Hace dos semanas estuve hablando con una amiga psicóloga a la que hacía mucho tiempo que no veía. En la conversación salió el tema de la importancia de llevar a los niños al psicólogo y no dejarlo pasar.
Me comentó que en su gabinete habían notado un aumento de casos infantiles con algún problema psicológico, muchos de ellos con una clara alusión a la crisis sanitaria. Sentimientos de soledad, de ansiedad, de tristeza, de miedo, invaden ahora la cabeza de muchos de nuestros pequeños después de todo lo que ha pasado.
¿Qué primera señal de alarma hay que tener en cuenta para detectar un verdadero problema?
Mi amiga me dijo que, al contrario de lo que se suele pensar (y decir), las lágrimas son un buen indicador de que algo no va bien. Muchas veces se tacha al que llora porque es signo de flojera, de falta de fortaleza, de sensiblería. Pero nadie llora por gusto. Por tanto, si nuestro hijo llora está expresando una incomodidad, un sufrimiento.
Y, ¿cómo ver que nuestro hijo llora?
Los padres tenemos que estar al día de nuestros hijos, preguntarles, hablar con ellos mirando a los ojos, sin interferencias (léase móviles, ordenadores, etc). Si se tienen varios hijos, hay que buscar momentos a solas o provocar esos encuentros saliendo a dar un paseo con cada uno.
A través de las palabras se conoce a las personas. Y es posible que por medio de ellas nuestro hijo exprese que no lo está pasando bien en el colegio porque hay una asignatura que se le ha atragantado, que un compañero le está haciendo la vida imposible o que en casa sus hermanos no dejan de chinchar.
¿Cuándo hay que pasar a la acción?
Con estas conversaciones, a ser posible diarias, sintonizamos la antena y nos vamos haciendo una idea de hacia dónde dirigir nuestros esfuerzos. Pueden ser: “Se queja del cole porque le cuesta una materia”, “varias compañeras no quieren jugar con ella”, etc. y así nos forjamos una historia de los hechos (que siempre deberemos corroborar).
En casa, a esos momentos mamá-hijo los llamamos “charlitas”, que muchas veces tienen lugar tumbados sobre la cama, justo antes de dormir. Y les encanta. En ocasiones están parlanchines, pero otras veces he de buscar la pregunta adecuada para provocar que me cuenten algo.
Me cuenta mi amiga que en cuanto estas palabras toman un giro hacia frases de quererse morir para dejar de sufrir, de ya no poder más, que en el colegio se siente invisible y no lo está pasando bien, hay que poner la voz de alarma. Incluso cuando vemos que el niño tiene pocas habilidades sociales.
Responsabilidad y culpa, dos quistes que roban la felicidad
Mi amiga me explica que otro factor a tener en cuenta a la hora de llevar a un niño al psicólogo es comprobar si no está encajando bien las contrariedades de la vida, asumiendo la responsabilidad de algún hecho y achacándose, además, la culpa por ello.
Esto puede suceder cuando no se le ha explicado bien, con palabras que pueda entender y dosificando la información según su edad, un hecho concreto en la familia. Puede ser el paro de alguno de los progenitores o una enfermedad, o cualquier otro evento traumático.
La terapia en este caso irá dirigida a tratar de ver en qué momento el niño se adueñó de la responsabilidad de los hechos y eliminar esa sensación de que es culpa suya.
Formar un equipo de trabajo: padres/profesor/psicólogo
Para poder validar la información que nos ofrece nuestro hijo, es importante hablar con el tutor del colegio. Y hay que cerrar el triángulo involucrando a un psicólogo que conozca bien a nuestro hijo.
Lo mejor de implicar al tutor y a un profesional de la salud es que se forma un grupo con los padres. Se entremezclan llamadas entre unos y otros y de esta forma están al corriente de los avances o retrocesos del niño. Esto tiene sus ventajas, pues si el maestro conoce el problema de primera mano, además de tratarlo con más cariño y paciencia, lo podrá ayudar mejor.
Quiero hacer constar que llevar a un hijo al psicólogo, en general, suele desbarajustar la semana a los padres; pues hay que llevar y traer, por lo que la logística familiar se ve alterada. Pero es importante no dejarlo pasar ni pensar que lo que le pasa a nuestro hijo es una tontería. Hay que tomárselo como si fuera una extraescolar más, de forma que ni siquiera el tema económico resulte un problema. Es más importante de lo que parece.
Al hablar con él, capta si es feliz
Lo que quieren todos los padres buenos es que sus hijos sean felices. Esto es indiscutible. Y esta felicidad se puede percibir a través de su semblante y su mirada. Para ello hay que observar.
De hecho, el termómetro para evaluar si una terapia está funcionando es observando si nuestro hijo está recuperando la felicidad. ¿Ha recuperado la alegría de vivir? ¿Está más tranquilo en el colegio? ¿Muestra más armas a la hora de relacionarse con los demás?
Si es así vais por buen camino.
Cuidar la salud mental de nuestros hijos es fundamental y responsabilidad nuestra, de los padres. No hay que avergonzarse de pedir ayuda. ¿Verdad que si nuestro hijo se tuerce el tobillo en el colegio le llevamos, sin dudar, al traumatólogo donde le hacen una radiografía y le vendan el pie? Pues si nuestro niño tiene herida el alma, la solución es llevarlo a estos profesionales de la salud donde la terapia actuará como vendaje.