No es extraño leer titulares en los medios de comunicación en los que se habla de cómo nos está afectando la pandemia a nuestra salud, tanto física como mental. En los últimos meses se está hablando mucho de la importancia en el cuidado de la salud mental.
Cuando hablamos de salud mental abrimos un amplio abanico de patologías o enfermedades que nos afectan en nuestra manera de comportarnos internamente y con los demás. Pero hay ocasiones en las que el ser humano puede vivir de manera inadecuada como persona, eligiendo falsos caminos para realizarse o plenificarse. Es decir, la persona puede sucumbir (muchas veces sin ser consciente) ante sus sentimientos, impulsos irracionales o debilidades. Así desarrolla una infirmidad (que no es una patología ni una enfermedad) sino una forma inadecuada de vivir como persona, pero con consecuencias o manifestaciones tanto en lo biológico como en lo psicológico.
Por eso, una adecuada detección y diagnóstico es clave a la hora de cuidar nuestra salud mental.
Cada vez más personas recurren a los fármacos para afrontar el estrés, la incertidumbre, la ansiedad o depresión, provocados por circunstancias que no saben o no pueden manejar. Ni que decir tiene la incertidumbre que a todos nos ha generado la epidemia del coronavirus.
Si bien el tratamiento farmacológico es necesario en muchos casos tras el diagnóstico, también lo es el acompañamiento terapéutico, como elemento sanador de la persona. Esto se debe a que el terapeuta ahonda en la razón de esas sensaciones. Centra la causa para, en la verdad, modificar conductas y crecer hacia la plenitud como persona.
Es en ese acompañamiento donde se permite a la persona redescubrir su verdadera identidad y su sentido en la vida, en su crecimiento y realización.
No solo fármacos
Es cierto que muchas veces el tratamiento farmacológico ayuda, tanto para la ansiedad como para la depresión. Pero también es verdad que un buen acompañamiento es tanto más eficaz que la química, siempre y cuando se detecte la causa y esta sea una causa psicológica con efectos tanto físicos como psicológicos.
Ambas disciplinas son complementarias y de gran ayuda en la sanación no sólo de la enfermedad sino de la infirmidad. Es la persona la que en ese proceso de sanación ha de tomar conciencia de que es persona y que tiene valor por sí misma.
Qué supone el acompañamiento sanador
Cuando hablamos de acompañamiento terapéutico, me estoy refiriendo no sólo a una ayuda profesional, que por supuesto, sino a un acompañamiento sanador de la persona. Estará adaptado a las necesidades concretas que cada uno tenga y que podrá materializarse entre otras muchas formas:
(Puede profundizarse en este tema leyendo el número 204 de Amoris Laetitia )
Porque es en ese compartir, donde la persona que pide ayuda y se abre, es capaz de aliviar su malestar a través de ese encuentro verdadero con el terapeuta o el amigo.
Muchas veces será necesario acudir a un especialista (psicólogo, coach, orientador o mediador). Este, dotado de una serie de actitudes, competencias y habilidades, acompañará en la tarea terapéutica. Para ello no existen recetas, sino un "caminar-junto-a" en ese encuentro personalísimo con el acompañado. Así facilitará esa ayuda adecuada que vaya provocando un proceso de crecimiento interior que sane a la persona.
Otras veces, ya hemos dicho, serán necesarios los fármacos como herramienta facilitadora del cambio, pero siempre como complemento a esa tarea terapéutica con otros profesionales, de modo que esa sanación se pueda realizar mediante la puesta en marcha de unos mecanismos concretos que permitan a la persona seguir creciendo en esa nueva circunstancia, de aceptarse como es y afrontar la realidad, aún cuando exista enfermedad.