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Conócete, acéptate, supérate, dijo San Agustín en el siglo V

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Mónica Muñoz - publicado el 22/09/23
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Agustín, gran santo del siglo quinto, tuvo una vida colmada de experiencias de toda clase y daba consejos tan actuales como si se tratase de un "coach" de la actualidad

Vivimos una época en la que está muy de moda la superación personal, lo que no es extraño, ya que los conflictos internos están a la orden del día. Los "coaches" de vida tienen trabajo al por mayor, como si no existiera ningún otro antídoto contra el vacío existencial que sufren los seres humanos gracias a la ansiedad, el deseo de reconocimiento y la prisa por ganar fama y fortuna, que es una constante entre las personas del siglo XXI.

Por eso, llama la atención que pensemos que lo que nos ocurre es novedad, sin entender que el mundo ha atravesado por etapas semejantes desde siempre, y que la vida pierde sentido cuando el hombre se deja influir por ideologías distintas a la fe en Cristo. San Agustín fue una excelente muestra de cristiano ejemplar, que vivió para combatir las herejías de su tiempo, defendiendo con su privilegiada mente las enseñanzas de Jesucristo y dando forma al conocimiento divino, para que todo el mundo tuviera acceso a él, pero de manera correcta.

Mente brillante, carne débil

Agustín fue un joven sumamente inquieto, a los 18 años tuvo un hijo sin casarse, amaba al niño pero no deseaba el matrimonio; el futuro Padre de la Iglesia lucho contra sí mismo durante muchos años, hasta que entendió que su naturaleza sensual le exigía vivir en castidad, como lo demuestra otra de sus frases: «Casarse está bien. No casarse está mejor», sabedor de que se trataba de un distractor para su sed de conocimiento.

Supo «de qué pie cojeaba» - es decir, se conoció a sí mismo - , puso remedio a su situación, sabedor de que por sus propias fuerzas no lo lograría, porque en su proceso de conversión pedía a Dios la castidad, «pero todavía no», y no fue sino hasta que escuchó la voz de un niño decir «toma y lee» que, asiendo la Sagrada Escritura, abrió al azar y leyó este pasaje de San Pablo:

«Como en pleno día, procedamos dignamente: basta de excesos en la comida y en la bebida, basta de lujuria y libertinaje, no más peleas ni envidias» (Rom 13,13).

Luego de este encuentro con el Señor, se aceptó y se superó. Sus Confesiones son el resumen de una vida de pecado y redención, donde el protagonista siempre será Dios, que quiere la salvación de todos los seres humanos.

Confesión: la mejor terapia

Reflexionando en la experiencia del Obispo de Hipona, podemos sacar varias enseñanzas para nuestra vida:

"Conócete"Examen de conciencia

Para conocerse a sí mismo, existe un método muy efectivo: realizar un examen de conciencia. En él podremos revisar, palmo a palmo, nuestras actitudes frente a los retos y problemas, siendo sinceros y sin atenuar la responsabilidad de nuestros actos, como lo hizo San Agustín.

"acéptate"amemos nuestra persona

Somos pecadores y tenemos defectos, eso no nos hace menos dignos ni menos importantes que nadie. Aceptemos la realidad y con ella, amemos nuestra persona, que es obra de Dios. El perdón que Dios nos otorga cada vez que nos reconciliamos con Él nos da la certeza de que al Señor lo único que le interesa es que estemos cada vez más cerca de la meta, que es el cielo. Acojámonos a su protección.

"supérate"esfuerzo diario

Ciertamente, estamos en camino de santificación; día a día hay una nueva oportunidad para comenzar nuevamente, por eso, hay que superarnos y ser mejores que ayer. No nos quedemos en la mediocridad, busquemos escalar un poco más en la búsqueda de la perfección, que eso se consigue a diario y con esfuerzo, voluntad y oración.

Y un último consejo: San Agustín llegó a la verdad con mucho estudio y reflexión. Así como el cuerpo requiere comida, la mente y el espíritu también necesitan alimento.

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