Cada 22 de noviembre la Iglesia conmemora a Santa Cecilia, patrona de la música, así nombrada por Gregorio XIII en 1594. Por ello la misma fecha es universalmente considerada el “día de la música”. No es de extrañar, por tanto, que numerosos compositores hayan creado obras en honor a esta particular santa romana, virgen y mártir.
Acaso una de las más célebres sea la Misa solemne de Santa Cecilia en Sol mayor, para solistas, coro, órgano y orquesta, compuesta por el compositor francés Charles Gounod y estrenada el 22 de noviembre de 1855 en la iglesia de San Eustaquio (París).
La obra fue compuesta en la residencia de verano del compositor en Avranches ese mismo año, aunque el autor la fue ampliando y revisando hasta 1874
A diferencia de sus primeras misas, la Misa solemne de Santa Cecilia cuenta con un estilo más operístico y también se toma algunas libertades respecto al texto litúrgico oficial (en el Agnus Dei en particular).
Compartimos aquí un breve análisis de sus partes.
Kyrie:
La obra comienza con las cuerdas y vientos presentando el tema al unísono para prontamente pasar a la armonía. La misma dinámica se repite con la entrada de las voces: primeramente cantan las sopranos y luego las demás voces. La pieza es un permanente diálogo (entre sopranos y tenores, entre el coro y los solistas), con especial fuerza de matices durante el Christe eleison e incluso con compases a capella.
Gloria:
La pieza, al contrario de lo habitual, tiene un comienzo bastante tranquilo y reflexivo, sin demasiada pompa, donde se destaca el corno y el harpa luego del acorde inicial. La soprano tiene a su cargo el primer canto del Gloria, del que se hace eco el coro. La pompa sí se hace manifiesta a partir del “Laudamus te…” donde vuelve a repetirse el diálogo entre coro y solistas. El ritmo cambia nuevamente cuando el texto hace referencia al Hijo (a cargo primero de los solistas masculinos) aunque la súplica universal “miserere nobis” ya es acompañada por el coro entero. La pieza retoma la pompa a partir del “Tu solum sanctus…” hasta el final.
Credo:
Un comienzo casi marcial (Moderato molto maestoso) con protagonismo de los metales introduce la confesión de fe que está, en principio, a cargo del coro (repitiendo el recurso del unísono). Las voces se independizan recién al referirse a la encarnación del Verbo, donde también se suman los solistas. Los fragmentos dedicados a la pasión y resurrección adquieren un tono más operístico y se mantiene el carácter enérgico hasta la mención de la esperanza en la resurrección de los cuerpos (con un bello juego de voces en ascenso de parte del coro) y la referencia a la vida eterna (angelicalmente acompañado por el arpegiado del harpa).
Offertorium:
Se trata de una pieza enteramente musical de poco más de tres minutos cuya conmovedora belleza verdaderamente invita al orante a “ofrecerse” a Dios y depositar en su poder tranfigurador toda la confianza.
Sanctus:
Una vez más, el compositor comienza dejando en claro el acorde, que en este caso es Fa Mayor. El tenor solista entona el canto inicial que será luego reversionado por el coro, lo cual se repetirá con el “pleni sunt coeli…”, aunque aquí el coro girará hacia un fraseo distinto, acompañado por pizzicatos, para luego sí retomar apoteósicamente el tema original.
Benedictus:
En tonalidad mayor como todas las piezas de la misa, en este caso en Si bemol, el adagio comienza con el canto de la soprano para dar luego entrada al coro. Se trata de una partitura profundamente meditativa. Finaliza con un majestuoso y breve “Hosanna in excelsis”.
Agnus Dei:
Un andante moderato en Re Mayor (misma tonalidad que había utilizado en el Gloria) y en compás de 12/8, el Cordero de Dios tiene más dinámica de lo que habitualmente suele tener la música que acompaña este texto. En esta pieza además el autor se ha tomado la libertad, como hemos anticipado, de introducir texto por fuera del canon litúrgico. Entre el primer y segundo “Agnus” el tenor canta “Señor, yo no soy digno de que entres en mi morada, más di una sola palabra y mi alma será salvada” y luego lo hará también la soprano entre el segundo y el tercer “Agnus”.
Domine Salvum:
Se trata de un añadido especial del autor. El texto reza: “¡Oh, Señor! Salva a nuestro emperador Napoleón y atiende por siempre nuestras súplicas” y se repite en tres ocasiones (la primera de ellas a capella, la segunda con un ritmo más marcial, la tercera con la majestuosidad idónea para dar cierre a la obra). La referencia al emperador Napoleón III fue luego cambiada a “Domine salva fac Republicam” (Señor, salva a tu pueblo, o bien salva a la República).
Compartimos la versión del coro y la orquesta de RTVE bajo la dirección de Jesús Lopez Cobos.