No había un asiento libre este viernes en la estrecha sala de audiencias del tercer piso del Palacio Apostólico Lateranense. Religiosos y religiosas de hábito blanco o negro, adornados con la gran cruz roja de los Camilos, acudieron en gran número para asistir a la apertura oficial del proceso de beatificación de Alexandre Toé.
El primer paso hacia la santidad del burkinés se dio en este marco íntimo, al son de tambores y cantos. El acto jurídico de apertura, presidido por Mons. Paolo Ricciardi, delegado del cardenal vicario de Roma Angelo De Donatis, pudo resultar un poco árido, pero no así la corta vida del primer Siervo de Dios de Burkina Faso.
Alexandre Toé nació en 1967 en Boromo, Burkina Faso, de dos padres particularmente piadosos, Samuel y Judith. "Fue en esta familia donde mi fe y mis convicciones crecieron a pasos agigantados", escribió en su diario espiritual. Siguiendo el modelo de sus padres, el joven Alexandre era brillante en la escuela, servicial en casa y especialmente ferviente.
Fue en la escuela secundaria donde sintió por primera vez la llamada a seguir al Señor. Durante un retiro espiritual, quedó impresionado por el carisma de un sacerdote de la orden de los Clérigos Regulares para los Enfermos, llamados "Camilos" por el nombre de su fundador, san Camilo de Lellis. Entró en contacto con esta congregación y decidió ingresar en ella en 1987, tras obtener el bachillerato.
El amor recibido nos hace existir, pero el amor dado eleva nuestra existencia".
Continuó su formación en Uagadugú, dedicándose intensamente al estudio y a la búsqueda de su ideal de santidad. Su ideal de santidad se expresaba ante todo en la oración, en la que buscaba ser "sencillo con el Señor, como un amigo a su lado", pero también en su devoción al amor y al servicio fraterno, pues escribió que "el amor recibido nos hace existir, pero el amor dado eleva nuestra existencia".
"El pobre burkinés en la rica Roma"
Pero su salud se debilitó y, tras su ordenación diaconal, se vio afectado por una hepatitis, lo que llevó a sus superiores a enviarle a Roma en 1991 para recibir tratamiento y completar su formación. Como "pobre burkinés en la rica Roma" realizó este viaje, sin romper nunca el vínculo que le une a su pueblo.
Hizo su profesión espiritual en Roma en 1994, y luego regresó a Uagadugú, donde fue ordenado en 1995. Pero fue enviado de nuevo a la Ciudad Eterna, donde se hizo cargo de los postulantes de su orden. Murió de cáncer al año siguiente.
Pasó entre nosotros "como un fruto maduro que ha dejado una fragancia de santidad", confiesa emocionado el Padre Pedro Tramontin, Superior General de los Camilos, alabando el vínculo intrínseco al sufrimiento de "su corta e intensa vida religiosa", entregada por entero a Dios y al prójimo.
El postulador, el padre camilo Walter Vinci, subraya hasta qué punto el testimonio del padre Toé "habla a los jóvenes de hoy", en particular a los numerosos estudiantes africanos que acuden a Roma para formarse.
"No hizo nada extraordinario, pero vivió lo ordinario de forma extraordinaria", afirma este joven sacerdote italiano.
El orgullo del pueblo de Burkina Faso
En presencia del arzobispo de Uagadugú, monseñor Prosper Kontiebo, también religioso camilo, varios burkineses acudieron a la apertura de la causa. Fue el caso del provincial camiliano de Burkina Faso, el padre Pierre Yanogo, que recordó al "compañero de discernimiento vocacional muy sencillo, alegre y decidido" con el que tuvo la suerte de codearse en su juventud.
El acto tuvo eco incluso en el "país de los hombres íntegros", donde se encuentra actualmente el embajador ante la Santa Sede, Régis-Kévin Bakyono. La apertura del caso del padre Toé "es un motivo de orgullo para todo el pueblo de Burkina Faso", insiste, alabando el testimonio de un hombre que "se dedicó en cuerpo y alma al servicio de los enfermos" y su entrega constante a su país.
En lo sucesivo, el procedimiento prevé una investigación con vistas a elaborar un expediente sobre el padre Toé, con el fin de probar sus "virtudes heroicas". Se le considerará entonces "venerable" y posteriormente, si se reconoce un milagro, beato. Un segundo milagro conduciría a su canonización.