esfuerzo. Pero hay muchos y muy reputados investigadores inmersos en el tema en nuestros distintos países.
Esta vez, conversamos para Aleteia con el rector de la Universidad Católica Andrés Bello de Caracas, el padre José Virtuoso, y con el politólogo Ángel Álvarez, a los fines de acompañar ese repaso por nuestros sistemas democráticos y determinar cuánto tienen de estables.
Buena parte de nuestros gobiernos se enfrenta a desafíos recurrentes en una historia convulsionada donde, necesariamente, hay que preguntarse si en verdad existe una crisis en nuestras democracias que conduce a un desencanto de los ciudadanos con el modelo y qué factores contribuyen a explicar lo que está ocurriendo.
El politólogo Ángel Álvarez recuerda: "Desde los años 80 coexisten en América Latina el mayor número de democracias electorales que la región ha visto a lo largo de toda su historia. Hay una situación sumamente paradójica pues hoy nos encontramos en medio de una crisis de lealtad, de apoyo a la democracia aunada a una enorme cantidad de problemas sociales y económicos que se expresan en protestas, salidas de presidentes, sin que haya, sin embargo, ruptura del orden constitucional, explícitamente llevadas a cabo por fuerzas antidemocráticas, como ocurrió típicamente en los años 60 y 70”.
La puesta a prueba
Durante el tiempo de pandemia, una investigación exploratoria, de carácter preliminar, abordó los riesgos políticos para América Latina en el 2021, habida cuenta de que, como expresó Marcelo Forni –abogado y político chileno- América Latina es de nuevo puesta prueba: “Inmersos en un clima de agitación social. Agravado por el incierto escenario económico mundial y la pandemia, los gobiernos se enfrentan a presiones por mayor gasto público y soluciones fáciles”. Eso es una alerta. Pero la otra cara de la moneda la muestra él mismo: “El populismo y la desconfianza en las instituciones, en especial, en la capacidad del Estado para atender las demandas ciudadanas comienzan a debilitar el Estado de Derecho y a constituirse en un riesgo para la democracia”.
El trabajo mencionado–que involucró a 9 países, 15 universidades y 45 investigadores- que comparó las realidades de cada país y el momento que viven sus sistemas políticos, de una manera general, aporta evidencias de que en la región predomina el descontento democrático y que varios países enfrentan crisis en el desempeño de las instituciones de gobierno popular.
Colgando del balcón democrático
Ciertamente, durante las últimas décadas del siglo XX se registraron niveles de democracia nunca vistos. Muchos países eran modelos de libertades y parecían encaminarse hacia una consolidación de sus sistemas políticos. No obstante, hacia finales de los años 80 ya se percibían señales de un deterioro que hoy ha cobrado la vida democrática de varias naciones sumiéndolas en auténticos autoritarismos y reales dictaduras. Otras, están en serio riesgo de caer del balcón democrático.
Álvarez, quien estuvo en la coordinación de la investigación, apunta: “Los altos niveles de democratización de América Latina, con la excepción de Cuba, permitieron democracias electorales competitivas por más de 40 años. Observamos , sin embargo, que estos regímenes coexisten con enormes desigualdades socioeconómicas, con una profunda inequidad en la distribución del ingreso. Somos la región más desigual del planeta, lo cual no quiere decir que sea la región con más pobreza. Hay otras, como África donde la pobreza es mayor. Pero en ninguna otra como en este continente hay una brecha tan grande entre quienes reciben la mayor parte del ingreso nacional –que es una minoría- y el resto que vive en condiciones de pobreza”.
Impresionante es, también, la desigualdad de oportunidades en el acceso a la educación, a los servicios públicos y a la seguridad personal. La criminalidad, sobre todo la organizada, es un asunto muy grueso que pone hoy en riesgo a toda la población, a los gobiernos y a la institucionalidad. Álvarez insiste: “Hay democracias como nunca antes en la región pero, al mismo tiempo, ellas tienen problemas de gran calado”.
Continente complejo
A través de una clasificación de los tipos de democracias vigentes en el continente, se anotaron uno de los grandes aciertos. “Logramos establecer –dice el rector – una tipología que distingue entre democracias fallidas, resiliencia democrática, deficientes, impopulares y aquellas que se hallan en el límite”.
El objetivo era generar una suerte de diferenciación atendiendo a que América Latina es diversa, es compleja, así que hablar en términos de una sola categoría no hace justicia a cada cuadro de problemas.
En nuestro continente se nota de muchas maneras la ausencia de democracia. Por sólo citar uno de esos momentos, recordamos el momento electoral. Basta observar lo que ocurre en Venezuela donde los organismos públicos y poderes están al servicio del Ejecutivo y el ciudadano vota pero no elige; baste ver hacia Nicaragua, donde Ortega encarceló, uno a uno, a sus oponentes en la justa. Son casos de un descaro tal que cualquiera puede concluir que allí no hay “ausencia” o déficit democrático sino falta absoluta.
Democracias fallidas
“Nos referimos a democracia fallidas –dice Virtuoso- cuando constatamos que hay algunas que se llaman democracias pero no lo son. Es el caso de Nicaragua y Venezuela. Son extremos típicos pues sus instituciones no califican como democráticas. Incluso en los indicadores más básicos como el sistema electoral, pues no es competitivo, no hay posibilidades de control y veeduría social de los procesos, no hay libertad de competencia ni derechos políticos. Ninguno de esos dos países presentan mecanismos que uno pueda considerar democráticos. Sin embargo, los venezolanos y nicaragüenses desean y apoyan que se instaure una verdadera democracia. Esto indica que, como sistema ideal la democracia goza de indiscutible respaldo en la población”.
Es obvio que la gente quiere la democracia pero está muy consciente de que lo que tienen no lo es. Justamente por la falta de democracia, la aspiración a ella se evidencia y asciende en las prioridades de las poblaciones. “Lo indica claramente la insatisfacción que se percibe –puntualiza- y el anhelo de que todo cambie”.
El peligro al acecho
Pero hay un riesgo. Toda esa frustración causada por la insatisfacción, sumada a la rémora caudillista que arrastran nuestros países, hace correr el riesgo de caer en la nostalgia por los regímenes de fuerza, por el gendarme necesario, a lo que el padre rector afirma: “El gran peligro que subyace ante la expectativa de democracia plena no traducida en realidad, es el desencanto, la desilusión, incluso con esa valoración. La gente puede conformarse con que le resuelvan sus problemas, con quien le ofrezca una vida mejor, cierto progreso económico, estabilidad, seguridad, paz y convivencia; y si eso lo hace alguien por otras vías que no son democráticas, pues siente que aún vale la pena. Es un riesgo, algo que no sólo puede darse sino que, de hecho, ya se percibe en algunos de nuestros países”.
Y por esa grieta se cuelan los autoritarismos, por la desilusión, la falta de expectativas ciertas, el no ver la luz al final del túnel. Sobre todo cuando el liderazgo tampoco parece ver eso y promueve acciones que no conectan con esa desilusión, con las reales demandas de la sociedad, sino que podría decirse que las ignoran en beneficio de otras prioridades. Todo ello acentúa el peligro.
Resiliencia democrática
Los casos típicos son Argentina y Chile, países que han estado sometidos a muchas tensiones sociales, políticas y económicas, sin embargo, persisten posibilidades en las instituciones políticas de resolver, por métodos democráticos, los problemas. Se mantienen sistemas de justicia que aún funcionan. “Por ejemplo, Chile, descontento y todo, se activó el mecanismo constituyente y ganaron quienes adversan a los factores políticos tradicionales y hasta ahora, sin mayores traumas, han logrado encontrar el cauce y la viabilidad para enrumbar al país por los rieles democráticos. En Argentina también esto es notorio, lo cual es buena noticia y habla claro de instituciones políticas democráticas sólidas que permiten responder a las coyunturas”. En Venezuela, hoy, eso sería imposible.
Democracias deficientes
Funcionan como democracias pero sus deficiencias son indiscutibles. “Aquí ubicamos el caso de México –explica- , donde las instituciones funcionan pero el descontento es público, notorio y creciente con el desempeño de esa democracia. Hay ciclos, de repente, donde esa valoración mejora pero la gente básicamente se encuentra profundamente insatisfecha con la manera como esa democracia está funcionando, sin respuestas a sus expectativas”.
Democracias impopulares
El caso típico es Brasil, una democracia sin pueblo. “Las instituciones políticas funcionan, funciona el impeachment, la posibilidad del relevo de un presidente por otro, funcionan los tribunales pero la valoración del sistema por parte de la población es muy baja. Por eso las llamamos democracias sin pueblo pues la opinión que tiene el pueblo sobre ellas es muy negativa”.
Democracias en el límite
Ecuador, Bolivia y Colombia encajan en este concepto. “Efectivamente, las instituciones políticas han funcionado y podemos hablar de elementos estructuralmente democráticos, pero los conflictos se hacen insolubles, existe mucha polarización y confrontación lo que lleva a la gente a entender que el sistema no es capaz de dar respuesta a sus demandas”, terminó diciendo.
En líneas generales, las conclusiones son claras. Hay crisis y descontento, desencanto con la democracia, lo que han caracterizado de distinto modo, de acuerdo a las especificidades de cada país. Lo que sí es impostergable, en todos, es sanar la democracia en América. Un camino que hay que transitar para responder a los exigentes desafíos que vive la región.