Ya la Conferencia de Obispos de este país antillano había advertido, en repetidas ocasiones durante el año pasado, que Haití se encontraba al borde de un “estallido social”. La pobreza, la corrupción, las bandas de secuestradores y los desastres naturales lo presagiaban.
Pero la situación se ha vuelto insostenible; el fenómeno del secuestro se encuentra en pleno auge en el país, especialmente en Puerto Príncipe, la capital de Haití. Tan solo en el pasado mes de febrero Policía Nacional de Haití realizó 233 detenciones en todo el territorio nacional; la mayor parte por privar de la libertad a profesores, directivos, estudiantes, obreros…
Salir del infierno
Ante este panorama miles de haitianos han optado por dejar su país. La mayor parte de ellos prefieren enfrentar peligros y desafíos en otros lugares de América que quedarse en un ambiente de extrema violencia, inseguridad y falta de oportunidades de trabajo.
Una radiografía de Haití muestra hasta qué punto la diáspora de haitianos tiene una razón de ser. Haití es el país más pobre de América y uno de los más pobres del mundo. Con más de 11 millones de habitantes, el 60 por ciento de la población vive por debajo del umbral de la pobreza, según datos del Banco Mundial.
Por lo demás, siete de cada diez haitianos en edad de trabajar se encuentran desempleados; mientras que los sindicatos de trabajadores han realizado huelgas últimamente porque en Haití se vive una grave escasez de alimentos y combustible.
Salir a donde sea
El principal destino de los migrantes haitianos es la vecina República Dominicana. Sin embargo, este país ha elevado una reja y más de 70 torres de vigilancia de cuatro metros de altura; cada una en 41 puntos de acceso en los 164 kilómetros de frontera común. La misión es impedir el paso de los haitianos, muchos de ellos que van a trabajar en los bateyes en condiciones inhumanas.
Ahora son las balsas renqueantes y destartaladas que llevan familias completas de pobladores de todos los rincones del país. Unos hacia las Bahamas, otros hacia la costa de Estados Unidos. Los que pueden, hacia el centro o el sur del Continente, especialmente a Chile; donde ya son la tercera población migrante, solamente detrás de venezolanos y peruanos.
O a México, con la salvedad de que en este país fueron bien recibidos; y gran cantidad de haitianos se quedaron a trabajar en poblaciones como Tijuana. Ahora son retenidos en la frontera sur de México y deportados o maltratados de una manera grosera por las autoridades migratorias.
Pero mejor a Estados Unidos
La pandemia, el pillaje, los brotes de cólera, la incertidumbre política y el hambre han hecho que los haitianos que salieron en 2021 y los que siguen saliendo este 2022, tengan en la mira un solo destinos: el norte del Continente; Estados Unidos o Canadá, donde pueden encontrar trabajo.
Todavía hay forma para ellos de llegar a algunos países de América del Sur. Y de ahí llegar hasta el peligroso Tapón de Darién; pasar selvas, calores insoportables, delincuentes sanguinarios y fieras salvajes. Llegar a la frontera con México donde les espera otra serie de peligros e internarse en el país hasta la frontera norte. Y más tarde…
Todo eso –lo dicen en cada esquina que uno se los topa en México—lo prefieren mil veces a regresar a su país. O quedarse en lugares con trabajos humillantes, como han sido documentados los trabajos en las plantaciones de caña de azúcar en República Dominicana, por ejemplo.
Respuesta regional
Organismos religiosos como el Consejo Episcopal Latinoamericano o las conferencias episcopales de México, Estados Unidos, Guatemala, El Salvador o la de Honduras, han pedido a los gobiernos de todos los países involucrados en el fenómeno migratorio de haitianos, centroamericanos, venezolanos y cubanos, entre otros, que exista un enfoque regional del tema.
Joel Hernández, relator de la OEA sobre los derechos de las personas migrantes, dijo a DW que se debe buscar una "respuesta regional, integral, coordinada, basada en las capacidades de los Estados con el compromiso en la protección de los derechos humanos y en la creación de mecanismos que enfrenten también las causas estructurales de los movimientos migratorios".
Y agregó algo que la Iglesia católica, con el Papa Francisco como primer promotor de una forma diferente de enfrentar la migración, ha estado defendiendo con ahínco. Que “la situación de las personas en movilidad de Haití (y de otros países) no debe asumirse solo como la búsqueda de mejores oportunidades; sino como un desafío complejo de toda la región".