¿Hay que confesarse antes de comulgar? ¿Todas las semanas? ¿Únicamente después de haber cometido un pecado mortal o venial?Ningún texto de la Iglesia impone confesarse todas las semanas y ningún texto lo prohíbe tampoco. Una cultura jansenista intimidó durante mucho tiempo a los fieles, alejándolos de la misa bajo el pretexto de que eran indignos de ella.
Las almas fervorosas sufrieron esta severidad y pidieron el “privilegio” de comulgar cada domingo e incluso entre semana, cosa que no era habitual, pero podía concederse. Santa Teresa de Lisieux se benefició de ello. Por último, el santo papa Pío X no solamente permitió, sino que alentó la comunión frecuente.
Hoy se corre el riesgo inverso, el de comulgar con demasiada facilidad. Así, podría convertirse en un gesto un poco mecánico, sin preparación suficiente, quizás incluso sin la conversión necesaria.
La cuestión es, ¿cada cuánto tiempo es mejor confesarse?
Al comulgar, ¿recibimos de verdad a ese Dios que nos recibe?
¡Dios puso su Cuerpo en nuestras manos! Nunca estaremos a la altura de este Amor puro, de este Don perfecto, eso está claro.
Jamás seremos “dignos” de recibir a Cristo y con razón citamos la oración del centurión, que la liturgia pone en nuestros labios justo antes de la comunión (“Señor, no soy digno de que entres en mi casa…”).
Sin embargo, se nos pide un mínimo de lealtad. De lo contrario, podríamos fingir que Lo recibimos al mismo tiempo que Lo rechazamos en los hechos, en el pensamiento, en la acción o por omisión, contradiciendo gravemente el Evangelio.
Por eso la Iglesia pide recibir el perdón sacramental en cuanto sea posible después de un pecado mortal, en todo caso antes de la próxima comunión, y anima a confesar también los pecados veniales.
Con esto en mente, no puede sino aconsejarse una práctica regular del sacramento de la reconciliación.
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Se puede replicar: “Dios recibe a todo el mundo, la Iglesia no debe excluir a nadie”. En el fondo, esta postura no es falsa. Pero no puede sostenerse sin un complemento muy importante:
“¿Estoy recibiendo de verdad a este Dios que me recibe? Sé bien que soy un pobre pecador. Sé bien también que basta una palabra Suya para sanar mi alma. Pero ¿estoy decidido a seguir a Cristo o, al contrario, decidido a continuar dándole la espalda? En ese caso, ni Él ni su Iglesia me excluyen; yo mismo pronuncio mi autoexclusión y, aunque comulgue, esa comunión es sacrílega”.
Es esta terrible contradicción la que habita en el corazón de Judas la noche del Jueves Santo. En efecto, parece que comulgó, al menos del Pan eucarístico, al principio de la cena (Jn 13,17-30).
También podría decirse: “Uno no va a una comida para ver comer a los demás”. Pero no se puede reducir la misa a un bufet. La Eucaristía, antes de ser algo que comer, es algo que vivir, un acontecimiento: “Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección. ¡Ven, Señor Jesús!”.
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