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¿Qué feminidad quería Dios para la mujer?

SUN LIGHIT
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Edifa - publicado el 08/03/20
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Descubre en la Biblia lo que la mujer está llamada a ser para la humanidad

¿Misógina, la Biblia? ¡No, si entendemos el significado profundo de los textos! Las mujeres ocupan un lugar central en numerosas narraciones. Ellas muestran todas las posibilidades de inteligencia, coraje y también ternura de la mujer. Lo explica Anne-Marie Pelletier, exégeta y profesora de la Escuela Catedral de París, autora de varios trabajos sobre las mujeres en la fe cristiana.

En el Antiguo Testamento, desde el principio, la mujer ocupa el segundo lugar: ella es creadas después del hombre. ¿Entonces no hay paridad?

Dos evocaciones son esenciales. En primer lugar, si la Biblia es un libro sagrado, tiene la particularidad de revelar a Dios como aquel que se une a la humanidad allí donde ella está, tal como ella vive, con su generosidad y sus fallos.

Por lo tanto, no es sorprendente que el texto refleje en parte las injusticias, las violencias y también la misoginia que nuestras sociedades vehiculan.

Luego, los primeros capítulos del Génesis no son una reconstitución del origen, sino una meditación teológica muy fina sobre la humanidad.

Esta reflexión también pasa por un lenguaje que ya no sabemos cómo interpretar. De ahí la necesidad de mirar de cerca.

En la Biblia, hay dos relatos de la creación de la humanidad y el que coloca en escena la creación de la mujer en el Jardín del Edén. Antes de leerlo, primero debes comprender el primero.

Luego descubrimos una pareja humana donde cada uno tiene su lugar, en el mismo nivel que el otro: “Dios creó al ser humano a su imagen, a la imagen de Dios lo creó, los creó hombre y mujer” (Gn 1, 27).

Y son los dos, él y ella, los que reciben aquí la Creación para gobernarla. Y es uno con, unido(a) con el otro, como están calificados con el hermoso título de “imagen de Dios”.

¿Cómo se puede crear dos seres diferentes a la imagen de un Dios único? ¿Cuál es el significado de esta diferencia?

Pues nos dice cosas fundamentales sobre nosotros y sobre Dios, porque la humanidad no ha sido creada por Dios como una realidad que le sea extraña.

Si existe estructurada por la relación de lo masculino y lo femenino es porque el mismo Dios es relación, además de ser un único Dios.

Así, desde el Antiguo Testamento, mucho antes de que se revelara el misterio de la Trinidad, existe esta conciencia de que el Dios único es simultáneamente un Dios de intercambio, de relación.

Él no es solitario, eternamente enfrentado a sí mismo, sino amor. Nuestra humanidad “a su imagen” no puede ser entonces otra cosa que relacional.

La mujer es creada para ser una “ayuda” para el hombre (Gen 2:18). ¿Cómo explicar esto sin limitar el lugar de la mujer a un rol de subordinada?

Primeramente, debemos comprender la palabra “ayuda” de manera justa, tal como resuena en hebreo y no con las connotaciones actuales.

Esta palabra, en la Biblia, se aplica a Dios. ¡Nada menos! Dios es “la ayuda”, es decir, la ayuda de aquellos que están amenazados de muerte. ¡Así, el término es mucho menos infame para las mujeres de lo que pensamos!

Y, de hecho, el primer ser humano necesita el cara a cara con el otro para existir. De lo contrario, es Narciso que se ahoga contemplándose a sí mismo.

En cuanto a la frase de san Pablo que recuerda “la mujer fue creada para el hombre” (1 Cor 11: 9), es, por supuesto, del todo provocadora. Y a menudo ha sido explotada al servicio de la injusticia.

Y sin embargo, “ser para el otro”, cuando uno es cristiano, es algo más que una alienación. ¡Es una forma de parecerse a Dios! Él es “para nosotros”, desde la Creación, hasta la hora de la recreación que Él hace en la persona y en la obra de su Hijo.

Este “para el otro” es en consecuencia también lo que el hombre, en lo masculino, tendrá que vivir, a imagen de la mujer iniciadora. Porque solo así se cumplirá en él la imagen de Dios que nos revela Cristo.

Según el Génesis, el pecado es introducido por la mujer. Sin embargo, Dios castiga tanto a el hombre como a la mujer. ¿Por qué hacer pesar sobre la mujer la culpabilidad?

En ninguna parte del Génesis se dice que la mujer sea más culpable que el hombre. ¡El texto bíblico es mucho más fino! En la narración, la desobediencia es compartida, al igual que el fruto del árbol prohibido.

De hecho, la sutileza del texto consiste en evocar algo de la misteriosa solidaridad que une a las generaciones humanas y que nos hace a todos frágiles frente a la tentación. Una manera de expresarlo es poner en escena a aquella que infanta estas generaciones, es decir, una mujer.

Por lo tanto, es bien “por un solo hombre” (cf. Rom 5:12), figura de la humanidad, que el pecado entra al mundo, y no por una deficiencia de la mujer de la cual el hombre estaría exonerado.

Luego, la humanidad dará a luz, por las mujeres, a niños, que a su vez ratificarán el rechazo de la palabra de Dios, sospechando a su vez de Dios como un rival amenazador, que se establecerán en la desobediencia.

En la Biblia, ¿surge un bosquejo de la feminidad y de su condición frente a el hombre, como Dios originalmente los quería?

La Biblia está marcada de figuras femeninas, algunas negativas y otras positivas. A menudo aparecen a la sombra de los hombres, dominados por ellos.


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Y, sin embargo, aquí también, el lector atento se da cuenta de que muchas de estas mujeres tienen la misma importancia que los hombres.

Estas mujeres saben asociar la humildad y la confianza, como Ana, la madre de Samuel. Ellas son capaces de mantener la esperanza en el corazón mismo de la derrota y de la humillación, como Judith.

Las encontramos vigilando la vida amenazada y ultrajada, como Rizpa, que cruza brevemente el Segundo Libro de Samuel pero que muestra tan bien la fuerza de la compasión.

Desde las matriarcas, sin las cuales la promesa hecha a Abraham habría sido en vano, estas mujeres vienen al socorro de la vida, contra la muerte, como Dios.

Y al enseñar esta prioridad, también preparan a Israel, y luego a nosotros mismos tras él, a reconocer el triunfo de la vida sobre todos los poderes de la muerte.

Podemos notar este sorprendente verso en san Pablo donde anuncia que con Cristo “ya no hay hombre ni mujer” (Ga 3:28). Entonces, ¿se habrá abolido la diferencia entre los sexos y con ella la complementariedad?

¡Obviamente que no! Interpretar las palabras de san Pablo en este sentido es asumir que Dios se contradeciría o se desmentiría.

Si, desde el momento de su creación, la humanidad es sexuada con el significado que dijimos anteriormente, la humanidad restaurada en su verdad por Cristo no puede dejar de ser estructurada por la diferencia de los sexos.

Cristo no destruye lo que está al principio y en el comienzo. Él no nos introduce en un tipo de indiferenciación que haría la relación superflua o imposible. Por el contrario, de nuevo hace accesible la verdad original.

Es por eso que debemos discernir, en estas palabras de la Carta a los Gálatas, el anuncio de que ya no hay más hombre y mujer limitados por esta enemistad suscitada entre ellos por el pecado. Es solo esta enemistad la que se supera.

Porque la hostilidad que describe el Génesis 3 cuando habla, entre ellos, de codicia y de seducción, ahora es superable. ¡Por fin! el hombre y la mujer encuentran la verdad de su creación.

La relación jubilosa descrita por el Cantar de los cantares ya no es un sueño o una aspiración a menudo decepcionada. Podrá vivirse a la vanguardia de una experiencia mutua que habrá enfrentado, en el poder de Cristo, todas las dificultades de la vida en común.

En la famosa “mujeres, sean sumisas a sus maridos” de san Pablo, ¿deberíamos ver la prueba de su machismo, o esto debe colocarse en el contexto cultural?

San Pablo tiene una mala reputación sobre este punto con muchos cristianos y aún más con las cristianas. Por supuesto, él es un hombre de su tiempo, de lo contrario sería un títere.

Pero él es como alguien que escudriña y entiende las cosas a la luz de Cristo.

Por lo tanto, debemos cuestionar este texto para alcanzar su verdadero significado, sabiendo que éste no podrá esclarecerse sin la luz de lo que vive Cristo mismo, obedeciendo hasta la muerte, para salvar a los hombres y compartir su vida filial.

Aceptemos estudiarlo más allá de su contexto y de su tiempo hasta alcanzar una verdad que concierna a cada uno. Si ahí san Pablo invitara a las mujeres a estar servilmente delante de sus esposos, él traicionaría la voluntad de Dios, que nos quiere a ambos libres, de la libertad que nace del amor y que es su signo.

De hecho, esta Carta a los Efesios comienza con la exigencia dirigida a todos, tanto hombres como mujeres: “Sean sumisos los unos a los otros en el temor de Cristo”. La sumisión no es por lo tanto lo que sería reservado para las mujeres.

Además, y una vez más, la sumisión de la cual se trata aquí encuentra su significado solo cuando se refiere a la persona de Jesús, en la manera en que él mismo vivió la sumisión, aquella del amor, por el amor.

 

Por Florence Brière-Loth

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