¿Cuál es la orden monástica que vive el alejamiento del mundo como búsqueda de Dios de la manera más radical? Para muchos, sin duda, los cartujos. Pocos saben que también hay cartujas, religiosas que abrazan el silencio más absoluto de vida como lenguaje de Amor.
La historia de los cartujos ha superado confines culturales y geográficos con el éxito de la película El gran silencio, un documental dirigido por Philip Gröning, estrenado en 2005, que traza un retrato íntimo de la vida diaria de los monjes cartujos de la Gran Cartuja.
«El gran silencio»
Estamos hablando del gran monasterio fundado en 1084, por San Bruno, con un puñado de compañeros, cuando emprendieron una aventura que hoy calificaríamos de «extrema»: se adentraron a alta cuota, en los Alpes franceses, para allí, a kilómetros y kilómetros de toda civilización, vivir en eremitorios, en silencio, únicamente para Dios.
Esas montañas son la cadena montañosa de La Cartuja (Chartreuse). Ahí, durante meses y meses de temperaturas bajo cero, los cartujos empezaron a vivir su «desierto».
Pronto surgirían otros «desiertos», Cartujas que en diferentes países han jalonado en parte la historia de la Europa cristiana: vidas consagradas en la oración, la soledad, la conversión, y la pobreza absoluta.
Un monasterio muy diferente
Las Cartujas no son monasterios como los que, en general, conocemos. El cartujo vive en una celda, o eremitorio, una especie de pequeña casita con jardín, aislado de los demás, para poder adentrarse en el «gran silencio».
Incluso las comidas las toma en el silencio de su habitación, en soledad. Los únicos momentos del día que comparte el cartujo con los demás religiosos de la Cartuja son la misa y las oraciones en la capilla, así como algún momento de intercambio fraterno a la semana: una comida en el refectorio, un coloquio iluminado por la Palabra de Dios y un paseo.
Mujeres cartujas
Varias décadas después del nacimiento de los cartujos, algunas mujeres también se sintieron atraídas por la misma radicalidad de vida de los cartujos. Ahora bien, en esa época muchos consideraron que esa vida de desierto y silencio, en pobreza y soledad total, no era apta para una mujer. Demasiado dura...
Sin embargo, la determinación de unas monjas de Prebayón, en la Provenza francesa, fue tan firme que en 1145 dieron inicio a la Orden femenina de las cartujas.
La Iglesia aprobó una regla de vida menos solitaria que la de los monjes hasta que hacia 1970, gracias al espíritu de renovación suscitado por el Concilio Vaticano II, y como consecuencia de insistentes peticiones de las monjas para poder llevar la vida cartujana en toda su plenitud, hubo una evolución hacia una vida más solitaria. Hoy la vida de las monjas es prácticamente idéntica a la de los monjes.
Un día en la vida de una cartuja
La jornada de una monja cartuja comienza cuando suele terminar la nuestra, a las 00:15.
«A esa hora nos apresuramos a ir a la iglesia para el oficio nocturno – explican las cartujas –. Tiempo fuerte de la liturgia en la Cartuja, las vigilias nocturnas son un signo particularmente claro de la orientación de nuestra vida».
El resto del día la cartuja lo vive en soledad, trabajo y oración, con la única excepción de los actos comunitarios de liturgia y oración. El momento culminante, de hecho, es la Eucaristía.
En este gráfico, usted puede descubrir en detalle cómo se desarrollan las 24 horas del día de una monja cartuja.
El gran Amor
¿Por qué dan tanta importancia las cartujas al silencio y la soledad? Una cartuja responde así: «desde siempre, los enamorados buscan encontrarse a solas; no busquemos en otro lado el sentido de la soledad en la Cartuja».
«Todo nuestro deseo es responder a la llamada de Dios, devolviéndole amor por Amor», sigue aclarando la religiosa. «Nuestros monasterios, alejados de lugares habitados, son ‘desiertos’ para favorecer nuestro encuentro con Dios. Nuestro principal empeño y nuestra vocación consisten en encontrar a Dios en el silencio y la soledad. «En ella --escribía san Bruno--, Dios y su siervo conversan con frecuencia como amigos».
Cartujas de religiosas
En el mundo hay solo cinco casas de cartujas femeninas: una en España, dos en Francia, una en Italia y otra en Corea del Sur. Una fundación en América Latina podría ver el día en un futuro todavía lejano.
La única cartuja en los países de lengua castellana existente es la de Benifasar, que se encuentra en el corazón del Parque Natural de la Tinença de Benifasar, en la provincia de Castellón.
Como explica la Fundación DeClausura en un informe recién publicado en su blog, esta cartuja fue fundada en 1967 y cuenta con el apoyo estrecho de la Orden, que se concreta principalmente con un hermanamiento con la Cartuja de Nonenque, sur de Francia, y supervisa su funcionamiento, aportando también medios humanos con hermanas de apoyo.
Acompañamiento y ayuda
«Desde la Fundación DeClausura estamos desde hace varios años muy en contacto con la comunidad de Benifasar – añade el informe de la organización –. Hemos contribuido en la solución de algunas de sus necesidades, canalizando y mandando donaciones, así como también prestando apoyo por medio de la orientación, acompañamiento y soporte jurídico en temas complejos que requerían ayuda. De este modo hemos materializado nuestra vocación de ayuda a las comunidades en todo aquello que necesiten, no solo en los aspectos económicos», explica esta Fundación.
La Fundación invita a visitar la única cartuja femenina del mundo hispano y a mostrar el aprecio de los cristianos a estas mujeres que dedican su vida a encomendar a Dios nuestras intenciones en medio del «gran silencio».
En este vídeo puede descubrir detalles poco conocidos sobre la vida de las cartujas:
En este enlace puede consultar más información sobre la Cartuja de Benifasar (chartreux.org)