La Iglesia católica defiende las enseñanzas de Jesucristo cuando se trata de difamación, buscando resaltar la dignidad de cada persona humana.
El Catecismo de la Iglesia Católica clasifica la difamación en el octavo mandamiento.
Respetar la reputación
Este mandamiento de Dios abarca una amplia variedad de ofensas contra la persona humana. Busca que siempre se respete su reputación.
Siempre mejor en privado
Al mismo tiempo, como señala el Catecismo, puede haber una “razón objetivamente válida” para revelar públicamente las faltas de una persona.
Esto no es fácil de descifrar y, en la mayoría de los casos, no debemos señalar las fallas de otra persona públicamente.
Incluso el mismo Jesús nos pidió que resolviéramos la disputa en privado, antes de ir a los tribunales.
Sin embargo, incluso en este caso, Jesús sugiere que “vayamos a la Iglesia” en busca de ayuda para resolver un problema, en lugar de tratar de resolver el problema públicamente.
La difamación es un pecado grave, que va en contra de los mandamientos de Dios, pero la mejor manera de resolver tal conflicto es siempre en privado, lejos del ojo público.