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Madre Teresita: “Hay que conquistar el Cielo todos los días”

Hermanas inmaculatinas

La madre Teresita tiene dos décadas y media en la Congregación de las Hijas de la Santísima Virgen Inmaculada de Lourdes Franciscanas

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Jesús V. Picón - publicado el 15/04/24 - actualizado el 08/08/24
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La madre Teresita, hermana inmaculatina sabe que conquistar el cielo es algo de todos los días. Su vocación ha sido un camino cuesta arriba pero lleno de amor y felicidad

La madre Teresita, de 39 años de edad, tiene ya dos décadas y media en la Congregación de las Hijas de la Santísima Virgen Inmaculada de Lourdes Franciscanas y tiene claro que el Cielo se conquista diariamente. 

Dice de sí misma: "Soy la novena de doce hijos. Entré en la vida religiosa cuando era muy joven. Comencé a sentir que el Señor quería algo distinto para mí, porque lo más común en mi familia está en torno al sacramento del Matrimonio. Sin embargo, el Señor me ha pedido algo diferente, un desposorio místico".

La familia, un campo fértil para la vocación

Antes de entrar en la adolescencia, Teresita no había sentido un llamado religioso, sin embargo, percibe que la dinámica de su familia constituyó un campo fértil para que Dios despertara la inquietud por una vida centrada en Él: "En el núcleo familiar puedo contemplar el favor de Dios, que se detiene frente a mí para llamarme a la vida consagrada, específicamente como religiosa Inmaculatina".

"Nací en una familia religiosamente estable, es decir, en una familia practicante de la religión, una familia que ama la Eucaristía, que procura los sacramentos y que establece muchos de sus proyectos, de sus objetivos, en torno a su relación con Dios".

Un camino no tan fácil

"La inquietud de la vida consagrada inició en mí a los 12 años a través de una misión que realizaron las hermanas Inmaculatinas a la comunidad donde vivían mis abuelos maternos (...) es así que conocí lo que ahora me ha hecho tan feliz y tan plena: la vida religiosa en esta congregación de hermanas Inmaculatinas".

Su ingreso a la vida consagrada no fue del todo sencillo, a su padre le costó mucho aceptar su vocación. Pero ella era una niña soñadora y aún creía que "en el futuro era posible vestirme de azul".

"Era un sueño inalcanzable, pero era un sueño en el que trabajaba todos los días. Me gustaba salir en medio de la naturaleza, en la soledad, y preguntarle a Dios por qué no podría ingresar a la Congregación, por qué mi papá no tenía ese deseo de poderme dejar partir en busca de lo que hacía latir de prisa mi corazón".

Ella recuerda que durante su infancia fue muy consentida por papá, "creo que esta falta de apoyo de su parte me dolía y me lastimaba. De repente los seres que más amas son las personas que pueden llegar a hacer más pesado el proceso de la vocación". 

La resistencia de su papá duró muchos años, desapareció poco antes de hacer sus votos perpetuos. "Nunca fue duro, pero siempre tenía preguntas así: '¿Cuándo se termina?', '¿Cuándo regresas a casa?', ';¿Ya te diste cuenta de que por ahí no?'".

"Y un día le pregunté a mi padre, en medio de un diálogo maravilloso que recuerdo con tanto cariño: '¿Por qué no quieres que esté en la vida religiosa?'. Y me llamó mucho la atención su respuesta: él no quería que sufriera. Para él las religiosas eran personas que, en medio del sacrificio, sufrían mucho. Él no quería que pasara hambre, no quería que tuviera frío o que me fuera a pasar algo. Entonces entendí que el único motivo por el que papá se había resistido tanto era un elemento esencial para poder yo seguir en la vida religiosa: el amor. Aquel amor que transforma, que supera las adversidades. Aquel amor que no desea otra cosa sino el bien para el ser amado".

La madre Teresita se da cuenta, sin embargo, de que toda esa dificultad acabó por derivar en una bendición: "Hoy puedo decir 'gracias, papá', porque esa resistencia me ayudó a sacar las fuerzas de Dios para poder decirle sí a este proyecto tan extraordinario".

El carisma de las Inmaculatinas

La madre Teresita considera que la vida religiosa ha sido un regalo extraordinario "de las manos de la Trinidad puesto en su miseria" porque considera que, aunque hay personas más capacitadas que ella, Dios detuvo su mirada profunda en ella.

El carisma de su familia religiosa se basa en el mensaje de la Virgen Inmaculada de Lourdes: oración y penitencia. Para ello, sirven a los más necesitados. 

Y explica la madre Teresita: "Cuando hablamos de los necesitados, desde nuestro carisma, nos referimos a los que son necesitados materialmente, pero también a las necesidades espirituales. Hay elementos interesantes dentro de este carisma de nuestra congregación: la vivencia del mensaje de Lourdes, la oración, la penitencia y el experimentar nuestra consagración desde la contemplación de Cristo Salvador; el propagar el culto a la Virgen María, especialmente en su advocación de Lourdes, abrazando la caridad, la obediencia, la pureza, el amor al recogimiento, a la oración, y el celo por la salvación de las almas".

"Creo que nuestro servicio en la Iglesia es muy hermoso, no porque en otras Congregaciones no lo sea, pero creo que el Señor enamora nuestra alma a través del carisma. Me ha tocado hacer la experiencia en distintos lugares y ha sido una experiencia muy rica en contenido pastoral, pero también en fortalecimiento de esta vocación que Dios me ha regalado y que he tratado de custodiar y de cuidar con mucho cariño".

No duda en afirmar que: "Si el Señor volviera a pasar y me volviera a hacer la propuesta de seguirlo, volvería a decirle que sí". 

Y agrega: "Dios me lo ha dado todo para que lleve a buen término esta misión. Ahora me encuentro viviendo en Querétaro, pero he tenido la oportunidad de estar en distintos lugares como misionera Inmaculatina, lo cual guardo en el corazón como un tesoro grande que ha fortalecido mi amor a la vida consagrada y a mi Esposo crucificado y resucitado".

Todos contamos con un llamado universal,

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Su experiencia como misionera ha llevado a la madre Teresita a pensar cada vez más en las realidades últimas, como son la muerte, el Purgatorio y el Paraíso.

"Pensar en el Paraíso se ha convertido para mí en algo continuo, y me atrevo a decir, sin afán de presunción, que desde niña he pensado que hay un lugar más allá de lo que pueden tocar mis manos, de lo que pueden ver mis ojos, de lo que pueden escuchar mis oídos, de los que pueden saborear mis labios, de lo que puede ser percibido por mis cinco sentidos".

Considero que todos contamos con un llamado universal, que el código de la santidad en la vida personal está inscrito en el corazón de Cristo, porque el Señor quiere que seamos santos como su Padre es santo".

La hermana Teresita afirma que, quienes acogen el don de de la santidad, viven felices, sin importar las condiciones que se presenten en sus vidas y añade: "Mantienen sus pies en la tierra sin quedarse en ese lugar, sino manteniendo los ojos fijos en la eternidad".

A la conquista del Cielo

Dice la madre Teresita: "Yo creo que la conquista del Paraíso es una conquista cotidiana. Me caigo diez veces y diez veces me pongo de pie para pedir al Señor que me abrace como Buen Pastor, con su misericordia, y que me regrese al redil"

Sin dudarlo, la hermana afirma que vale la pena conquistar el Cielo, y hacer todos los días, renunciando a lo efímero y pasajero, pues "el último momento, y el más importante, es llegar a la presencia de Dios en nuestra historia cotidiana".

Y concluye esta misionera Inmaculatina:

"El Cielo no es económico. El Cielo no se vende en el mercado; se conquista con la virtud, con la lucha cotidiana, con la renuncia a nuestro propio querer. Fundemos nuestros proyectos en esa presencia de Dios y dejemos que se pierdan en el proyecto único y real que Dios tiene para nosotros".

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