Existen debates sociales que atraviesan fronteras. Fronteras territoriales, ideológicas, legales. Debates que provocan encendidas controversias. Más allá de las ideas, están quienes sufren las consecuencias de unas decisiones influenciadas por la opinión pública. El aborto es, sin lugar a dudas, uno de esos debates que despiertan infinidad de sentimientos pero, por encima de todo, esconde duras historias de dolor.
La historia de Sue Ellen Browder es la historia de una mujer que vivió la explosión feminista de mediados del siglo XX en la que las mujeres, después de conseguir el tan ansiado derecho al voto, continuaron luchando por tener las mismas oportunidades laborales que los hombres.
En esa vorágine reivindicativa, la libertad sexual se coló en la agenda feminista incluyendo aspectos tan controvertidos como el aborto.
Sue, desde su faceta de periodista de una de las revistas más icónicas para las mujeres del siglo pasado, no vio extraño que el mensaje fuera algo así como que la libertad significaba hacer lo que uno quisiera en cualquier momento sin importar las consecuencias.
Su propia experiencia vital la llevó a hacerse muchas preguntas, para llegar a la conclusión que el feminismo no tenía por qué estar vinculado necesariamente con esas reivindicaciones sexuales que tanto daño hicieron en su propia vida.
Sue Ellen cambió el modelo de mujer supuestamente libre, por una defensa sin fisuras del feminismo católico pro-vida.
“No tengo justificación por lo que hice en mi vida anterior”. Con esta frase breve, lacónica, contundente, empezaba Sue Ellen Bowder su libro Subvertida: Cómo ayudé a la revolución sexual a secuestrar el movimiento de mujeres. Un título igualmente ilustrativo de lo que la periodista necesitaba explicar al mundo.
Su historia empieza en Iowa, donde creció en una familia sencilla y soñó con ser algún día periodista. El sueño empezó a forjarse cuando Sue estudió periodismo en la Universidad de Missouri y se marchó a Nueva York donde empezó a trabajar en distintas revistas.
Mientras estaba estudiando, en 1966, Sue conoció a Walter, quien sería su marido y al que definió como un “poeta, filósofo, narrador de historias y tejedor de sueños”.
Walter se había convertido al cristianismo, uniéndose a la Iglesia Episcopaliana. Sue era protestante, pero “indiferente” por lo que no le importó seguir los pasos de él. La pareja se casó en 1967 y dos años después, Sue supo que estaba embaraza. Para entonces llevaba dos meses trabajando para una revista.
La noticia no sentó muy bien a la dirección de la misma. Se le comunicó que podría trabajar solamente hasta los cinco meses de embarazo. Después, estaba despedida. Aquello despertó en ella la necesidad de alzar la voz y unirse a los movimientos feministas que cada vez estaban más presentes en la calle y en los medios.
Sue tuvo a su bebé y siguió buscando su lugar en el mundo del periodismo. Y lo encontró en Cosmopolitan, la revista femenina por excelencia en los años 70. “Cuando empecé mi carrera de periodista en 1970 en Nueva York todo parecía mágico”, recordaba.
Sue se incorporó a la línea editorial de una publicación que definía a una mujer perfecta, guapa, dueña de sí misma hasta las últimas consecuencias; que no sentía remordimientos si tenía relaciones con un hombre casado y huía de las típicas responsabilidades que hasta entonces habían sometido a las mujeres a una vida de relegada existencia doméstica. Helen Gurley Brown, la flamante directora de Cosmo, hizo suyo el lema “Las chicas buenas van al Cielo, las malas, a todas partes”.
“Solamente tiempo después – escribió Sue - me di cuenta lo oscuro que se había hecho el sueño. Eventualmente, conduciría a una cacofonía de mensajes mixtos y confusos en nuestra cultura acerca de las mujeres, el trabajo, el sexo, el matrimonio y las relaciones; errores que han dividido a nuestra nación y continúan persiguiéndonos hasta el día de hoy. Me llevaría a tomar una decisión desastrosa.”
En aquella época, Sue y Walter habían formado una familia con dos hijos. Ambos trabajaban y luchaban como cualquier otra pareja para sacar adelante a los suyos. Y mientras ella escribía sobre un modelo concreto de mujer, ella misma experimentaba en su propia piel otro muy distinto; el de la mujer trabajadora y madre de familia. Un modelo en el que encajaba y se sentía feliz.
Sin embargo, llegó un momento en el que tuvo que tomar una decisión que le cambiaría la vida para siempre. La economía familiar no era muy holgada cuando Sue descubrió que estaba embarazada por tercera vez. Tener otra criatura en ese momento suponía un problema para ellos. Sue abortó.
Pasaron los años y no volvieron a hablar de ello. Pero algo había cambiado en sus vidas. Ya nada iba a ser igual. Con el tiempo, Sue terminó dejando su trabajo como redactora en Cosmopolitan después de más de dos décadas.
En su búsqueda de la verdad, de respuestas, de consuelo, de perdón, Sue, alentada por Walter, accedió a acercarse a la Iglesia Católica. En su primera conversación con el padre Bruce, Walter espetó “hemos tenido un aborto”.
Hasta ese momento, Sue pensaba que la carga la había llevado ella sola, pero Walter llevaba mucho tiempo necesitando sacar de dentro el dolor. “No tenía ni idea que Walter consideraba el aborto como algo ‘nuestro’”.
Compraron el Catecismo y lo leyeron. “El catecismo me asombró. Esta no era la 'iglesia patriarcal vieja y de cortas miras' de la que había oído hablar. Las enseñanzas de la Iglesia tenían que ver con el amor, la alegría y el perdón. Sue y Walter encontraron en la Iglesia Católica las respuestas a todas sus preguntas.
Desde entonces, Sue Ellen Browder no ha dejado de dar su testimonio, de relatar el camino que recorrió; hasta darse cuenta de que, para ella, la vinculación entre el feminismo y la liberación sexual había sido un error. “La revolución sexual se fabricó principalmente a partir de la propaganda. Lo sé porque fui una de las propagandistas que ayudó a vender la idea a las mujeres solteras la noción de que el sexo fuera del matrimonio las liberaría”.
“Enmarcado retóricamente como un 'derecho' que todas las 'mujeres fuertes e independientes' deseaban y necesitaban para ser verdaderamente libres, el aborto se convirtió en mi mente en un punto intrínseco de la plataforma del movimiento de mujeres”.
Sue Ellen Browder lo tiene Claro: “Una ética pro-vida verdaderamente consistente respeta el derecho a la vida de todos los miembros de la familia humana, y por lo tanto la salud y los derechos de la mujer embarazada son tan importantes como la vida del niño por nacer. […] Millones de feminismos cristianos pro-vida, bien organizados e interconectados, siguen luchando por el respeto y la dignidad genuinos de la personalidad auténtica de todas las mujeres”.
Citas sacadas de los libros de Sue Ellen Browder, Subverted : How I Helped the Sexual Revolution Hijack the Women's Movement (2015) y Sex and the Catholic Feminism (2020)