Necesitamos conocer cómo se fundamenta la omnipresente pedagogía en la que el alumno manda dado que sus intereses y sus gustos señorean en el aula. Pensamos sobre todo en Primaria.
La pedagogía en que implícitamente el alumno manda es aquella en la que la espontaneidad del alumno es casi la directriz. Allí el maestro pone algunas bases de trabajo, casi siempre cooperativo, pero explica poco, no dirige, da pocas pautas y solo debe acompañar al estudiante.
El maestro no puede imponerse, solo puede proponer materiales, objetivos. La instrucción podría ser vista como una obligación. Son los alumnos los que marcan el ritmo y casi los contenidos. Con este propósito vamos a analizar parte de un texto, más bien un decálogo, de un pedagogo mexicano. Así se expresa Raúl González en sus “diez mandamientos del profesor como acompañante (coacher), un auténtico decálogo de la "rEDUvolution” para decirlo con sus palabras:
“1. Priorizarás la agenda de tus alumnos.
2. Aprenderás a generar responsabilidad y compromiso.
3. No competirás con el teléfono móvil, … te aliarás con él.
4. No te rendirás al no obtener resultados inmediatos cuando intentes fomentar la participación en el aula.
5. Valorarás la autoestima, la motivación, la confianza y otros aspectos emocionales… más que cualquier contenido.
6. Tu objetivo… debe ser entrenar habilidades y actitudes.
7. Actualizarás y adaptarás tus herramientas educativas permanentemente.
8. No dejes que el proceso de evaluación formal condicione el proceso de aprendizaje.
9. Serás consciente de que lo que haces en el aula es muchísimo más importante de lo que dices.
10. Cuanto más te calles tú y más conversaciones e interacción generes entre tus alumnos, mejor."
El antiautoritarismo en las aulas
Casi todos los puntos resultan difícilmente analizables pues carecemos del suficiente contexto. Tal como se presentan, algunos parecen positivos (“Aprenderás a generar responsabilidad y compromiso…”), sin embargo no sabemos qué significan. Lo cierto es que hemos arrancado el decálogo de su marco y vamos a realizar una tarea ciertamente precaria pues no le permitimos al autor que se defienda en su discurso completo. Ignoramos sus propósitos y sus prácticas en el aula y andamos cojos. En esa medida hemos de afirmar que vamos a utilizar su texto simplemente como excusa para hablar del antiautoritarismo en la escuela.
Un antiautoritarismo que se inicia en Rousseau, avanza de la mano de la Nueva Pedagogía y se enciende en la escuela Summerhill, fundada en 1921 por Alexander Sutherland Neill. Este centro escolar aún persiste como uno de los más representativos ejemplos de la pedagogía no-directiva o incluso como una aplicación de lo que se denominan las escuelas libres.
De hecho, el fondo de esta pedagogía tiene algunas señas anarquistas en la medida en que cualquier autoridad está en entredicho. ¿La autoridad de quién?, pues la autoridad de los currículos, de muchos libros, de los maestros y al final de aquello que este más allá de los criterios de los alumnos que son el auténtico soberano de esta escuela libre.
Este tipo de estudiante soberano es aquel que, como dice Catherine L’Ecuyer, ya lleva en su seno la semilla del aprendizaje y quien decide por dónde hay que ir en función de sus intereses.
La verdad es que estas pedagogías antiautoritarias unen muchos elementos distintos: romanticismo, idealismo, elementos ácratas, y una exaltación de la libertad del estudiante soberano.
En esta dirección, la vigencia de los contenidos, la necesidad de la instrucción más o menos práctica o directa, se va diluyendo sustituida por una visión ideal, fruto de la improvisación creativa, de lo que se debe hacer en el aula, en la escuela, en la enseñanza.
Entonces la exigencia, la autodisciplina, el silencio, el orden o la quietud claves para el aprendizaje de unos contenidos básicos casi se convierten en la pura represión de un sistema educativo impuesto.
Los niños vienen y van a su gusto. Entonces el perfeccionamiento del estudiante, el conocimiento profundo y sistemático de la Historia, la Geografía, la Lengua, las Matemáticas dependen, a menudo, de acuerdos cambiantes. Casi nada debe ser impuesto, casi nada es obligatorio, todo debe fluir y, jugando, ensayando, creando contenidos se alcanza el camino para que los estudiantes diseñen su propio aprendizaje y construyan su propio conocimiento competencial.
La utopía en la escuela
El colofón es que estos pedagogos, a mi modo de ver, llevan una utopía a la escuela. Desde la escuela hacen verdadera política: crean el paraíso en la escuela en la creencia de que ese paraíso de naturalidad, espontaneidad y libertad cambiará el mundo. ¿Y si los niños no aprenden nada porque han desaparecido muchos contenidos convertidos en numerosas competencias y no acaban preparados para la vida, para cumplir su vocación en el plano que sea, para su perfeccionamiento personal? No pasa nada, responden. Son expertos en aprender.
3. “No competirás con el teléfono móvil, … te aliarás con él”
El móvil es disruptivo para casi cualquier proceso de enseñanza-aprendizaje. Desenfoca la atención, dificulta la concentración en la lectura, encapsula al alumno en sí mismo, lo aparta de las instrucciones del profesor. Quizá para la pedagogía antiautoritaria todos estos criterios y principios no son relevantes.
4. “No te rendirás al no obtener resultados inmediatos cuando intentes fomentar la participación en el aula”
En este mandamiento del decálogo hay algo valioso pues el maestro no se rinde y repite, re-explica, re-plantea para que el conocimiento se aposente: creo. Sin embargo, la participación en el aula se ha convertido en el súmum. La participación en el aula, como el aprendizaje colaborativo, es un medio, no un fin. El fin es el aprendizaje de los contenidos.
5. “Valorarás la autoestima, la motivación, la confianza y otros aspectos emocionales… más que cualquier contenido”
Este quinto mandamiento se explica a sí mismo muy bien. Insistimos en que los contenidos son el objetivo de la escuela sin negar que las emociones de los alumnos son importantes. De hecho, el maestro debe tratar muy bien a sus alumnos, en positivo, animándolos, confiando en ellos y motivándolos. Pero este es un asunto que va muy por detrás de los contenidos. Las emociones son un medio, repetimos, no un fin.
6. “Tu objetivo… debe ser entrenar habilidades y actitudes”.
De nuevo lo mismo: las habilidades crecen en función de unos contenidos que van siendo asimilados en sus bases. Nada hay mejor que saber muchas matemáticas para luego aplicarlas de la mejor manera. Primero vienen los codos y estudiar cómo se han resuelto muchos problemas de matemáticas. Tras el estudio concienzudo de las reglas llegará la habilidad. ¿Cultivar la actitud positiva? Siempre. Cultivar la disposición entusiasta es importantísimo sin olvidar los contenidos.
7. “Actualizarás y adaptarás tus herramientas educativas permanentemente”
Este punto del decálogo tiene dos caras. Creo que es bueno actualizar y adaptar las herramientas de un modo oportuno, prudente y calculado. No creo en actualizarlas y adaptarlas permanentemente si se ha de convertir todo en un juego constante quizá con vistas a que todo sea más divertido, más innovador y exija menos esfuerzo. Entonces no estoy de acuerdo.
9. “Serás consciente de que lo que haces en el aula es muchísimo más importante que lo que dices”
Aquí aparece el activismo inflamado que procede del “aprender haciendo” de John Dewey al que probablemente se le entendió peor que mejor. Haciendo se aprende, desde luego. Pero también se aprende leyendo, también se aprende desde la palabra del maestro, desde los contenidos que se explican en voz alta con unos alumnos que escucha atentamente, en silencio. La palabra dicha por el maestro es vital en la enseñanza. Delante de la clases debe desplegar su vocabulario, su entonación, su sintaxis, con el fin de explicar los contenidos. El maestro debe demostrar muchas cosas haciéndolas, pero sobre todo después de haberlas explicado con las palabras más adecuadas, cultas y oportunas.
10. Cuanto más te calles tú y más conversaciones e interacción generes entre tus alumnos, mejor”
No puedo estar más en desacuerdo. Es el maestro quien -explicando, ofreciendo materiales, dando pautas, leyendo textos, dirigiendo las actividades- mejor logra que sus alumnos aprendan. El puro diálogo de los alumnos, por sí mismo, no es aprendizaje sino es consecuencia de las prácticas propuestas por la palabra dicha por el maestro que es el que más sabe. Las riendas del aula las lleva el maestro y el alumno participa. Perfecto. Pero la interacción, las conversaciones entre los alumnos van a continuación de la voz del maestro. ¡Que no calle el maestro!