Es injusto que alguien pueda sentirse culpable por haber sobrevivido a una desgracia.
¿Por qué me voy a sentir culpable por salir vivo de un accidente, de una guerra, de un trauma? ¿Qué culpa tiene mi supervivencia?
Sí, no tiene sentido, pero sucede. El alma es así. Al que ha superado una enfermedad le gustaría que los demás, los otros enfermos que ha conocido también estuvieran sanos.
Síndrome postraumático
Es como si se sintiera culpable por haber sobrevivido él antes que otros. Es un síndrome postraumático. Como si estuviera mal haber sobrevivido a la muerte.
Otros no han tenido tanta suerte y no lo han conseguido, yo sí. Siempre en las estadísticas algunos viven y otros se quedan por el camino. Son sólo estadísticas, sólo cifras.
Pero luego cuando esos números tienen nombre y rostro todo cambia. La profesora Nancy Sherman comenta:
¿Por qué sigo vivo yo y no todos los demás que sufrieron lo mismo que yo? ¿O por qué yo quedo en el porcentaje de los vivos y no paso a integrar el de los muertos? ¿Por qué yo sí y otros no? ¿Qué diferencia hay?
Compasión
Son preguntas sin respuesta que me pueden atormentar. Detrás está el sentimiento humano de la compasión.
El dolor por la muerte de los que no salieron adelante es lo más humano que tengo, lo más valioso.
Me duele su partida y me alegra mi vida. Pero sigue habiendo detrás de todo lo que siento una culpa intangible, un velo de tristeza lo cubre.
Es como una neblina que oscurece el ánimo. Ya no es tan valioso seguir viviendo cuando muchos no pueden hacerlo.
La culpa es el sentimiento más complejo que puedo llegar a sufrir. No consigo levantar el ánimo cuando me siento culpable. No atisbo la alegría detrás de la vida que Dios me ha regalado como un don.
Es un nuevo comienzo, lo sé, una segunda oportunidad pero puede que no quiera aprovecharla.
Segundas oportunidades
No quiero que la culpa me llene de tristeza o amargura. Quiero aprovechar siempre las segundas oportunidades que se me dan.
Seguir viviendo, seguir luchando, seguir amando, seguir levantándome cada mañana con un objetivo por delante, con una meta que anima mis pasos.
El que ha sobrevivido a algo difícil en su vida sale fortalecido. Ya no les da tanta importancia a las cosas poco importantes.
Le da mérito a seguir viviendo porque sabe que todo es tan fugaz. Y no pierde el tiempo que tiene, no echa a perder la vida que es muy corta. Sabe que todo puede acabar cuando menos lo espere, en un segundo.
¡Optimismo!
Quiero dejar atrás la culpa por cosas de las que no soy culpable. Quiero sentir que tengo toda una vida por delante, un sueño inmenso en mi alma y años posibles delante de mis ojos.
¿Por qué he sobrevivido yo? Ante una enfermedad, un accidente, una tragedia esta pregunta brota con fuerza. ¿Por qué sigo viviendo? ¿Para qué sigo con vida?
Dios me da una nueva oportunidad. Quiero mirar con optimismo lo que tengo ante mis ojos.
No me desanimo. Estoy ante un nuevo reto, ante una nueva vida. Puedo empezar desde el punto en el que dejé mi vida o desde otro lugar. No importa, tengo una vida por delante.
Sentir la vida como un regalo
Cuando le he tomado el peso a la muerte miro las cosas con más paz y soy más libre. Ya poco puedo perder.
Los problemas me importan menos y la vida misma me importa más. Cada día es un regalo inmerecido y no tengo tanto derecho a las cosas que me suceden.
Las personas que han pasado por la cruz, por la pérdida, por la enfermedad, por el dolor, por una crisis, han madurado. Se han vuelto más fuertes y recias.
Y si lo han hecho en Dios se han vuelto más religiosas. Han dejado atrás quizás muchas de las formas de antes. Esas formas que cumplían casi como por obligación.
Después del sufrimiento
Y ahora, en lo más profundo del alma, han adquirido con Dios una relación más honda, más personal. Hay más amor, más cariño, más confianza.
Uno se siente más hijo cuando ha sufrido. Ve que no tiene derecho a nada porque todo es un don.
Ese espíritu de hijo es el que me permite volver a empezar después de la lucha, cuando todo parecía perdido.
Ya no importa lo que pierda por el camino. Sigo adelante con lo que tengo, sea mucho o poco.
No guardo rencor. No siento nostalgias. Y no dejo que la culpa me paralice y me quite fuerzas.
La manera de acabar con la culpa
Miro a Dios como el que sostiene mis pasos y vuelvo a confiar en Él porque me ha salvado desde lo hondo del pozo, desde la oscuridad del abismo.
Me ha sacado adelante para darme una nueva vida. Su amor me ha salvado. Saberme amado acaba con la culpa.
Dios sabrá lo que hay detrás de cada persona, de su historia. No pretendo entenderlo todo. Sólo sé que si sigo vivo es porque Él me necesita entre los míos.
Tendré que amar más, entregarme más, dar más de mi originalidad. Siempre he sabido que lo que yo no aporte nadie podrá hacerlo pro mí.
Mi forma de amar, de mirar, de hablar, de escuchar son formas únicas. Nadie más lo hace como yo. Eso me vuelve más responsable.
Me siento pequeño porque la vida es un don, y la salud, y la libertad para amar. Vivo con fuerza, en plenitud. El tiempo que tenga, lo que Dios me regale. Con eso basta.
Dejo atrás los miedos y las culpas. Sonrío confiado.