A partir del siglo XIII, los Papas empezaron a distinguir a santos específicos que eran maestros ejemplares en diversos temas teológicos o espirituales de la Iglesia. Estos santos y santas recibieron el título oficial de "Doctores", que procede de la raíz latina docere, que significa "enseñar".
Los primeros doctores
Los primeros santos que recibieron este título tras su muerte fueron san Gregorio Magno, san Ambrosio, san Agustín y san Jerónimo. Todos ellos fueron fundamentales por sus aportaciones a la teología, la espiritualidad o los estudios bíblicos.
Tres doctores muy venerados en la Iglesia oriental son san Juan Crisóstomo, san Basilio y san Gregorio Nacianceno.
Finalmente, se desarrollaron tres criterios para declarar a un santo "Doctor de la Iglesia".
La Enciclopedia Católica los denomina "eminente erudición, alto grado de santidad y proclamación por la Iglesia". El proceso de proclamación se realiza en primer lugar mediante un decreto de la Congregación de Ritos Sagrados, que luego es aprobado por el Papa.
La lista de Doctores, relativamente pequeña en comparación con la amplia nómina de santos a lo largo de los siglos, se ha diversificado con el paso de los años y ha incluido cada vez más a mujeres.
Hay cuatro doctoras
Un total de cuatro mujeres son consideradas doctoras: Santa Teresa de Ávila, Santa Catalina de Siena, Santa Teresa del Niño Jesús y Santa Hildegarda de Bingen. Lo interesante es que Santa Teresa solo escribió un libro en vida, su autobiografía. Sin embargo, se le considera Doctora de la Iglesia y fue la única santa a la que el Papa Juan Pablo II declaró Doctora durante sus 26 años de pontificado.
Su legado espiritual fue considerado extraordinario y Juan Pablo II explicó cómo "A pesar de su formación inadecuada y de la falta de recursos… [ella] posee una sabiduría extraordinaria y con su doctrina ayuda a tantos hombres y mujeres de todos los estados de la vida a conocer y amar a Jesucristo y su Evangelio".
Los últimos doctores
Durante su pontificado, el Papa Benedicto XVI eligió a san Juan de Ávila y a santa Hildegarda de Bingen para este título y hasta ahora el Papa Francisco ha nombrado a san Gregorio de Narek y a san Ireneo de Lyon.
Así que, aunque estos doctores no puedan curar una pierna rota, sí que son capaces de arreglar un corazón roto y llevarlo más cerca de Dios.