Orar es necesario como la propia respiración, porque si no lo hacemos, morimos. Y no se trata de una figura poética, es algo tan real como que fuimos hechos por Dios y para Dios.
Por eso, debemos hacer espacio en nuestro día para orar, aunque nuestra agenda esté saturada.
Entonces, ¿por qué nos cuesta tanto orar?
Dice el Catecismo de la Iglesia católica:
"La oración es un don de la gracia y una respuesta decidida por nuestra parte. Supone siempre un esfuerzo"
La oración es un combate
El ser humano es complejo, tenemos muchos distractores y además, hay alguien interesado en separarnos de Dios:
"Los grandes orantes de la Antigua Alianza antes de Cristo, así como la Madre de Dios y los santos con Él nos enseñan que la oración es un combate. ¿Contra quién? Contra nosotros mismos y contra las astucias del Tentador que hace todo lo posible por separar al hombre de la oración, de la unión con su Dios".
Orar debe ser un hábito
Así como cultivamos hábitos para aprovechar mejor nuestra vida, como hacer ejercicio y llevar una buena dieta, también debemos habituarnos a orar. Y para ello, hay que romper con costumbres y prejuicios, porque:
"Se ora como se vive, porque se vive como se ora. El que no quiere actuar habitualmente según el Espíritu de Cristo, tampoco podrá orar habitualmente en su Nombre. El 'combate espiritual' de la vida nueva del cristiano es inseparable del combate de la oración".
¿Cómo lograrlo?
Por supuesto, debemos hacernos el propósito para orar, pero también es necesario encontrar esos momentos muertos que todos tenemos durante la jornada, en los que podríamos aprovechar para hablar con Dios.
Porque es más sencillo de lo que parece: simplemente, dirijamos nuestro pensamiento al Señor. En lugar de hablar solo, habla con Él. Cuéntale qué harás, tus penas, tus alegrías; dirígete al Señor en todo momento.
Claro que hay que aprender las oraciones y sacramentales a través de los cuales la Iglesia dispensa gracias e indulgencias, como ocurre con el rezo del santo rosario.
Pero ante todo, dispongamos nuestro corazón para que sea Dios el que habite en él, recordando que:
"Orar es siempre posible: El tiempo del cristiano es el de Cristo resucitado que está con nosotros 'todos los días' (Mt 28, 20), cualesquiera que sean las tempestades (cf Lc 8, 24). Nuestro tiempo está en las manos de Dios" (CEC 2743).