En nuestros días, las redes sociales han creado una percepción generalizada de la propia visibilidad. Un ejemplo de esto es el concepto de ser un influencer, un modelo que cada vez más se presenta como ejemplo a seguir. Nos hemos empezado a acostumbrar a la idea de hacer todo lo que esté a nuestro alcance por obtener visibilidad.
Esta dinámica se ha convertido en el sello distintivo de nuestro tiempo y representa todas aquellas situaciones de la vida en las que estamos dispuestos a todo para obtener aprobación, y quizás, una posición que pueda asegurarnos prestigio y admiración.
Por el contrario, las palabras de Jesús en su Evangelio nos hablan de estar en los últimos puestos, de ser humildes, de no buscar ser vistos ni reconocidos. Parece ser que el camino que nos acerca a Cristo es el de la pérdida, el de dar sin esperar reciprocidad, aplauso o gratificación, el de servir humilde y silenciosamente sin buscar visibilidad y reconocimiento.
Permanecer detrás
Muchos de nosotros quisiéramos mantener esta dinámica humana de la búsqueda del éxito y de la visibilidad, incluso en nuestra relación con Dios. Como seres humanos tendemos a tener la misma actitud que Pedro, a veces incluso poniéndonos delante de Jesús. Sin embargo, Él nos recuerda que el discípulo es quien camina detrás del maestro, porque debemos aprender a caminar también por aquellas calles donde, solos, no habríamos decidido ir.
Ponernos detrás del maestro significa, por tanto, negarnos a nosotros mismos, es decir, dejar de lado nuestro ego con sus ambiciones. Es una actitud que hoy se vuelve cada vez más rara y difícil, porque vivimos en una cultura que empuja, por el contrario, a ponernos en el centro y propone como modelos a aquellos que hacen de sí mismos un producto para vender y ser vistos.
El yo o la cruz
Jesús nos pide, a nosotros como discípulos, renunciar al reconocimiento y a aprobación, pues de esta manera dejaremos más espacio a la cruz. Solo quien se despoja de su ego puede tomar la cruz de cada día. La cruz entendida, no como la desgracia que puede caer sobre nosotros, sino la cruz como la lógica del Evangelio, el modo de pensar de Jesús: cuanto más perdamos un poco de nosotros mismos, más podremos hacer espacio para lo más auténtico de nosotros. Cuánto menos "nos vean" podremos ser más creíbles, más libres, más felices y así dejar entrar más a Jesús.
No se trata de no querer nada para nosotros, ni de dejarnos de lado; se trata de poner nuestro valor y significación en la mirada de Dios y no en la que nos pueda dar el mundo. Si buscamos solo ser vistos, terminaremos siguiéndonos a nosotros mismos, y sí, tal vez disfrutemos de la aprobación del mundo por un tiempo, pero habrá muy poco de Dios en nuestra vida. Si aceptamos perdernos a nosotros mismos, tal vez no tendremos el aprecio del mundo (incluso habiéndolo merecido) pero habremos ganado la unión con Jesús y nuestras relaciones humanas serán cada vez más auténticas.
"La humildad delante de Dios nos ayuda a la confianza, pues humildad es conocimiento de sí mismo, y ¿quién que se conozca a sí mismo, puede esperar algo de sí? Loco sería si no lo esperase todo de Dios" (San Rafael Arnaiz).