"Si nos amamos unos a otros, Dios permanece en nosotros y su amor ha llegado en nosotros a su plenitud".
Todos buscan un propósito, una pertenencia y el amor. Queremos sentir arraigo, tener un propósito que nos motive y guíe, “para amar y para ser amados”, como decía Alberto Hurtado, ese extraordinario santo chileno al que tanto admiro.
Anhelamos descubrir la plenitud del amor. Pero nos cuesta porque olvidamos lo fundamental.
Encontrar lo que buscabas
Hace poco leí estas palabras que me dejaron admirado: “el amor es Dios”, en pocas palabras, Dios es amor.
Es Él a quien has estado buscando sin darte cuenta. Cuando lo descubres, ese amor llenará todas tus expectativas y ya no desearás otro amor, ni buscarás más.
Hallaste en Dios el tesoro tras el cual estuviste toda tu vida. Y te das cuenta de pronto de lo que tanto buscabas: saberte amado desde una eternidad, tener la certeza de que no estás por casualidad en este mundo, que siempre estuvo al alcance de tu mano, ante ti.
Por que es tanto su amor, que se desborda, no cabe en tu alma. Y sientes anhelos de eternidad, de amar y perdonar a todos.
Un tesoro que no se puede contener
Muchos antes de ti estuvieron tras este tesoro incalculable que los llenaría y le daría un propósito maravilloso a sus vidas.
Por ejemplo, recuerdo una joven que decidió dedicar su vida a Dios. 20 años después la encontré a la salida de una misa y le pregunté qué tal le iba.
Me sonrió ilusionada: “Vivo enamorada de Dios. Volvería a elegir este camino mil veces más”.
He descubierto el amor eterno y no puedo más que compartirlo contigo, hablar de Él a cuantos pueda y de una maravillosa eternidad que nos tiene prometida.
Incluso los apóstoles lo mencionaron cuando decían:
Y a todo el que descubre ese gran amor le ocurre igual: habla emocionado de lo que ha visto y descubierto, como un enamorado que siempre habla de su amor. Ese es el principal motivo por el que escribo esos artículos en Aleteia.
La sabiduría de san Agustín
El gran san Agustín fue uno de ellos. Buscaba los placeres de este mundo hasta que se encontró con Dios. Ya nada más le satisfacía. Y se dio cuenta que Dios lo llenaba todo.
Escribió en sus Confesiones estas famosas palabras que han trascendido hasta nuestros tiempos.