Abnegación. El propio término puede evocar imágenes de un ascetismo severo y sombrío. De hecho, la abnegación suele ser uno de los conceptos más incomprendidos en la mayoría de las tradiciones.
En el catolicismo, lejos de tratarse de castigar y sufrir por sufrir, el ascetismo se concibe como una práctica liberadora que permite a los creyentes vivir una vida más plena: una vida con propósito, alejada de frivolidades innecesarias y, en última instancia, más cerca de Dios.
El que quiera venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame"
Los Evangelios están salpicados de referencias a la abnegación. En Mateo 16, 24, Jesús dice: "El que quiera venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame". No es una llamada a la miseria; es una llamada a centrarse.
Al igual que un escultor retira el mármol sobrante para revelar una obra maestra, la abnegación nos anima a despojarnos de lo innecesario, permitiendo que florezca nuestro verdadero yo.
No se trata de dañarse a sí mismo
San Agustín se hace eco de este sentimiento. En su Regla, escribe: "En la medida en que tu salud te lo permita, controla tus apetitos corporales mediante el ayuno y la abstinencia de comida y bebida".
Aquí, la abnegación no consiste en hacernos daño a nosotros mismos: Se trata de lograr un equilibrio: "en la medida en que", "mantener bajo control". Se trata de reconocer que la verdadera alegría no proviene de placeres fugaces, sino de una disposición firme del propio carácter.
El espacio lo llena Dios
Piénsalo así: Imagina que nuestros corazones tienen una capacidad limitada para el amor. Cuando están abarrotados de apegos a posesiones materiales, deseos mundanos o incluso egocentrismo, hay menos espacio para que el amor de Dios los llene.
La abnegación nos ayuda a limpiar nuestro corazón, a desprendernos de lo que realmente no importa y a dejar espacio para una relación más profunda con nosotros mismos, con Dios y con nuestro prójimo.
Una abnegación sin apegos
Está claro que la abnegación no significa vivir una vida desprovista de alegría. Se trata de vivir una vida más "magra", en la que la auténtica felicidad no dependa de circunstancias externas. De hecho, la abnegación solo significa negarse a hacer aquello que, en última instancia, disminuirá nuestra capacidad de amar y hacer lo correcto.
En ese sentido, la práctica de la abnegación se convierte en un viaje de liberación. Al soltar los apegos que nos agobian, nos liberamos para centrarnos en lo que de verdad importa: servir a Dios, amar al prójimo y vivir una vida con propósito.
Es una práctica que fortalece nuestra determinación, afina nuestro enfoque y, en última instancia, nos permite experimentar la plenitud de la vida que Dios quiere para nosotros.