Durante la Misa, en el momento de la consagración, se invita a los fieles a permanecer arrodillados "a menos que su estado de salud, la pequeñez del lugar, el gran número de participantes u otras justas razones lo impidan", indica la Instrucción General del Misal Romano (IGMR, n.43). No se trata de una obligación. Cada persona es libre de decidir qué hacer.
El Catecismo de la Iglesia Católica también afirma que es posible "inclinarse profundamente" en lugar de hacer la genuflexión (CEC 1378). Pero, ¿por qué hacerlo en el momento de la consagración?
Un gesto de adoración al Señor
La consagración de las especies eucarísticas comienza con la epíclesis (del griego "llamado"), cuando el sacerdote coloca las manos sobre las ofrendas e invoca al Espíritu Santo. A continuación se recita la Institución. En este momento, el sacerdote recuerda las palabras de Cristo cuando instituyó la Eucaristía en la Última Cena el jueves por la noche (Lc 22, 19-20).
"Luego tomó el pan, dio gracias, lo partió y lo dio a sus discípulos, diciendo: 'Esto es mi Cuerpo, que se entrega por ustedes. Hagan esto en memoria mía'. Después de la cena hizo lo mismo con la copa, diciendo: 'Esta copa es la Nueva Alianza sellada con mi Sangre, que se derrama por ustedes'".
Los fieles que lo deseen se arrodillan. Por último, está la doxología, el momento en que el sacerdote dice: "Por Él (Cristo), con Él y en Él…". Expresa la glorificación del Señor ("doxa" en griego significa gloria, de ahí "doxología"). Este momento se ratifica y concluye con la aclamación del pueblo: "Amén".
Permaneciendo de rodillas durante toda la consagración, los fieles manifiestan su adoración a Jesús. El Catecismo de la Iglesia Católica afirma lo siguiente:
"El culto de la Eucaristía. En la liturgia de la Misa, expresamos nuestra fe en la presencia real de Cristo bajo las especies del pan y del vino, entre otras cosas, doblando las rodillas o inclinándonos profundamente en adoración al Señor.
Un acto de humilde reconocimiento ante el milagro de la Eucaristía
La Iglesia católica ha rendido y rinde este culto de adoración que se debe al sacramento de la Eucaristía no solo durante la Misa, sino también fuera de su celebración: conservando con el mayor cuidado las hostias consagradas, presentándolas a los fieles para que las veneren con solemnidad, llevándolas en procesión" (CEC 1378).
Por eso la Iglesia recomienda este gesto. La enormidad del milagro que se realiza ante nuestros ojos no merece menos que un signo de humilde reverencia, por eso, si no existe ningún impedimento de edad o salud, hay que arrodillarse para adorar al Señor Jesús que se ha transformado en el pan y en el vino.
Pero, una vez más, cada fiel es libre de expresar su adoración a su manera.