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Perdonarse es un gesto de caridad

El perdonarse a sí mismos nos da alas para el momento presente.

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Guillermo Dellamary - publicado el 31/03/22
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Muchas personas viven castigándose por algo que hicieron o dejaron de hacer y ocasionó un daño inesperado.

Una madre ha vivido lamentándose por haber presionado a su hija a que cambiara de empleo y fuera a una entrevista, y en el trayecto falleció en un accidente. Aún no se lo podía perdonar.

Un padre, para ayudar a su joven hijo, le compró una motocicleta en la que falleció por accidente unos meses después. Se sigue castigando por haberla comprado.

Una madre confiesa que por ahorrar dinero, no llevó a su hija a un hospital privado. Y después de una operación, en el hospital público, falleció. Varios años después se sigue lamentando, por lo que ella consideró como un grave error.

Hay muchos casos parecidos y que provocan mucho dolor y sufrimiento, en las personas que han vivido situaciones semejantes. La calidad de vida se ve mermada, se desarrolla una tristeza crónica y una culpa persistente. El llanto brota fácilmente y el "hubiera" está dando vueltas en la mente, sin tregua.

Es muy importante intentar vencer la culpa, la sensación de inseguridad y la falta de comprensión por los errores que hemos cometido. Eso es lo que buscamos sugerirte en este artículo.

Recientemente el Papa Francisco señaló que el perdón es “un derecho humano”, pues se trata de lo que el corazón de cada persona anhela más profundamente, “ser perdonado es ser amado por lo que somos, a pesar de nuestras limitaciones y nuestros pecados”.

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Lo que implica saber que se tiene el derecho y el deber de perdonarse y de humildemente recibir el perdón de Dios, al acercarse a su infinita misericordia y así dejarse de atormentar por las propias acusaciones que no se han logrado superar.

De esta manera asumimos el compromiso y la responsabilidad de mejorar la calidad de vida al sacudir de la mente las ideas tortuosas y negativas que agobian nuestra existencia, debido a los errores cometidos en el pasado.

Dios mismo nos ha perdonado, dado que comprende nuestras debilidades y flaquezas y además nos ha obsequiado la gracia de la reconciliación en el sacramento de la confesión. Entonces no vemos razón alguna para que estemos constantemente castigándonos con la falta de caridad a nosotros mismos. De una vez por todas perdonémonos también.

Es muy atinada la sentencia de que uno mismo acaba por ser su propio enemigo, hasta verdugo y carcelero. Esto ocurre cuando vivimos empeñados en exagerar nuestras faltas y atormentarnos, persistentemente, con el castigo de la culpa y la carencia del perdón.

Atrapados en los recuerdos

Un exquisito regalo que nos debemos hacer a nosotros mismos es el de comprender nuestras debilidades y ya dejarnos de sentir miserables e incapaces de gozar de la vida, por no tener las agallas de dejar el pasado atrás.

Esa tortura está en nuestra memoria. No la queremos soltar y seguimos atrapados en los recuerdos, que dejamos que nos dominen, una y otra vez, desconectándonos del presente, del aquí y el ahora.

Y lo peor de todo es que, por lamentarnos por el suceso acontecido, no podemos enfocarnos con lo que sí tenemos, con las personas que aún nos acompañan, con las oportunidades que aún tenemos frente a nuestras propias narices. El inmisericorde castigo que nos propiciamos nos impide mirar las cosas positivas que nos rodean y que podemos aun realizar.     

Al perdonarnos, nos obsequiamos el quitarnos un peso de encima, de devolvernos la alegría por la vida, el agradecer tantas cosas hermosas que poseemos y en fin, volver a vivir plenamente y como Dios manda.

La culpa tiene su función y nos ayuda a darnos cuenta de que nos hemos equivocado y de que necesitamos corregir nuestras intenciones y acciones. Pero nada más. No hay que dejarla más tiempo en nuestra mente. Sucede como los alimentos en el fuego, si se pasa se quema, si le falta no se cuecen bien. La medida y el tiempo justo, únicamente lo necesario para reconocer que hemos fallado y ser humildes para corregirlo.

El problema es que pueden pasar muchos meses y años de querer seguir viviendo sin tener la caridad de perdonarnos. También lo hacemos con las personas que nos han ofendido y lastimado y que parece que lo llegamos a considerar como en algo imperdonable. A decir verdad, aún no he encontrado qué pueda ser imperdonable para Dios.

Así que mucho de nuestra calidad de vida y bienestar se encuentran en la sabiduría del perdón. Está en la práctica constante de observarnos internamente y reconocer lo que hemos hecho de daño real y quitarnos las falsas acusaciones que nos aplicamos, al eliminar la imaginación y la ignorancia. Imaginación e ignorancia que solemos agregar a nuestra incapacidad de purificar nuestras culpas con un sincero perdón. ¿Qué esperas?

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