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La (extrema) generosidad que Jesús propone

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Carlos Padilla Esteban - publicado el 07/11/21
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Que dé hasta que me duela, que no me reserve, que no me guarde pensando en las siguientes batallas, que lo dé todo en la lucha diaria

Jesús se fija en una viuda que da su limosna. Está sentado en el templo y observa lo que la mayoría de los creyentes deja como ofrenda:

En ocasiones puedo valorar más al que más da. Y normalmente es porque es el que más tiene.

Muchos dan mucho y Jesús los mira. No los juzga, no los critica. Valora lo mucho que dan. Porque es muy valioso que el que mucho tiene pueda dar mucho.

Los ricos que son generosos son un testimonio, un ejemplo. Porque a veces el que mucho tiene es el que menos da.

Guardar por si acaso

Se lo guarda todo y por eso conserva lo que ha ganado, no lo pierde. Esa mentalidad es la que Jesús sí condena, cuando me guardo mis talentos, mis dones, lo que Dios ha hecho crecer entre mis manos.

No es evidente ser generoso con lo que tengo, sea mucho o poco. No por tener suficiente para mí y para los míos lo entrego.

Tengo miedo a perder, a que vengan tiempos más difíciles. Y me asusto, no confío y guardo para tener más.

Busco siempre mi interés y no miro a quien le falta. No me preocupa.

Un necesitado ayudando, modelo para Jesús

Y entonces, ante los ojos de Jesús, aparece una viuda. Las viudas son sobrevivientes. Tienen que salir adelante en la vida en situaciones muy adversas.

Necesitan ayuda para vivir con tranquilidad. Viven de la caridad de la sociedad que las contempla con misericordia. Están solas y necesitan ayuda.

María también se quedó viuda. José murió antes. Una viuda en Israel necesita de la ayuda de su prójimo.

Pero en este caso la viuda no pide ayuda, sino que la da. Entrega su ofrenda generosa en el templo.

Da, no lo que le sobra, sino lo que incluso le falta. Quizás ofrece lo que tenía para vivir. Y Jesús se asombra.

Ella ha echado todo lo que tenía. Jesús no lo deja pasar. Destaca su generosidad y años después los evangelistas lo recuerdan.

Esas palabras quedaron grabadas en el corazón de sus discípulos. Había entregado todo lo que tenía y por eso era digna de admiración.

Darlo todo sin calcular, sin miedo

Yo me guardo las cosas. Siento una honda inseguridad. No quiero perder nada de lo que ahora poseo. No quiero depender de otros, sólo de mí mismo.

Esa inseguridad me vuelve desconfiado y receloso. No me dejo regalar y no regalo, no doy.

Quizás sí doy lo que me sobra, pero no lo que me hace falta para vivir. No estoy dispuesto a ser tan generoso con mi vida. Sólo doy lo que no necesito.

Esa generosidad extrema es la que Jesús me pide. Que dé hasta que me duela. Que no me reserve, que no me guarde pensando en las siguientes batallas.

Que lo dé todo en la lucha diaria por vivir. Que no viva haciendo cuentas a ver cuánto puedo arriesgar.

La vida es exigente. Pero no tengo que vivir con miedo al vacío, al abandono, al desprecio.

Siempre habrá alguien a quien pueda acompañar

Incluso cuando parece que todo puede salir mal, me levanto y sigo luchando y acompañando al que no tiene, a aquel al que le falta más que a mí.

Siempre habrá una viuda, alguien más débil que yo, al que pueda ayudar, socorrer, acompañar. Siempre alguien tendrá un dolor más hondo.

Esa mirada amplia y abierta hace que deje de pensar en mí. Dejo de mirarme continuamente, dejo de pensar en mi dolor, en mi enfermedad, en mi pérdida.

Y pienso en lo que el otro necesita. Entonces puedo darle mi tiempo, mi vida, mi alegría, mi dinero, lo que me hace falta a mí mismo para vivir.

La misma comida que tengo preparada para sobrevivir, como la viuda que socorre al profeta Elías.

Dios paga con creces

Cuando soy generoso con lo mío Dios no se deja ganar en generosidad. Eso me alegra el corazón.

Cuando entrego mi tiempo recibo cien veces más. El alma se queda en paz mirando hacia delante. Dios tiene mucho más reservado para mí. El corazón se alegra confiado.

Cuando soy egoísta y mezquino me cierro a la gracia de Dios y también cierro mi alma a los que me piden ayuda. Paso de largo ante ellos. Y no les doy ni siquiera lo que me sobra.

Hoy Jesús me invita a ser generoso hasta el extremo. A no medir. A dar sin esperar recibir nada a cambio.

Vacío mi alma esperando que sólo Dios la llene. Él es más generoso y me ama mucho más de lo que yo haya podido amar nunca.

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