Aunque a veces pueda parecer que la música en Misa es simplemente ruido de fondo, la Iglesia cree que debe ser mucho más que eso. De hecho, la Iglesia llega a decir que la música es un "tesoro" mayor que las imágenes sagradas que nos rodean en la Misa.
La música como tesoro
El Catecismo de la Iglesia Católica es el lugar en donde vemos que la Iglesia pone un gran énfasis en la música en la liturgia:
"La tradición musical de la Iglesia universal es un tesoro de valor inestimable, superior incluso al de cualquier otro arte".
Nuevamente, el Catecismo cita Sacrosanctum Concilium, un documento del Concilio Vaticano II centrado en la liturgia.
Una de las principales razones por las que la Iglesia da tanta importancia a la música es que ésta forma parte integrante del culto:
"…La razón principal de esta preeminencia es que, como combinación de música sagrada y palabras, forma parte necesaria o integral de la liturgia solemne". La composición y el canto de salmos inspirados, a menudo acompañados de instrumentos musicales, ya estaban estrechamente vinculados a las celebraciones litúrgicas de la Antigua Alianza. La Iglesia continúa y desarrolla esta tradición: "Dirigíos unos a otros salmos, himnos y cánticos espirituales, cantando y salmodiando al Señor de todo corazón". "El que canta reza dos veces".
Elevando las almas a Dios
Además, la música tiene el potencial de decir una gran cantidad de simbolismo, elevando nuestras almas a Dios por sus palabras que coinciden con las acciones litúrgicas:
"El canto y la música cumplen su función de signos de manera tanto más significativa cuanto que están "más estrechamente relacionados…. con la acción litúrgica", según tres criterios principales: la belleza expresiva de la oración, la participación unánime de la asamblea en los momentos señalados y el carácter solemne de la celebración. De este modo participan en la finalidad de las palabras y acciones litúrgicas: la gloria de Dios y la santificación de los fieles".
Moviendo a la oración
A continuación, el Catecismo cita las Confesiones de san Agustín como prueba de cómo la música puede mover a una persona a la oración:
"¡Cómo lloré, profundamente conmovido por vuestros himnos, cantos y las voces que resonaban en vuestra Iglesia! ¡Qué emoción experimenté en ellos! Aquellos sonidos fluían en mis oídos destilando la verdad en mi corazón. Un sentimiento de devoción surgió en mi interior y las lágrimas corrieron por mi rostro, lágrimas que me hicieron bien".
Cuando la música sacra se hace bien y en armonía con la liturgia, tiene una gran capacidad para conducir nuestras almas hacia Dios.