El Catecismo de la Iglesia Católica, nos permite reconocer que todo aquel que quiera llegar a la meta, que es el cielo, necesita pasar por la cruz. En el número 2015 prosigue explicando que "no hay santidad sin renuncia y combate espiritual. El progreso espiritual implica la ascesis y la mortificación que conducen gradualmente a vivir en la paz y el gozo de las bienaventuranzas".
Mortificarse es hacerle entender al cuerpo que no manda sobre nosotros, sino que nuestro espíritu es más fuerte. De tal manera que cuando llegue el pecado, sepamos responder con un rotundo ¡No! Porque, con la ascesis y la mortificación, habremos ejercitado nuestra voluntad.
Siendo esta la clave para alcanzar la santidad, la mortificación se debe practicar cotidianamente. Ahí, en lo ordinario, es en donde se encuentra la oportunidad de fortalecer nuestro espíritu.
San Josemaría Escrivá, el santo que nos invita a santificar nuestro día a día, decía que hay que vivir con un espíritu de verdadera penitencia.
¿Cómo sé qué mortificación es la adecuada para mí?
Ahora que ya sabes en qué consiste la mortificación y por qué es tan importante, aquí te compartiremos algunos puntos de reflexión que te ayudarán a darle un sentido a tus ofrecimientos diarios, propuestos por san Josemaría Escrivá de Balaguer.
1Revisa tu día
Dedica unos minutos a analizar tus actividades cotidianas, desde que te levantas hasta que anochece.
Hacer un análisis de tu día te ayudará a saber qué áreas son importantes en tu vida y detectarás los lugares o personas que constantemente frecuentas.
Antiguamente, el desierto y la montaña eran puntos de encuentro con Dios, pues ahí se iba a hacer oración, ya que eran lugares alejados de todo lo demás. Hoy ve al desierto de tu habitación y dedica el tiempo para ver en qué puedes mejorar.
2En lo ordinario está la mortificación
A veces realizamos penitencias excesivas dañando nuestro cuerpo y alma; o por el contrario, ofrecemos a Dios cosas que en realidad no nos cuesta trabajo porque casi no las frecuentamos, por ello la importancia de mortificarnos en lo ordinario.
Puede ser algo simple, como el modo en que empiezas tu día. Quizá te cuesta trabajo levantarte a tiempo; en este caso, puedes ofrecer levantarte 10 minutos antes de lo que normalmente te levantas.
3En el trabajo
¿Cuántas veces te ha costado concentrarte en el trabajo y hacerlo con entusiasmo? San Josemaría, nos dice que ante la flojera o el desgano del trabajo, ofrezcas como mortificación el hacer tu trabajo "intenso, constante y ordenado; sabiendo que el mejor espíritu de sacrificio es la perseverancia en acabar con perfección la labor comenzada".
4Llena tu día de minutos heroicos
Cada minuto del día es una oportunidad para hacer el bien y acercarnos más a la mejor versión de nosotros mismos.
"En el cuidado de las cosas, que tenemos y usamos; en el afán de servicio, que nos hace cumplir con exactitud los deberes más pequeños; y en los detalles de caridad, para hacer amable a todos el camino de santidad en el mundo: una sonrisa puede ser, a veces, la mejor muestra de nuestro espíritu de penitencia".
Recuerda también aquel pasaje en el que Jesús nos invita a levantar el rostro y perfumarnos el cabello.
5Aléjate de lo que no te hace bien
Ofrece una mortificación alegándote de aquella amistad que sabes que no es beneficiosa para ti, que en lugar de llevarte al Cielo, te lleva por el camino equivocado.
Retírate de igual forma de aquellos lugares que no te llevan al bien, sino que te estancan y te invitan a ceder ante las tentaciones de pecar.
Recuerda que si ejercitas tu voluntad con pequeños actos de mortificación podrás cortar de raíz aquel o aquellos pecados que te generan vicios.
¡Ojo! Esto no es mortificación
El santo fundador de la Obra de Dios (Opus Dei) advierte sobre no caer en trampas o en aspectos que no fomentan una buena mortificación:
"En cambio, hijos míos, no es espíritu de penitencia el de aquel que hace unos días grandes sacrificios, y deja de mortificarse los siguientes. Tiene espíritu de penitencia el que sabe vencerse todos los días, ofreciendo al Señor, sin espectáculo, mil cosas pequeñas. Ese es el amor sacrificado, que espera Dios de nosotros".