"Una buena persona", la nueva película detrás de las cámaras del actor (y director ocasional) Zach Braff, recorre las mismas sendas trazadas por filmes como "To Leslie" y "Amores perros", es decir, el calvario que atraviesan las personas que intentan desintoxicarse de las drogas y/o el alcohol y las consecuencias para quienes sobreviven a un accidente de carretera.
Durante el prólogo, en apenas unos minutos de metraje, nos cuentan cómo le va a Allison (Florence Pugh): es feliz, está enamorada, se acaba de prometer con Nathan (Chinaza Uche) y mantiene una relación cordial con la familia de él, al menos con su hermana y su marido, padres de una adolescente llamada Ryan (Celeste O’Connor). En la escena crucial de este inicio Allison conduce su coche, con sus futuros cuñados dentro, cuando choca contra una excavadora. El matrimonio muere y ella sobrevive, pero con graves secuelas físicas que le ocasionan unos dolores brutales.
Después de los créditos introducen una elipsis. Ha transcurrido un año. Poco a poco recibimos información sobre los personajes:
Allison, para atajar el dolor del impacto y las intervenciones quirúrgicas, está enganchada a los medicamentos con receta (en este caso, la Oxicodona, un opiáceo muy adictivo que ha acarreado secuelas fatales en Estados Unidos); tras el accidente abandonó a su prometido, tal vez llevada por la culpa, aunque ella se considera inocente; no tiene trabajo y no logra reiniciarse; en suma, su vida es un desastre.
Ryan ha quedado a cargo de su abuelo, Daniel (Morgan Freeman), un hombre viudo, ex policía, ex alcohólico y torturado por la pérdida. Daniel es uno de esos tipos duros chapados a la antigua en cuyo interior conviven un gruñón y un osito de peluche. Su hijo Nathan vive en otra ciudad y no se llevan muy bien. Daniel quiere conectar con su nieta y recuperar al hijo que le queda.
Dolor, culpa, superación y redenciones
Un día Allison acepta acudir a Alcohólicos Anónimos para tratar su adicción. Allí se encuentra con Daniel, quien la consideraba responsable del accidente. El padre de Nathan ha vuelto a esta comunidad de ayuda porque le cuesta gestionar la pérdida de su hija, no sabe cómo manejar a su nieta y la tentación de beber es poderosa. Daniel quiere odiar a Allison, pero acepta tenderle una mano y ver qué ocurre. Más adelante confiesa que pensó: "Dios me está poniendo a prueba. Esto significa que hay un ser superior que me pone a prueba. Quiere ver si cederé. Pero le demostraré que soy inflexible. Voy a ofrecerle una mano a esta adicta lamentable y patética".
Lo que la película nos irá contando son esos episodios causados por el accidente: La ira de Daniel, pero también su intento de comprensión y la culpa por su mala conducta cuando era un alcohólico. El modo en que los personajes van aceptando que tienen que superarlo, dejar el pasado atrás y trabajar juntos con sus sentimientos. La aceptación de los propios errores. La frustración por no poder reparar los daños. Las malas decisiones. La necesidad de perdón. El autodesprecio. La amistad entre dos personas que comparten la misma pérdida. La dificultad para salir de una adicción cuando el problema no son sólo las pastillas, sino también el dolor emocional por haber sobrevivido a un accidente en el que murieron dos personas. El instinto de ayudar a los demás.
Durante el metraje conectamos con los personajes, sentimos empatía por ellos, queremos que sanen y que se rediman. En Hollywood se les da bien contar esta clase de historias de superación y redenciones. Sin embargo, en manos de Zach Braff el filme no es tan redondo como los que citamos antes… o como "The Way Back", que protagonizaba Ben Affleck y recomendamos aquí hace años: junto a escenas de gran altura en las que se mantiene la tensión y el director se toma su tiempo para mostrarnos la tragedia y las cicatrices, se nos muestran otras que rozan el melodrama propio de un telefilme.
Es difícil, cuando se filma un guión de estas características, no cruzar esa línea. A veces Braff la cruza y por ello el resultado es irregular. Lo que no impide que el espectador comprenda a esas personas heridas y le motiven sus derivas. Lo mejor del show queda en manos de sus protagonistas, Pugh y Freeman, demostrando otra vez su capacidad para ofrecer personajes complejos y llenos de registros.