Las misiones han sido desde hace siglos, pequeños reductos de paz, esperanza y amor a Dios, en los lugares más deprimidos y peligrosos del planeta. Hombres y mujeres, a lo largo de los años, han optado por esta vida, aún sabiendo los riesgos que comporta.
No son pocas las personas que se acumulan en una trágica lista de mártires. Religiosos y religiosas que solo quisieron dar de comer al hambriento, sanar al enfermo y seguir el ejemplo de Cristo. Y hacer ellos de ellos mismos un ejemplo de caridad cristiana. A pesar de que, en el camino, se encontraran el martirio y la muerte.
Ese fue el destino de las cuatro mártires del Congo, Olimpia Gorostiaga Ochagavía, Justa Álvarez Yaven, Cándida Eslava Sola y Buen Consejo de Prado Zorita.
Las Hermanas Misioneras Dominicas del Rosario habían surgido en Perú, gracias al impulso del padre Ramón Zubieta y la religiosa española María Ascensión del Sagrado Corazón de Jesús . Con los años, su misión se extendió por medio mundo, llegando a muchos países, entre ellos a la colonia belga de El Congo. Cuando se habían instalado en la misión de Stanleyville, la actual Kisangani, en la primavera de 1960, pocos meses después, la colonia declaraba su independencia. Se iniciaba entonces un periodo convulso. Lejos de abandonar la zona, las misioneras permanecieron firmes ante las amenazas que llegaban.
Altercados, confusión, lucha entre facciones rivales, se sucedían a su alrededor, mientras que ellas continuaban haciendo su trabajo caritativo y evangelizador. Las hermanas no se plantearon en ningún momento abandonar a las personas a las que ayudaban quienes, por otro lado, también intentaban protegerlas y apoyaban de manera incondicional su proyecto misionero. Llegaron incluso a ofrecerles la posibilidad de abandonar la zona, y poder salvar así sus vidas. Pero las hermanas misioneras rechazaron esa opción.
La situación en la recién fundada República del Congo se fue complicando, llegando incluso a plantearse una intervención de la ONU. Las hermanas María Olimpia, María Justa, María Cándida y María del Buen Consejo, formaban parte de una de las cinco comunidades de las Hermanas Misioneras Dominicas del Rosario, que aglutinaban a una treintena de religiosas.
Las tres primeras procedían de Navarra, mientras que María del Buen Consejo era originaria de León. Todas ellas vivían inmersas en la labor diaria de hospitales y escuelas a los que acudían muchas personas necesitadas de la zona.
En el invierno de 1964, la situación era cada día más peligrosa y las religiosas eran plenamente conscientes del riesgo que corrían. Mientras algunas salvaron sus vidas, estas cuatro mujeres de gran coraje y amor infinito a Dios y a los demás, fueron encarceladas junto a otros misioneros a principios del mes de noviembre. Mientras fuerzas externas intentaban liberarlos, los rebeldes Simbas consiguieron retenerlos. Las cuatro hermanas fueron martirizadas, sufriendo todo tipo de vejaciones antes de ser ejecutadas, el 25 de noviembre de 1964.
Cuando finalizó el conflicto armado, las misioneras que habían sobrevivido, regresaron al que aún seguía siendo su hogar, las misiones del Congo. Rehicieron, reconstruyeron, volvieron a empezar y continuaron con su labor de ayuda a los congoleños que tanto las necesitaban.
Su misión, que aún sigue viva, es el mejor homenaje para aquellas cuatro mujeres que podrían haber huido y salvado sus vidas, pero decidieron abrazar su destino. Porque, por encima de todo, la misión era el lugar en el que debían estar.