Me trae de cabeza cómo enseñarles a mis hijos a huir de lo zafio en cualquiera de sus manifestaciones, manteniendo un alto tono humano en el hogar. Me sorprendo hablándoles mil veces de las buenas maneras en todas y cada una de sus manifestaciones. Y, como muchas otras madres, me pregunto si realmente quedará en ellos algo de toda mi cantinela.
Las buenas maneras y los modales son fundamentales para vivir en sociedad, pues son la base del civismo. Nuestro comportamiento, nuestras palabras, nuestros buenos gestos y modales son capaces de manifestar un respeto ilimitado por los demás. Por ello, educar en el seno familiar, con un alto tono humano es imprescindible para evitar el abandono de la amabilidad, la elegancia y el respeto por el prójimo.
Las personas revelamos aquello que llevamos dentro a través de cada una de nuestras manifestaciones externas: gestos, formas de hablar, modo de vestir, comportamientos…
Como sociedad, de un tiempo a esta parte, estamos inmersos en una desatención total por las formas, la urbanidad, la gentileza y el respeto por los que nos rodean. Ante cualquier cosa se discute, se cuestiona y se polemiza y en ello los buenos modales no tienen ningún sentido. Todo vale.
Sin embargo, la urbanidad nos empuja a ser más humanos y nos ayuda a habitar en sociedad dejando a un lado nuestras diferencias.
La vida en familia es una magnífica escuela para aprender a congeniar, debatir, compartir y acoger, velando siempre por la existencia del otro, por la colectividad y por la búsqueda de soluciones constructivas. Es evidente que la mala educación está muy relacionada con el individualismo y con la falta de capacidad de empatizar con el otro. Por ello, quien sabe convivir, atesora un verdadero regalo para el bien común.
¿Cómo podemos cultivar un alto tono humano en nuestro hogar?
Antes de nada, debemos perseguir que en nuestra casa lo normal sean las buenas maneras, el orden y el respeto. Es esencial que haya ciertas pautas dentro del hogar.
Los momentos de comer o cenar son buenos para educar. Pues tenemos un sinfín de detalles en los que poder entrar: “no te sirvas el primero”, “usa adecuadamente los cubiertos”, “ se pide por favor”, “no mastiques con la boca abierta”… No es que haya que repetir todo continuamente, pero poco a poco y según las edades, se puede ir puliendo actitudes.
La mesa es también un buen momento para entablar conversaciones y, ante una posible discusión, explicar que los gritos son inútiles. Es posible defender las ideas propias sin desaires y sin atacar a la otra persona. Además, si fuese necesario, se puede explicar que evitar interrumpir al otro cuando está hablando es un detalle de educación.
Una persona cabal expresa el equilibrio que lleva dentro. Por tanto, es importante explicar a nuestros hijos que también en el vestir y en el aseo personal dejamos ver nuestra personalidad. Nuestro estilo será lo que nos salve de la vulgaridad. Pero, tener estilo no se fundamenta en la última moda o en tener un vestuario caro, sino limpio, planchado y conforme a la ocasión. Nuestro modo de vestir es en parte nuestra carta de presentación y el respeto que pedimos a los demás.
En el trato con los padres, abuelos y profesores
Sentarse correctamente y ceder el asiento a quien lo requiera. Se trata de un punto imprescindible cuando estamos en un lugar público, aunque en casa también sea necesaria cierta compostura por respeto de convivencia, en la mesa o por deferencia con los padres o abuelos.
Saludar y despedirse son gestos primordiales para la convivencia. Entrar a casa con un saludo da pie a que los demás te pregunten "¿qué tal te ha ido el día?" Despedir a los niños al irse al cole y que saluden a su profesora son pequeños gestos que en su día a día harán que tomen más en consideración a cada una de las personas con las que traten (profesores, padres, amigos, compañeros de clase…).
Como nos ha recordado el Papa Francisco, las palabras “permiso, gracias y perdona” resultan absolutamente necesarias para la convivencia diaria en la vida familiar. “Perdón” nos enseña a no irnos a la cama sin hacer las paces.
Todas estas palabras pueden resultar más fáciles de decir que de poner en práctica pero marcarán la diferencia a la hora de transmitir un amor verdadero, que lleva a preocuparse unos de otros, a afrontar de forma constructiva un problema y buscar solución más delicada.
Todos y cada uno de estos comportamientos ayudan a formar la interioridad de nuestra persona, la de nuestros hijos y, por extensión, la de la sociedad. Ayudan a orientarse de cara a Dios y de cara a los demás. Y, en definitiva, a vivir intensamente la realidad con agradecimiento, naturalidad, prudencia y medida en cada situación: dándose a los demás, siendo señores de nuestro cuerpo y alma.
Recuperemos las buenas maneras pues son unas grandes aliadas benéficas que dignifican cuanto tocan.