En el verano de 2010, las calles de la localidad mexicana de Jalisco se llenaron de gente que quería seguir un solemne cortejo fúnebre. La persona a la que se iba a honrar llevaba muerta un siglo y medio. Sus restos habían permanecido en un osario desde su muerte en 1861. Esta persona a la que todos querían mostrar sus respetos era una mujer, Rita Pérez de Moreno. Una mujer valiente, dispuesta a darlo todo por alcanzar sus ideales.
Rita Pérez de Moreno había nacido en una hacienda de Los Altos de Jalisco el 23 de mayo de 1779. Por aquel entonces, su tierra natal aún se conocía como Nueva España y era uno de los virreinatos más importantes del Imperio Español. La vida de Rita y su familia, muy querida en la zona y de profundas raíces católicas, era como la de cualquier otra niña de su tiempo.
Cuando tenía veinte años se casó con el hacendado Pedro Moreno, con quien tuvo varios hijos. La pareja inició su vida de casados en una de sus propiedades. Los primeros momentos fueron tiempos felices, hasta que la guerra vino a sacudir la paz de sus vidas. Septiembre de 1810 fue un momento clave en la historia de México.
Empezaba la conocida como Guerra de la Independencia Mexicana. Pedro Moreno no dudó ni un momento y se unió a las fuerzas rebeldes, consciente de que dejaba atrás a su esposa e hijos. Pedro se despedía de su esposa desde la hacienda de Sauceda sin pensar que Rita no iba a quedarse de brazos cruzados.
Pedro se reencontró con su mujer y sus hijos en el Fuerte del Sombrero donde Rita trabajó sin descanso haciéndose cargo de la intendencia y curando a los heridos. Mientras, los niños permanecían a su lado.
La pequeña Guadalupe, que tenía poco más de dos años, fue puesta bajo la protección de un sacerdote llamado Don Ignacio Bravo quien se la llevó a la Hacienda de Cañada Grande. El secuestro de la niña y Don Ignacio fue el primer golpe que sufrió Rita. Desesperada y exhausta por el duro trabajo, Rita continuó administrando el fuerte y su marido luchando en el frente. Mientras, sus haciendas empezaron a ser confiscadas por los realistas.
En la primavera de 1817, cuando llevaban ya años luchando, tuvo que enfrentarse a una nueva y dura prueba, la muerte en el campo de batalla de su hijo Luis, de quince años. No podemos imaginar el dolor que debió sentir como madre aquella mujer que no estaba, sin embargo, dispuesta a rendirse.
Aún no se había rehecho del terrible suceso cuando ella misma y los hijos que aún estaban con ella, junto con los que se encontraban en el Fuerte del Sombrero, tuvieron que hacer frente al asedio del mismo. El calor del verano se alió con el enemigo, convirtiendo el fuerte en un lugar de muerte y desolación. Los cadáveres permanecían insepultos, mientras los niños morían de hambre. Rita, que entonces estaba embarazada, sacó fuerzas para continuar con su labor de curar a los heridos y mantener una moral que se desvanecía por momentos.
La caída del fuerte llevó consigo la detención de Rita quien fue trasladada con sus cuatro hijos pequeños a la cárcel de León, en Guanajuato, para terminar en Silao. En prisión, Rita vio morir a tres de sus hijos, hambrientos, heridos, maltratados por la guerra.
El bebé que llevaba en su vientre tampoco sobrevivió a las terribles vicisitudes del momento. Estando en prisión, mientras lloraban las pocas lágrimas que aún le quedaban, conocía la noticia de la muerte de su marido en el rancho de El Venadito.
Rita fue liberada en junio de 1819 por orden del virrey Juan Ruiz de Apodaca. Instalada con sus padres, dos años después vio cumplido su sueño y el de muchos mexicanos al verse consumada la independencia, reconocida por España en 1836.
Años después del fin del conflicto, Rita tuvo la alegría de reencontrarse con Guadalupe, su pequeña a la que creía perdida para siempre.
Rita Pérez de Moreno, heroína de la independencia mexicana, aún sin haber empuñado un arma, demostró ser una mujer de coraje, fiel a sus ideales, dispuesta a no rendirse nunca. A su muerte, el 27 de agosto de 1861, su memoria fue olvidada.
Un siglo después, el 4 de enero de 1969, su nombre se inscribía con letras de oro en el Salón de Sesiones del Poder Legislativo del Estado de Jalisco. El 27 de agosto de 2010 se inauguraba una estatua en Jalisco mientras sus restos eran trasladados con todos los honores hasta la Rotonda de los Jaliscienses Ilustres. Tras décadas de olvido, la heroína mexicana recuperaba el lugar que le pertenecía.