Si medimos los errores que cometemos en nuestra vida espiritual por los extremos en los que caemos, hay dos a los que debemos prestar atención: el hedonismo o el espiritualismo excesivo, para poder seguir el verdadero ejemplo de equilibrio que nos dio Jesús.
Hedonismo
El hedonismo significa centrarse en el placer y situarlo en el centro de la vida. No significa necesariamente centrarse explícitamente en el cuerpo, aunque de hecho son los placeres corporales los que, en última instancia, constituyen su propósito y significado.
No es raro que construyamos nuestro bienestar centrándonos en los deseos y pasiones corporales que nos controlan, que no necesariamente están relacionados con la esfera sexual. A veces son simplemente deseos de bienes diversos, comodidades sensuales o experiencias emocionales agradables.
Tales deseos, en sí mismos, no son malos. El problema comienza cuando empiezan a regir nuestra vida espiritual, la dominan y la subordinan. En tal situación, la espiritualidad se reduce a una especie de tapadera, una forma de justificación de las tendencias que reducen la felicidad al bienestar físico y miden la calidad de nuestra relación con Dios según la medida de nuestro bienestar. San Pablo llama a esto vivir "en la carne".
Espiritismo
En el lado opuesto está el error del espiritualismo excesivo. Aquí, a su vez, las necesidades y deseos del cuerpo son fuertemente marginados e incluso suprimidos en favor del reino del espíritu. Percibimos el cuerpo humano como un obstáculo para nuestra relación con Dios. Como mínimo, consideramos que no participa en ella de manera significativa.
Como resultado, en lugar de construir una unidad armoniosa entre el espíritu y el cuerpo, caemos en un fuerte dualismo que separa ambos órdenes. Identificamos el cuerpo con el mal y el pecado, y el espíritu con lo que es bueno, puro y bendito.
Se trata, por supuesto, de un error que se parece más a la herejía del gnosticismo que a una sana espiritualidad cristiana. Entonces, ¿cómo podemos encontrar el justo equilibrio entre estos dos extremos y configurar adecuadamente nuestra vida espiritual?
Cuidar de nosotros mismos
En cierto modo, la respuesta nos la dio el propio Jesús. Viendo el cansancio de sus discípulos al volver de un intenso ministerio, "les dijo: 'Venid vosotros solos a un lugar desierto y descansad un poco'. Porque eran muchos los que iban y venían, y no tenían tiempo ni para comer" (Mc 6, 31).
La palabra griega ἀναπαύσασθε (anapausasthe), que el evangelista san Marcos emplea en el texto, significa no solo "descansar", sino también -y quizá lo más importante- "reclinaros", "refrescaros".
Así pues, quiere decir que el tipo de descanso que nos aportará será alimento y "frescura" espiritual. Jesús se refiere al cuidado apropiado de las necesidades y deseos del cuerpo de una manera que no lo vuelva contra el reino espiritual, sino que lo ponga bajo su guía de nuevo, con mayor energía.
Porque hay un sabio principio en juego. Cada ser humano es una unidad de cuerpo y espíritu, y estos dos aspectos se condicionan mutuamente. Por lo tanto, no podemos excluir nuestro cuerpo en beneficio de nuestro espíritu, ni dar tanta prioridad a sus necesidades que las dominen.
Descansar y cuidar nuestro cuerpo sirve de "refresco" y "alimento", para que, como persona íntegra, podamos llevar a cabo nuestra misión y vocación a la felicidad en sabia armonía entre espíritu y cuerpo. En última instancia, el concepto cristiano de ascetismo consiste precisamente en esa armonía. Y, por tanto, parte integrante de ella debe ser también la capacidad de descansar.