¿Cómo recibir unas situaciones que no hemos decidido o que, incluso, nos desestabilizan? Hasta ahora hemos vivido en nuestro mundo organizadísimo, donde pareceía que no había espacio a lo imprevisto. Teníamos las vacaciones de verano planificadas desde enero, la escuela de los niños escogida años antes de que les tocara ir, y bebés pesados y medidos ya en el útero.
Estábamos vacunados de la gripe y otras enfermedades, orientados, geolocalizados, en redes, en conexión, pareciera que nada ni nadie podría escapar a nuestra voluntad de control.
Por eso, ante cualquier imprevisto, hemos visto a muchos invadidos por la tristeza.
Por una parte, están quieren ante un diagnóstico de un hijo con discapacidad no detectada en las ecografías, ven derrumbarse su confianza en la “sacrosanta” medicina.
Y es que es un orgullo imaginarse aún por un mínimo instante que estamos a los mandos de nuestra propia existencia.
Esta ha sido una lección que muchos han extraído de la pandemia de la Covid-19. Se han visto los efectos que implica, en el plano espiritual, haber relegado a Dios a una mínima expresión.
¡Qué paz obtendríamos, sin embargo, devolviendo la divina providencia a su legítimo lugar: el origen y objetivo de toda vida!
Confianza en Dios aunque no se comprenda todo de inmediato
Dios necesita que Le hagamos un hueco, que Le deseemos, para poder respondernos. En su mensaje de Cuaresma de 2014, el papa Francisco nos invitaba a aceptar nuestras pobrezas, lugar del poder de Dios:
“Si consideramos que no necesitamos a Dios, que en Cristo nos tiende la mano, porque pensamos que nos bastamos a nosotros mismos, nos encaminamos por un camino de fracaso”.
Se trata de arriesgarnos y salir de nuestra mullida comodidad para dejar que Cristo nos sostenga. Que sepamos mostrar a nuestros hijos que aceptamos lo inesperado con confianza. Fuertes como somos en la certeza de que “todo es gracia”.
La fuerza de la confianza
En un comentario del Evangelio, el padre Raniero Cantalamessa comparaba nuestras vidas con las de los apóstoles atrapados en la tempestad: si no hemos hecho subir a Cristo a nuestra barca, estamos perdidos.
Igual que interpelaron Santiago y Juan a Dios, diciéndole: “¡Maestro! ¿No te importa que nos ahoguemos?”, a menudo recibimos los accidentes de nuestra vida como injusticias.
A los apóstoles aterrados, el Señor les respondió: “¿Por qué tienen miedo? ¿Cómo no tienen fe?”.
Realicemos un acto de fe en Dios aceptando no comprenderlo todo de inmediato. Tengamos confianza en “este, que hasta el viento y el mar le obedecen”.
Como los discípulos en el Evangelio de Marcos, llevemos a Jesús en la pequeña barca de nuestras vidas.
Contar con Cristo es mantener la fe en Él que lo puede todo. Su fuerza nos permitirá afrontar todas las tempestades, combatir todos los vendavales y, con Él, alcanzar la otra orilla.
Y no olvidemos las palabras que el papa Francisco pronunció en enero de 2014:
“La confianza en el Señor: ésta es la clave del éxito en la vida (…), y nunca decepciona. ¡Nunca, nunca!”.
Anne Gavini
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