Vivir con otras personas siempre será un reto debido a que todos somos distintos y pensamos diferente, aunque pertenezcamos a la misma familia. Por eso, los problemas serán inevitables y debemos aprender a lidiar con ellos, porque es parte de nuestro crecimiento espiritual.
San Pablo lo sabía, pues él mismo enfrentó dificultades entre sus discípulos y los nuevos cristianos que, entusiasmados y llenos de fervor, creían que la santidad era cosa fácil, sin embargo, con el paso del tiempo y enfriándose los ánimos, se dieron cuenta del esfuerzo que implicaba ver a los demás con amor.
El Apóstol comenta en su carta a los Colosenses:
"Como elegidos de Dios, sus santos y amados, revístanse de sentimientos de profunda compasión. Practiquen la benevolencia, la humildad, la dulzura, la paciencia".
Esta comunidad había sido evangelizada por Epafras (Col 1, 7) así es que no conocían personalmente a Pablo, por eso él les escribe para animarlos y advertirles para que nadie los engañara.
Sopórtense unos a otros
Más adelante, san Pablo agrega:
"Sopórtense unos a otros y perdónense mutuamente cualquier queja que tengan. El Señor los ha perdonado; hagan ustedes lo mismo" (Col 3,13).
Esta recomendación pareciera tener un tinte negativo, pues tal como lo entendemos en la actualidad, soportar se toma como sinónimo de tolerar, de tener paciencia con la persona que, quizá, no nos cae del todo bien.
Sin embargo, también se refiere a sostener, es decir, ayudar a llevar el peso o la carga, que bien puede ser física o moral. Y en este caso, espiritual.
Amar al prójimo
Así mismo, ayudar a nuestros hermanos en la fe a vivir conforme a la voluntad del Señor es lo que nuestro Señor desea de quienes nos llamamos cristianos. Por supuesto, es muy complicado no tener dificultades, porque la forma en que cada quien ha llevado a cuestas su historia personal hace que muchas veces, las confrontaciones no sean muy amigables y las diferencias puedan más que las coincidencias.
Pero nuestra responsabilidad está en procurar poner en práctica las enseñanzas de Cristo y apegarnos a su voluntad, entendiendo nuestro testimonio debe coincidir con lo que san Pablo exhorta:
"Revístanse del amor, que es el vínculo de la perfección" (Col 3, 14).