En su audiencia general del 11 de mayo de 2011, Benedicto XVI demostró que el hombre es un ser de oración. Desde los tiempos modernos, esta evidencia antropológica ha sido cuestionada por el laicismo de nuestras sociedades, en las que la razón técnica ha equiparado falsamente religión con oscurantismo para desacreditar la fe de las personas en Dios. Sin embargo, Benedicto XVI señala que las tragedias del siglo XX han desvirtuado las pretensiones de la razón vencedora de querer construir un mundo sin Dios.
Levantar el velo sobre el enigma de nuestra existencia
Para el Papa teólogo, todas las grandes civilizaciones fueron religiosas. Y religión es sinónimo de oración a la divinidad. El hombre ve el universo y su propia existencia como un enigma que hay que descifrar. Por eso nos dirigimos a Aquel cuya trascendencia es capaz de iluminarnos. Pero no sólo el mundo exterior es enigmático para el hombre: él mismo es también un misterio a sus propios ojos. ¿Quién le revelará su destino, su vocación más profunda y el sentido de su presencia en la tierra? A través de la oración, espera obtener la iluminación dirigiéndose a un Ser más sustancial que él. En el fondo, intuye que no podrá responder solo a estas preguntas existenciales y metafísicas. Wittgenstein, el filósofo austriaco del siglo XX, recordaba que "rezar significa sentir que el sentido del mundo está fuera del mundo".
Es más, cuando entramos en nosotros mismos como el hijo pródigo de la parábola del padre misericordioso del Evangelio de Lucas (Lc 15,17), nos damos cuenta de que somos frágiles y dependientes. El hombre no se ha creado a sí mismo. Por eso, en medio de sus necesidades y de su debilidad intrínseca, tiene el reflejo de pedir ayuda al Todopoderoso para superar su finitud. Y esta solicitud se llama oración.
La oración, expresión de la Alianza entre Dios y el hombre
Sin embargo, Benedicto XVI señala que la oración no siempre es interesada. En efecto, al llamar primero al hombre hacia Sí, Dios hizo de él una criatura en la que inscribió el deseo de volverse hacia su Fuente divina. Santo Tomás de Aquino definió la oración como "la expresión del deseo del hombre por Dios". El hombre se siente atraído hacia el Ser que intuye en la base del mundo, pero también más allá de él. La oración es un impulso hacia el infinito.
Por último, el Papa Benedicto subraya un punto crucial: solo la revelación que Dios hace de sí mismo puede colmar el impulso humano de orar. Porque suscitando nuestra oración, Dios se asegura de que no terminemos en el vacío.
Incluso si olvidamos a nuestro Creador, Él nos lo recuerda constantemente, como nos dice la Biblia. La oración suscita un movimiento recíproco: del hombre a Dios y de Dios al hombre. Benedicto XVI concluye sosteniendo que la oración es la expresión más plena de la Alianza entre Dios y su criatura. Por tanto, está en el corazón de lo que constituye al hombre, en su ser más profundo.