Cuentan que una persona fue a consulta con un psiquiatra en la ciudad de París y después de relatar toda su tristeza y desilusión de la vida, el Psiquiatra le comentó que lo que le hacía falta era reírse y divertirse un poco más; para lograrlo, le aconsejó que fuera a ver un show del famoso payaso francés Garride. La persona le contestó : «Yo soy Garride».
Claro, el psiquiatra no identificaba a Gerar Borde como el payaso, pues no tenía su atuendo de actuación.
Lo que es importante destacar es que muchas personas viven aparentando una mayor felicidad y gusto por la vida de la que en realidad tienen. Es decir, llevan una vida doble, por dentro son infelices y simulan otra cosa. Tienen todo lo necesario para ser felices y no lo son. Algo les pasa que no encuentran gusto y satisfacción a pesar de lo que tienen.
Por esta misma razón se ha acuñado el término de «Síndrome Marilyn Monroe», que aunque no tiene un reconocimiento médico psiquiátrico, si describe muy bien lo que le acontece a muchas personas, que como la gran actriz que llegó a ser un símbolo de belleza y de atracción sexual, no son felices.
Síndrome de Marilyn Monroe
Se trata de una tendencia de muchas personas a aparentar públicamente una cosa e, interiormente, tener muchas inseguridades y dificultades emocionales.
Este síndrome describe a muchas mujeres que tienen baja autoestima y viven agobiadas por buscar la aprobación externa. Llegan a necesitar de una constante validación del amor y afecto de las personas que las rodean; si no lo obtienen, se deprimen muy fácilmente. El espejo es su peor enemigo, pues insisten en no verse bien y, en consecuencia, los demás también las van a rechazar.
Son personas que también buscan captar la atención y ser admiradas por su apariencia física y su encanto personal; si no lo logran, se deprimen y sienten que no son aprobadas y reconocidas por los demás.
En el fondo, sienten mucha inseguridad emocional y viven de constantes altibajos, a veces con ansiedad y otras con frustración y enojo.
Son tan sensibles, que acaban siendo personas problemáticas y disfuncionales en sus relaciones con las demás personas. Incluso se llegan a obsesionar tanto por tener un galán, que sufren mucho porque no encuentran a una persona que las ame y las consienta, como ellas quieren.
Todo esto se complica aún más, si tienen sobre peso y rechazan su físico.
En la vida espiritual, solo somos una unidad indivisible, no hay más que un mismo amor que se da y recibe. Estar unido al Amor de Dios no permite vivir de apariencias, pues la genuinidad y honestidad impiden la hipocresía.
Dejar de simular
El síndrome de Marilyn Monroe, que se ha esparcido mucho, es simular estar bien, cuando en el fondo se sufre.
Suelen fingir que todo va bien y que no pasa nada. Cuando en realidad, están atormentados por su falta de fe, por una deuda, un conflicto familiar, una adicción o una depresión crónica.
Lo que nos lleva a querer aparentar lo que no es.
Y tiene varias causas. Una de ellas es el temor a que nuestra imagen se vea deteriorada por lo que los demás ven o piensan de nosotros. En general, no queremos que las personas nos vean fracasando, como perdedores o siendo vulnerables y frágiles. Además, le tenemos miedo al juicio y a la burla, cosa que resulta muy desagradable; y por ello, preferimos ocultar lo que nos pasa, para no dar de qué hablar.
Si dedicamos tanto tiempo y dinero a las prendas que nos ponemos, a los maquillajes que usamos, al arreglo del cabello y otras tantas cosas que se dirigen a vernos bien, por qué no dedicarnos a ser congruentes y a dar testimonio claro de que vivimos nuestra fe, también estando en manos de Dios y confiando en su santa voluntad.
Basta de querer dar una buena impresión, de que estamos bien, de que estamos contentos con nuestro matrimonio, el trabajo y los hijos; una impresión de que aquí no pasa nada y que todo está bajo control, cuando la realidad es todo lo contrario.
Simular no es la opción, es una manera de mentir. Te hago creer algo que en realidad no existe, para que tú te lo creas, pero que en realidad no hago más que ocultar mi falta de fe y gusto por la vida.
La vida cristiana es un testimonio de congruencia y honestidad, de no tener doble cara. Es ser de una sola pieza, consistente, y no ser candil de la calle y la oscuridad de tu casa. Es aprender a enfrentar tus problemas, buscar ayuda y resolverlos bien, sin andar fingiendo y queriendo persuadir a otros de que todo está bien. Cuando en realidad, eso no es cierto.
El verdadero amor a ti y a Dios no tiene doble cara ni se puede simular.