“Nosotros somos pacifistas. Acepten nuestras condiciones, y les concederemos la paz.”, reza una anónima consigna. Obviamente es una paradoja y muy cercana a la realidad de cuanta potencia mundial se ha arrojado –como lo hace Vladimir Putin—sobre un pueblo vecino.
Recientemente, Antonio Maza Pereda, un analista e investigador mexicano se ha referido –desde la perspectiva católica—a la guerra de invasión de los ejércitos de Rusia en contra de la vecina Ucrania.
Una invasión que ha puesto a Europa y al mundo en una situación que no se veía desde el final de la Guerra Fría o, quizá, desde el final de la Segunda Guerra Mundial.
Pero ¿a qué paz debemos aspirar como pueblos, como personas, como comunidades?
Ciertamente es importantísimo que el ejército ruso deponga las armas. También lo es, dice el investigador mexicano, que la paz esté encima de nuestra jerarquía de valores para poder exigir a Putin o a cualquiera otro autócrata que suspenda la guerra.
¿Estamos ante una situación inédita?
Desde la guerra de los Balcanes en los 90, no ha ocurrido en Europa una situación como la actual. Esta temporada de casi 30 años sin guerra europea, se ha interrumpido.
Bueno, no del todo. La realidad es que hace unos cuantos años hubo la invasión por Rusia del territorio de Crimea, una parte importante de Ucrania.
De hecho, ocurre que ciertas guerras son más noticiosas y por lo tanto llaman más la atención mundial.
No tenemos una concepción clara de lo que verdaderamente es la paz
Pero el mundo sigue en guerra…
Así es: la guerra en Afganistán apenas termina con la retirada de las fuerzas de los Estados Unidos.
Y en África continuamente está viviendo guerras en pequeña o gran escala.
Así como en el Oriente Medio, donde no se puede hablar de una paz auténtica.
Por no hablar del caso de Colombia, con guerrillas activas desde los sesenta y que no termina de resolverse. Y muchos otros ejemplos.
Se dice que la situación de guerra es “lo normal” entre los hombres. ¿Lo cree usted así?
Independiente de las razones o sinrazones de las guerras y en particular del actual enfrentamiento entre Rusia y Ucrania, en general ocurre que para muchos la guerra es un evento "saneado" por la televisión.
El sufrimiento de la población se minimiza y los temas del conflicto se resuelven en un tiempo muy limitado.
Tal vez por esto no tenemos una concepción clara de lo que verdaderamente es la paz.
Y, como la mayoría de nosotros no hemos vivido la guerra ni tenemos testimonios de primera mano de lo que significa vivir en guerra, no apreciamos la bendición que significa la paz.
Porque en una guerra todos pierden. Hasta los que ganan.
A lo mejor ya nos olvidamos de lo que significa, verdaderamente, la paz…
En su definición clásica, la paz es la tranquilidad en el orden.
No es un orden impuesto, no es una tranquilidad obligada por un orden injusto, no es una vida tranquila a cualquier costo.
No basta que todos los contendientes terminen con un arreglo aceptable o irremediable. Lo cual, por supuesto, es muy difícil.
Ciertamente, existe un cierto modo de paz, una paz impuesta. Una paz que se genera por la opresión de los vencidos por los vencedores: el fruto de la rendición.
Cabría cuestionarnos: ¿cuál es la paz que queremos? ¿Cuál es la paz que pedimos de la comunidad internacional para este momento?
No es la paz que el mundo nos da o nos impone: una paz como la mera ausencia de violencia física.
No basta una paz que incluya la no violencia pero que signifique una violencia psicológica o cultural.
Todo un tema, del que no tenemos una idea clara. Y mientras no la tengamos, posiblemente nos conformemos con un mero cese al fuego, como el que tienen ambas Coreas desde hace casi 70 años.
¿Se puede hablar de un “fracaso” de los organismos internacionales como la ONU en este tema de Rusia y Ucrania?
Una vez más nos damos cuenta de que los acuerdos internacionales, los organismos de las Naciones Unidas y otros mecanismos que se supone que buscan la paz sólo funcionan en cierta medida.
En la medida que sus miembros estén dispuestos a respetarlos. Lo cual no es el caso en este momento.
Incluso las alianzas de defensa mutua como es la OTAN están mostrando sus limitaciones.
Sí, se han puesto de acuerdo en poner sanciones económicas a Rusia. Pero también es muy claro que esas medidas sólo surtirán efecto en el largo plazo y posiblemente no lleguen a tiempo para remediar los problemas inmediatos.
Al final quien tiene una resolución más poderosa, quien esté dispuesto a someter a su población a mayores penalidades, ese será quien tenga el triunfo.
Y, como nos muestra la historia, esas alianzas no solo previenen, sino que extienden las guerras.
¿Qué podemos hacer nosotros, los ciudadanos de a pie?
Pedir paz para Ucrania; no sólo que dejen de caer las bombas. Pedir paz con libertad y autodeterminación.
Queremos, necesitamos, para toda la humanidad una verdadera paz interior. Una paz de cada quién conmigo mismo.
No sólo una paz entre países sino también, y de modo preponderante, una paz al interior de nuestras comunidades, tanto las locales como las nacionales.
Bien está que protestemos, bien están las campañas de oraciones y las de repudio: es importante dar a conocer a los gobiernos que los ciudadanos de todos los países no estamos dispuestos a que se continúe utilizando la guerra como mecanismo para resolver problemas.
Pero no basta con ello.
Para que exista paz duradera tenemos que empezar por construir la paz en el interior de cada uno, en nuestras familias y en nuestras pequeñas comunidades.
Que la paz esté en uno de los primeros lugares en nuestra jerarquía de valores para que podamos exigir a los gobernantes que cesen estos eventos tan costosos para la humanidad.