San Romedio fue un ermitaño que vivió en el siglo IV. Nació en Thaur (Austria), pertenecía a una familia muy adinerada de la zona.
Con dos amigos Abraham y David, deciden de dirigirse a Roma en peregrinaje para visitar las tumbas de san Pedro y san Pablo. Los amigos tuvieron la oportunidad de ser recibidos por el Papa.
En el largo trayecto de vuelta a casa, conocen al obispo de Trento, Vigilio. Se detienen en Val di Non, y se encuentran con el fuerte testimonio de sus mártires.
Este hecho lleva a Romedio a meditar profundamente, y decide dejarle todos sus bienes al obispo Vigilio para la asistencia de los más necesitados.
En el bosque, cerca del lugar del martirio de los santos anunianos, encuentra refugio en una gruta a lo alto de un pequeño monte de 99 metros de altura.
Con el permiso del obispo se retira en aquella gruta para dedicarse completamente a la vida espiritual, junto a sus dos amigos, hasta el fin de sus días; dando consuelo a todos los pobladores que acudían a él, por su fama de santidad.
El santuario del monte san Romedio
Más tarde el monte toma su nombre, y la gruta se convierte en el impresionante santuario, que es hoy.
Un maravilloso complejo de seis pequeñas iglesias conectadas entre sí, que surgen desde dentro de la roca.
La historia de san Romedio y el oso
En todas las imágenes que representan a san Romedio, se lo ve al lado de un oso, o que lo lleva como un perro atado con una correa, esto es por una leyenda muy particular ligada a su vida.
Cuenta que un día Romedio decide visitar al obispo Vigilio, para esto pide a su amigo David que prepare el caballo para el viaje.
David, va a buscar el caballo y se encuentra con una escena horrorosa, un oso gigante se lo estaba comiendo.
Inmediatamente corre asustado hasta Romedio, que tranquilamente le dice: "entonces, ve y pon la cabalgadura al oso". Sorprendido, el amigo obedece y pone la montura al oso, que se deja con total mansedumbre.
Cuando Romedio se presenta ante el oso le dice:
El oso, estuvo a su lado por siempre, como un fiel corderito, escuchaba misa, y cuando el santo se sentaba a la mesa, el oso se acobijaba a sus pies.