“Aquí se narra (Nican mopohua), se ordena, cómo hace poco, milagrosamente, se apareció la perfecta Virgen Santa María Madre de Dios, nuestra Reina, allá en el Tepeyac, de renombre Guadalupe. Primero se hizo ver de un indito, su nombre Juan Diego; y después se apareció su Preciosa Imagen delante del reciente obispo don fray Juan de Zumárraga…”.
Este es el comienzo del hermoso relato de las apariciones de la Virgen de Guadalupe al indígena mexicano Juan Diego Cuauhtlatoatzin ocurridas del 9 al 12 de diciembre de 1531; apenas diez años después de la caída de la gran Tenochtitlán. Con ella dio inicio la colonia española en el territorio que ahora ocupa México, parte sustancial de Estados Unidos y América Central.
Un poco más adelante, el Nican Mopohua dice:
Un tal Valeriano
Es un relato largo, maravilloso, involucra tanto las apariciones como los diálogos entre la Virgen y Juan Diego; así como las diferentes peripecias que éste tuvo que pasar para llegar hasta el obispo Zumárraga y dejar caer las rosas que fue a cortar (¡en diciembre!) en el cerro del Tepeyac. Mismas que "pintaron" la venerada imagen de millones de seres humanos en el ayate o tilma que llevaba Juan Diego ese 12 de diciembre.
Para muchos, el Nican Mopohua es el texto fundacional de México. Sin embargo, muy pocos conocen quién fue el escritor de este texto. La memoria histórica exige que, a 490 años de las apariciones, sepamos algo de Antonio Valeriano; era el "principal y más sabio" de los alumnos indígenas que estudiaron en el Imperial Colegio de Santa Cruz de Tlatelolco (del cual fue después maestro).
Valeriano nació, probablemente, en Azcapotzalco, hacia el año de 1522, y murió ahí mismo en 1605. Fue un sabio noble y letrado nahua, gobernante de la parcialidad indígena de México-Tenochtitlan.
El rector de la Real y Pontificia Universidad de México, el doctor Francisco Cervantes de Salazar, escribió en uno de sus célebres Diálogos Latinos (1554) que Valeriano
Dominaba a la perfección el náhuatl, el latín y el español, por lo que fue de gran ayuda para que Fray Bernardino de Sahagún (1499-1590) completara su Historia General de las Cosas de Nueva España. También fue informante y colaborador de Fray Andrés de Olmos; y enseñó el náhuatl a Fray Juan de Torquemada para que este escribiera su monumental Monarquía Indiana.
Entierro con honores
Se casó con Isabel Huanitzin, descendiente del linaje real tenochca y hermana del historiador Hernando de Alvarado Tezozómoc. Debió tener descendencia, porque en 1620 su nieto, llamado Antonio Valeriano "el joven", fue también gobernador de Azcapotzalco. Y eso porque de 1573 a 1599, Valeriano fue gobernador de la parcialidad indígena del propio Azcapotzalco.
Cuando asumió el cargo en 1573, la población indígena residente en la ciudad, era todavía mayor que la población de españoles, mestizos o negros.
Varias fuentes y el minucioso trabajo de historiadores modernos, como Miguel León-Portilla o Edmundo O’Gorman, así como el testimonio directo del sabio novohispano don Carlos de Sigüenza y Góngora, atribuyen, con certeza histórica y filológica, la autoría del Nican Mopohua a Valeriano.
Éste fue enterrado en el convento de San Francisco (en la Capilla de San José) de la Ciudad de México; en el mismo sitio que su insigne maestro Fray Bernardino de Sahagún y tantos otros misioneros franciscanos que dejaron su vida en la evangelización de México.
En su entierro, dice Fray Juan de Torquemada,
Herencia
Al final de la mejor biografía que de este gran mexicano se ha escrito hasta el día de hoy, incluso de la que, en el siglo XVIII le dedicara don Juan José Eguiara y Eguren; biografía con la que se abre el libro Vidas Mexicanas. Diez Biografías para Entender a México (FCE, 2015 pp. 35-64), don Miguel León-Portilla escribe:
Valeriano, estudioso y funcionario público, dejó una valiosa herencia de cultura. Gracias a él se salvaron antiguas composiciones en náhuatl y Bernardino de Sahagún pudo llevar a cabo sus investigaciones. Las obras de su creación personal, entre ellas de modo muy especial el Nican Mopohua, son, como lo dejó dicho Horacio (al que sin duda él leyó) monumentum aere perennius: “monumento más duradero que el bronce”.