Tiene 55 años y reside por aquellos lados desde principios de los 90. Se llama José David Chaparro y ese apellido no puede ser más tachirense. En efecto, nació en el estado Táchira, en los Andes venezolanos.
Dicen que “la vida” le llevó a ser el encargado de negocios venezolano en Moscú y, ahora, es el “comandante” de una pequeña división de voluntarios que reparten ayuda humanitaria a los más afectados por la invasión rusa.
Encabeza, según reporta la agencia EFE, una división de voluntarios ucranianos para defender y restaurar la democracia. Ya que no lo consiguió en su Venezuela natal, se alistó para combatir en Ucrania. "Lo que hice fue confirmar mi decisión de quedarme aquí –dijo- porque siento que esta es mi segunda patria y mi deber es dar todo por ella". Hoy la sirve comandando una pequeña división que se dedica a distribuir ayuda humanitaria a los afectados por la invasión rusa.
“Mi vida en riesgo, otra vez”
Chaparro llegó a suelo ucraniano desde su independencia y allí se asentó. “En Venezuela –cuenta- nosotros no logramos el objetivo de restaurar la democracia y aquí yo no iba a perder ese chance”.
En un tiempo, por esas cosas de la vida, salió de su tierra, el Táchira, para ejercer como Encargado de Negocios de la embajada venezolana en Moscú. Al saber de la invasión rusa, de inmediato se alistó como voluntario en la defensa de Ucrania. Integra un organismo de reserva del ejército compuesto por civiles. Viste el uniforme militar que los destaca.
Cada día “el comandante” como lo llaman sus compañeros, se reúne con su división y carga su coche con agua, comida y diferentes productos de primera necesidad. También transporta gasolina para alimentar a los generadores de electricidad, muchos de los cuales quedaron devastados tras los bombardeos.
El trabajo de estos voluntarios es riesgoso. Deben recorrer Ucrania para poder llevar hasta los necesitados los insumos que requieren. Medicinas, comida, pañales y el combustible tan necesario para hacer trabajar las plantas eléctricas.
“Después de ver lo que ocurre en mi patria, Venezuela y de la frustración por no haber podido lograr restablecer la democracia, siento que en Ucrania se me ofrece una segunda oportunidad. Estoy poniendo en riesgo mi vida, otra vez, haciendo las cosas a un nivel mucho mayor del que logramos allá. Yo en Venezuela no portaba armas, ni uniforme ni podíamos estar disponibles para el combate. Era diferente. Ahora sí lo estoy!”.
Un aventurero en la historia andina
Chaparro hace recordar -aunque son muy distintos- a un coterráneo suyo, famoso por su valor al luchar 4 años bajo las banderas del imperio otomano durante la primera guerra mundial en varios frentes de Asia y Europa. Se llamó Rafael De Nogales Méndez y escribió así al comienzo de su diario: “
“Esta modesta obra, escrita con la tosca pluma de un soldado, la dedico respetuosamente a la memoria de mis compatriotas latinoamericanos, desde Méjico hasta la Argentina, que durante la Guerra Magna supieron combatir y morir con gloria para mantener en alto la tradición valiente de nuestra raza”.
“Todavía en Latinoamérica tenemos buenos hombres”
Al difundirse la noticia, las redes se llenaron de mensajes de admiración y ánimo para David Chaparro.
“Gracias por este reportaje de aliento y amor ....desde Venezuela”, escribió una señora. Otro puso: “Es un agradecido a Ucrania que le abrió las puertas, no hay nada que reprocharle”. Un colombiano publicó en su perfil: “Dios cuide a este venezolano. Bendiciones desde Medellín, Colombia”. Un tachirense le envió estas palabras: “Gracias paisano José David Chaparro por ayudar a los Ucranianos en medio de esa guerra. Dios te bendiga y te proteja”.
Otro le expresó: “Mis respetos y admiración al comandante José David Chaparro. Usted es alguien que está haciendo una diferencia para mejor. Que Dios le bendiga”. Más mensajes: “Un hombre valiente. Todavía en Latinoamérica tenemos buenos hombres, que Dios lo cuide”. Y por ese estilo eran todos, muchos y muy emotivos.
“¡Por favor, no a la guerra!”
Otro de los pocos venezolanos residentes en Ucrania clama “por favor, no a la guerra”, e insiste en lo “doloroso” que es ver la situación que vive el país de Europa oriental. Se llama Guillermo López y salió de Venezuela en 2014.
Guillermo López es venezolano, odontólogo y músico. Tiene 32 años y vive en Dnipro, en el este de Ucrania; su esposa e hijos, un niño de 4 años y una niña de 8 meses, son ucranianos.
Salió de Venezuela a finales del 2014, en uno de los momentos de mayor convulsión política, económica y social en el país. “La cosa se estaba poniendo muy fea”, explica. Trabajaba como odontólogo y su situación era relativamente estable, pero no veía “futuro en ese momento”.
Ahora, el futuro se le puso más negro. A veces uno piensa que no hay lugar seguro en el mundo. Obtuvo un contrato como músico en China, donde conoció a quien hoy es su esposa y donde se suponía permanecería por 6 meses. Pero su estadía se extendió a 6 años, hasta que el COVID-19 les llevó a tomar la decisión de mudarse a Ucrania, donde residen desde hace 2 años, según cuenta la periodista Carolina Alcalde en su crónica para La Voz de América.
“Que la guerra acabe (...) Esto no se lo merece nadie”, termina diciendo.
“Esto es desesperante...otro nivel de shock”
Los venezolanos que permanecen en Ucrania advierten que los corredores humanitarios en las fronteras con Rusia y Bielorrusia no son seguros para salir del conflicto. Están aterrados por la guerra. Dicen estar muy afectados por la incertidumbre de no saber si, de pronto, "caerá una bomba en tu casa o pasarán disparando y podrías ser víctima de balas perdidas o que te tengan como objetivo, aún siendo un civil".
Eso explica una dama venezolana que llegó a Ucrania hace 4 años, casada con un ucraniano y con una hija pequeña. Viven en la ciudad de Sumy, que ha sido blanco de los bombardeos.
Esa localidad es fronteriza con Rusia pero su familia teme escapar por esa vía, así que el plan que se han trazado es huir a Polonia en el otro extremo del país. Cruzar Ucrania en estos momentos es poco menos que imposible; además del peligro, no hay medios de transporte y las vías de tren están dañadas. “Nadie quiere salir ni llevarnos a ningún lugar. Todos temen a que suceda algo en el camino".
Otro venezolano, que residía en un barrio llamado La Vega en Caracas, hoy con 9 años en Ucrania, logró salir de su asediado pueblo después de 14 horas en carretera, recorriendo todo el país muerto de miedo. Relata: “Yo vivía en La Vega y allí todas las noches se escuchan tiros, así que no voy a decir que no sé lo que es un tiroteo. Pero esto es muy distinto. Un bombardeo es aterrador, indescriptible, quedé muy traumado, es otro nivel de shock”.
Hoy sigue en Ucrania pero dice que está seguro, que es una zona que no ha sido atacada por los rusos aunque el pueblo, pequeño pero unido, está en permanente vigilia. Él quiere permanecer en Ucrania y se encuentra junto a varios latinoamericanos que, no obstante, se preparan para escapar a naciones fronterizas.
Brillo en las tinieblas
Recordando al papa Francisco durante la Vigilia Pascual, hay que decir que, si bien las noches “están surcadas por luminosas estelas de muerte”, la luz de Dios “brilla en las tinieblas del mundo”. El Pontífice, que interpretó con sus palabras el ruego de no a la guerra plasmado en estos testimonios, pidió: “¡Dejémonos vencer por la paz de Cristo!”, porque “¡La paz es posible, la paz es necesaria, la paz es la principal responsabilidad de todos!”.
Esa paz que tanto anhelan quienes aún están en la oscuridad de esa noche infernal, pero a quienes la Resurrección del Señor trae la luz al final del túnel, el brillo de la esperanza en la paz que aún no llega.