La historia de la Iglesia católica es riquísima, Dios siempre la ha proveído de las personas necesarias para encaminar a la humanidad hacia la salvación, y para ello, se ha valido del trabajo y la voluntad de hombres y mujeres extraordinarios que le han hecho inmenso bien a sus contemporáneos, dejando huella de su paso por la vida.
Basta con echar un ojo a la Sagrada Escritura para constatarlo. Y después de ella, tenemos el testimonio de los cristianos de todas las épocas para conocer los hechos de los seres humanos del pasado, quienes se han entregado y desgastado para evangelizar con su palabra y ejemplo, viviendo de maneras distintas, enfocados unos a la vida matrimonial, otros consagrados como religiosos y religiosas, unos más como sacerdotes, algunos otros conservando su soltería.
Y dentro de la economía de la salvación que Dios proyectó para nosotros, se encuentran los santos que han llevado el plan del Señor hasta las últimas consecuencias, muchos enfrentando incluso a las autoridades eclesiásticas, porque no comprendían la infinita providencia y sabiduría de Dios, que siempre está presente en la historia del hombre para darle lo que requiere para su salvación.
Las santas parejas fundadoras de la obra de Dios
Resulta un misterio que hombres y mujeres coincidan en sus caminos y, juntos, dediquen sus vidas a fortalecerse mutuamente y a hacer palpables los deseos del Señor, esto es, que juntos hayan sido inspirados por el Espíritu Santo para realizar la voluntad de Dios, quien en su infinita sapiencia, ha dotado al mundo de tantas órdenes, congregaciones, institutos y obras religiosas, para que hombres y mujeres de todos los tiempos dieran una respuesta generosa a Dios y resuelvan, por su medio, las necesidades de sus hermanos más pequeños, surgiendo por todo el planeta religiosos y religiosas misioneros, maestros, enfermeros, cuidadores de niños y ancianos, en fin, la mies es mucha y los trabajadores son pocos (Mt 5, 39-38), sin embargo, el Señor siempre hace surgir vocaciones y las sostiene con su amor.
Entre estos grandes, citaremos solo a cinco parejas de hombres y mujeres que demuestran al mundo que se puede tener amistad con el sexo opuesto, y, sobre todo, para trabajar por el reino de Dios.
1San Francisco y Santa Clara de Asís
Jóvenes nacidos en la misma ciudad que se convirtieron en grandes amigos y decidieron enfrentar al mundo que les ofrecía placeres para cambiarlos por la hermana pobreza. Juntos fundaron la Orden Franciscana de hombres y mujeres, San Francisco la Orden de los Frailes Menores y Santa Clara, la rama femenil que lleva su nombre: las clarisas.
2Santa Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz
Aunque la Orden del Carmelo se fundó en el siglo XIV, su relajación hizo surgir a dos grandes santos que se dedicaron a corregir los errores y promover su reforma, enfrentando muchas dificultades. Estos valientes fueron Santa Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz, juntos y con otros que se les unieron, fundaron los Carmelitas descalzos o Teresianos.
3San Francisco de Sales y Santa Juana Francisca de Chantal
Ella, viuda con varios hijos, vivió con su suegro, hombre déspota y autoritario, por lo que buscó auxilio espiritual y lo encontró en San Francisco de Sales, un gran hombre que supo ver en Juana las cualidades de fundadora de una congregación para ayudar a los enfermos: orden de la Visitación de Santa María.
4San Vicente de Paúl y Santa Luisa de Marillac
Otra mujer viuda que apoyó en sus obras a su amigo, San Vicente de Paúl, y que fue dirigida espiritualmente por él. 30 años después de haberse conocido y de trabajar juntos en obras piadosas y de caridad, fundaron juntos la congregación de las Hermanas de la Caridad, conocidas también como hermanas Vicentinas, que actualmente tienen una rama seglar.
5San Juan Bosco y María Mazzarello
María encabezaba una misión en su pueblo, donde con un grupo de amigas, todas Hijas de María Inmaculada, se dedicó a enseñar a leer, escribir, coser y amar a Dios a las niñas más necesitadas. San Juan Bosco se dió cuenta de la estatura espiritual de esta joven y le encomendó la dirección del Instituto de las Hijas de María Auxiliadora, convirtiéndose en la primera Superiora, sor María Mazzarello.