¿Podemos hablar de cualquier cosa con nuestros hijos? ¿No son algunos temas demasiado graves o demasiado íntimos para ser abordados en familia?
Los padres son los primeros educadores de sus hijos. “Puesto que los padres han dado la vida a los hijos, están gravemente obligados a la educación de la prole y, por tanto, ellos son los primeros y principales educadores. Este deber de la educación familiar es de tanta trascendencia que, cuando falta, difícilmente puede suplirse. Es, pues, obligación de los padres formar un ambiente familiar animado por el amor, por la piedad hacia Dios y hacia los hombres, que favorezca la educación íntegra personal y social de los hijos” (Concilio Vaticano II, Declaración Gravissimum educationis, § 3).
Sin embargo, esta educación pasa, en una parte notable, a través de lo que se dice en familia, de lo que traten las conversaciones sin orden ni concierto en torno a la mesa familiar o de las conversaciones más íntimas entre padres e hijos.
Cuanto más serio es un tema, más importante es abordarlo en familia. Si un niño –un adolescente, sobre todo– no puede hablar de cualquier cosa con sus padres, irá a buscar en otro lugar las respuestas a sus preocupaciones, lo cual a menudo tiene resultados lamentables e incluso catastróficos.
Hablar de todo, pero no de cualquier modo
No se trata de que los padres tengan una respuesta para todo, sino de que estén atentos a todo lo que afecte a sus hijos y que escuchen sus preguntas, incluso si se formulan inoportunamente, con algo de agresividad o de provocación. Negarse a abordar ciertos temas –“¡De eso no se habla!”– implica faltar a nuestra misión de padres y dejar a otros las puertas abiertas para escuchar y responder en nuestro lugar… y no necesariamente en el sentido que desearíamos.
Se debe poder hablar de todo, pero no de cualquier modo ni en cualquier momento. Ahora bien, todos sabemos que los niños tienen la habilidad de plantear las preguntas más delicadas en el momento más inoportuno: en una cola del supermercado, por ejemplo, o en el momento de salir hacia la escuela cuando todo el mundo ya va retrasado. Y en una familia con niños de diferentes edades, sucede también que uno de los mayores aborda un tema susceptible de impactar a los más pequeños.
Corresponde a los padres saber medir los momentos oportunos, mostrar al interesado que han entendido su pregunta y explicarle con claridad, llegado el caso, que volverán sobre el tema en otro momento más tarde. Si, en efecto, buscamos la ocasión de volver a hablar del asunto en cuanto sea posible, no hay problema. Pero cuidado con “olvidarnos”, voluntariamente o no, de volver a tratarlo: ¡nuestro capital confianza se vería gravemente disminuido por ello!
Lo que se dice en casa debe permanecer en casa
Algunas conversaciones sólo pueden tener lugar en privado, bien porque afectan a ámbitos muy íntimos que no podríamos abordar en un lugar público (aunque sea familiar), bien porque la pregunta planteada exige una escucha y una respuesta personalizadas. Este es el caso, especialmente, cuando intuimos que detrás de una pregunta trivial hay preocupaciones más graves. También en este caso deberemos saber provocar oportunidades de diálogo lejos de oídos indiscretos (en un trayecto en coche, por ejemplo), aunque tengamos que rogar con cierta firmeza a los demás hermanos y hermanas que se vayan a otro lugar. A veces es necesario hacerlo sin demora: cuando el adolescente se siente listo para hablar y si no se le escucha, corremos el riesgo de que se cierre sobre sus inquietudes y preguntas.
Lo que se dice en casa debe permanecer en casa, al menos lo que concierne a ciertos temas, sobre todo cuando los niños son pequeños. Podemos explicarles con claridad, a partir de los 6 ó 7 años, que no hay que repetírselo todo a los colegas de escuela o a los amigos vecinos: “No es secreto, y mucho menos vergonzoso, pero es tan importante que es algo que se habla con tu madre y tu padre, no con cualquiera. Confiamos en ti en que no hablarás de ello”. Para los adolescentes, es distinto: de todas formas, ellos se verán confrontados por todo tipo de cosas; por lo tanto, es bueno que puedan adquirir en la familia argumentos y puntos de referencia que les permitan enfrentarse a puntos de vista opuestos a los suyos. Necesitan padres que sean atentos, abiertos y tranquilos, listos para guiar su pensamiento en todas las áreas, incluyendo las más delicadas.
Christine Ponsard
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