¿Cómo se puede hablar de paz en medio de una guerra? ¿O sonreír cuando tantos lloran? ¿Cómo creer que es posible que haya justicia ante tantas injusticias?
Cuesta mucho la paz. Es mucho lo que hay que entregar para que surja.
La tendencia del alma es provocar la guerra. Desear lo que no poseo. Buscar lo que no tengo. Ansiar lo que no es mío. Exigirlo, pretenderlo, demandarlo aunque no me corresponda.
No tengo derecho a ello pero lo deseo. Y si no puedo conseguirlo hago todo lo posible, lo legal o lo ilegal para que sea mío.
Me lo ha enseñado este mundo. Si lo quieres lucha por ello, defiende tus derechos. Incluso aunque no tengas derechos, impón tu fuerza.
Me da miedo esta pretensión sobre lo que no es mío, ese deseo de marcar mi territorio para que nadie lo invada.
Quiero defender mis derechos y quitarles a otros lo que parece ser su derecho. ¿Cómo se establece la justicia?
El poder de los poderosos. La fuerza de los violentos. Cuando las palabras no bastan. Y los hechos son las razones más poderosas.
La violencia, la muerte, las heridas causadas por despecho...
Ser una persona pacificadora
¡Qué difícil que haya paz en el mundo cuando falta la paz en mi entorno! Yo hago lo mismo.
Marco los límites. Establezco las fronteras en torno a mis bienes para que nadie las traspase. Me hago fuerte para responder con violencia ante cualquier amenaza.
¿Cuántas guerras he iniciado en mi vida? Guerras entre amigos, entre parientes, entre hermanos, entre esposos, entre padres e hijos.
Guerras sin sangre pero que dejan profundas heridas que no se pueden perdonar.
¿Cómo puedo construir la paz con mi vida? Siendo un pacificador. Alguien que siembre paz con semillas que desde lo hondo de la tierra den un fruto maravilloso.
¿Cómo educo a mis hijos para que un día sean pacificadores? Siendo yo pacífico.
Y si me insultan, ofenden, exageran sobre mí, me quitan lo que es mío, no me agradecen, no me valoran, ¿no tengo derecho a responder, a reaccionar, a agredir yo aunque sea solo con palabras?
Si quiero ser pacificador no puedo hacerlo.
La solución es el amor
Jesús podría haber luchado para salvar su vida. Podía haber reaccionado con violencia ante aquellos que querían matarlo. Se dejó hacer. Fue manso y humilde.
Me impresiona. Quisiera mandar un ejército que acabara con los que comienzan cualquier guerra. ¿Traería eso la paz?
Y morir como mártir, ¿trae la paz? No lo sé. Es todo tan difícil, tan confuso...
Comenta el Papa Francisco en la exhortación Amoris Laetitia:
Es el deseo de que el amor se imponga sobre el odio. El amor que une por encima del odio que divide.
La guerra engendra más guerra, la violencia más violencia.
Quisiera ser un pacificador con mis gestos, con mis palabras.
¿Estoy haciendo la guerra?
Veo junto a mí a personas que siembran guerras sin saberlo. Crean tensiones sin percatarse de ello.
Dividen sin ser conscientes de su fragilidad. Siempre la culpa la tienen los demás, nunca ellos.
Se sienten artífices de la paz y no entienden la persecución que sufren. Se ven inocentes y lo que pasa es que los demás no los comprenden. Los otros siempre están mal.
Le pido a Dios que me enseñe a ver cuándo soy yo el causante de las guerras. Cuándo divido, desuno, ofendo, insulto, quiero verlo.
Que no me aferre a mis derechos, a mis deseos, a mis planes como lo más importante.
Que sea capaz de ponerme en un segundo plano dejando que otros sean los que tengan y brillen a mi lado.
La importancia de la oración
Las guerras comienzan cuando hay odio. Y normalmente la culpa no la tiene en su totalidad uno de los bandos. Dos no se pelean si uno no quiere.
Pero no es tan sencillo cuando son guerras mundiales. En esos momentos sólo puedo rezar por la paz en un mundo en el que odio está tan presente.
Quisiera hacer algo más para evitar más muertes. No puedo hacerlo allí donde no alcanza mi fuerza.
Dios sí puede hacerlo y por eso rezo y le pido que actúe.
Sé que el demonio es el que divide y me hace pensar que por medio de la violencia lograré mis objetivos.
¡Qué lejos de la realidad! La violencia engendra más violencia. El odio trae más odio. Nadie consigue la paz por la fuerza. Es imposible una paz obligada.
El primer paso: la paz interior
Hoy le pido a Dios que pacifique mi corazón. Hay rencores y resentimientos que me llevan con facilidad a los insultos, a la violencia física, al desprecio y a la crítica.
Hay heridas de amor que no acabo de perdonar, menos olvidar.
Y vivo en guerra con el mundo que no me da todo lo que necesito para ser feliz. Quiero mi espacio, mi reconocimiento, mis derechos, mis privilegios.
Y los demás tienen que vivir tratando de cumplir mis deseos. Si no lo hacen brota en mi alma la violencia y el odio.
Grito y me alzo contra los que quieren mi mal.
Si tuviera un corazón pacífico, generoso, humilde, manso... Y si no pretendiera tener más que otros, ser más que nadie.
O si no buscara a toda costa ser valorado, ser especial. Si sólo pretendiera servir con humildad...
Habría menos guerras a mi alrededor y podría sembrar más paz en los corazones.