Existe un dicho popular que reza que nadie es monedita de oro para caerle bien a todos; y es verdad. Somos tan distintos que es imposible que toda la gente nos simpatice, pues también los temperamentos y caracteres varía de persona a persona. Por eso, la propuesta de orar por ellos suena extraño.
Porque incluso en nuestra propia familia se dan casos en los que nos llevamos mejor con algunos y con otros chocamos irremediablemente, sin saber por qué.
Pero cuando se trata de gente ajena a nuestro entorno familiar, ocurre que la antipatía puede transformarse en rivalidad, y en algunos casos que no deberían admitirse entre cristianos, hasta podrían llegar al odio.
Nuestro Señor tampoco fue querido por todos
Nos damos cuenta por los Evangelios que el mismo Jesús fue atacado hasta la muerte, porque sin duda los fariseos lo veían con malos ojos. Por eso entendemos que no a toda la gente le gustaba escucharlo, y mucho menos verlo, porque despertaba conciencias, a la par que envidias.
¿Qué nos hace pensar, entonces, que seremos distintos?
Hay que percibir las dos caras de la misma moneda: Hay quienes nos disgustan, pero también nosotros resultamos pesados para otros.
¿Y si esa persona me ha hecho daño?
La prueba de fuego viene cuando la persona no solamente nos desagrada, sino que nos ha hecho daño. Humanamente, desearemos venganza y que toda clase de males caiga sobre ella. Pero el deseo de Dios y su plan para nosotros es distinto.
El Señor Jesús lo aclaró:
"Pero yo les digo a ustedes que me escuchan: Amen a sus enemigos, hagan el bien a los que los odian. Bendigan a los que los maldicen, rueguen por lo que los difaman. Al que te pegue en una mejilla, preséntale también la otra; al que te quite el manto, no le niegues la túnica. Dale a todo el que te pida, y al que tome lo tuyo no se lo reclames. Hagan por lo demás lo que quieren que los hombres hagan por ustedes"
El reto de Cristo para nosotros
¡Qué difícil tarea! pero el Señor la complica aún más:
"Si aman a aquellos que los aman, ¿qué mérito tienen? Porque hasta los pecadores aman a aquellos que los aman. Si hacen el bien a aquellos que se lo hacen a ustedes, ¿qué mérito tienen? Eso lo hacen también los pecadores. Y si prestan a aquellos de quienes esperan recibir, ¿qué mérito tienen? También los pecadores prestan a los pecadores, para recibir de ellos lo mismo".
Pero hay una recompensa
Aunque el que nos haga mal nos cause sufrimiento, debemos curarnos con amor:
"Amen a sus enemigos, hagan el bien y presten sin esperar nada en cambio. Entonces la recompensa de ustedes será grande y serán hijos del Altísimo, porque él es bueno con los desagradecidos y los malos"
Así, el mismo Señor Jesús nos puso la muestra cuando en la cruz oró a su Padre diciendo:
"Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen" (Lc 23, 34) .
Así pues, oremos por los que nos desagradan, nos caen mal o nos han dañado, la recompensa será grande y el bien que les hagamos pidiendo por ellos los ayudará a alcanzar la conversión, porque Dios nos ama a todos por igual. Hagamos lo mismo.