En ocasiones creo que vivo sin pensar en el final de mis días. La muerte me parece algo lejano que no es para mí, sino para los otros.
Siento, no sé bien cómo, que soy eterno, que mis años son incontables, que viviré para siempre.
No hay final para mí y tampoco para aquellos a los que amo. Están protegidos por el mismo halo sobrenatural que a mí me protege.
Al pensar en la muerte siempre se queda la mente en blanco. Como si no hubiera nada tras el último aliento. Aun así, entre pensar en la nada o visualizar el todo, elijo siempre el todo.
Tengo claro que después del último aliento de vida estarán Dios y los míos esperándome. Estarán aquellos a los que he amado, a los que he perdido.
El final de mi vida no lo elijo yo
Mientras tanto, entre el ayer y el mañana vivo mi vida. Lo único que tengo claro es que no puedo elegir el momento de irme aunque quiera.
El suicidio no es la respuesta, no tengo derecho a acabar con ese don que me ha sido dado.
No elijo cuándo me voy, tampoco cuándo vengo. No sé si será muy pronto o demasiado tarde el final de mis días.
El otro día murió una persona de cien años. Me sorprenden esas cifras, espero no llegar a tantos.
Y un bebé dejó esta vida después de haber nacido pocos días antes. ¿Qué sentido tiene nacer para morir?
¿Cómo podría elegir el mejor momento para irme? ¿De qué valen esas vidas que se sostienen en medio de sufrimientos?
¿Qué sentido tiene caminar sin rumbo hacia el final de la vida?
Yo no elijo nada, no decido. Y sé que no hay momentos mejores que otros. No es mejor una larga enfermedad que una muerte súbita. Cada cosa tiene su dureza.
La vida es un regalo
No elijo yo cómo irme, o cómo despedir a los míos. Yo no decido, no puedo alargar los días aunque ahora la ciencia crea que casi puede lograr la eterna juventud.
Al menos sí me da una mayor longevidad y la curación de muchas enfermedades que antes eran mortales.
La pandemia vuelve a recordarme que la salud es un don precioso que sólo valoro cuando lo pierdo. Y que los medios humanos no alcanzan para sanar todo mal.
Acepto que los demás están el tiempo que Dios les regala junto a mí, no son eternos y tengo que valorar y aprovechar su compañía mientras caminen a mi lado.
Necesito apreciar su trato, cuidar el amor y las relaciones para que no se pierda lo que tengo, lo que es presente.
Aprovechar el presente
No quiero malgastar ningún segundo. Miro la vida en su belleza, sin pensar que un día pueda que caduque.
No dejo para mañana la conversación pendiente. Ni omito ese abrazo que puedo dar ahora.
No dejo de decir lo que pienso o siento, esperando un mejor momento. Tampoco acallo mi te quiero, no guardo mi lo siento.
Hago la llamada que quiero hacer. Visito a la persona que me necesita. Sé que lo que no diga ahora puede que nunca lo diga. Lo que no haga ahora puede que quede sin hacer.
El tiempo pasa y con él la vida vuela. Entre un ahora y un mañana. Entre un presente esquivo y un futuro incierto.
No todo lo que quiero hacer lo podré hacer y mis sueños no siempre se harán realidad aunque lo intente.
No quiero dormirme dejando pasar las horas. Me despierto una y otra vez de los sueños pasados para vivir con pasión la vida.
Centrarme en lo importante
Creo que la realidad que acaricio es más fuerte que lo que he pensado. Me dispongo a vivir dando la vida, sin miedo a perder el tiempo.
Vivo el ahora, sin dejar pasar un segundo. Puede que mañana ya no pueda. O que no estés, que te hayas ido.
Puede que Dios tenga otros planes y mi vida sea más corta, o quizás transcurra más lejos.
Aprendo a escribir lo importante de todo lo que pienso, para no olvidarme. Y canto las canciones más bellas que llevo dentro del alma, dormidas.
Camino por esos caminos que no siempre podré volver a recorrer. Hago lo que ahora puedo hacer, quizás algún día no pueda.
Sueño lo que ahora puedo soñar. Gasto mis días como si fueran los últimos que tengo en mi poder. Grito, abrazo, deseo, corro, vuelo, miro, confío, río.
Y la tierra sigue dando vueltas bajo mis pies. En un movimiento quejumbroso. Nada permanece eterno ante mis ojos.
Caen algunas piedras mientras se levantan otras. Caen las hojas. Cambia lo que siempre contemplaba. Nuevas imágenes, nuevas melodías.
No me apego a lo que ahora tengo porque es caduco. Hoy es y mañana tal vez pase. Estoy dispuesto al cambio y a apegarme a lo que tengo.
No tengo miedo a perderlo en cualquier momento, cuando la suerte o la vida así lo dispongan. Lo acepto sonriendo.