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8 santos que vivieron milagros eucarísticos

adoración eucaristica
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Maria Paola Daud - publicado el 18/06/22
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Milagros eucarísticos que hicieron que estos santos tuvieran una relación muy especial con Dios

San Francisco de Asís

En varias fuentes franciscanas podemos encontrar el gran amor que el pobrecito de Asís tenía por los animales, y cómo ellos increíblemente devolvían ese amor.

En una ocasión, a la Porciúncula “trajeron como regalo al hombre de Dios (San Francisco), una oveja.

Él la aceptó con gratitud porque amaba la inocencia y sencillez que de modo natural este animal demuestra. El hombre de Dios exhortaba a la ovejita a alabar a Dios y a no fastidiar nada a los frailes.

La oveja, como si sintiera la piedad del hombre de Dios, ponía en práctica con gran cuidado sus enseñanzas. Cuando escuchaba que los frailes cantaban en el coro, también entraba en la iglesia y sin necesidad del maestro, plegaba las rodillas emitiendo tiernos balidos delante del altar de la Virgen, Madre del Cordero, como si estuviera impaciente por saludarla.

Durante la celebración de la Misa, en el momento de la elevación, cual animal muy devoto, se curvaba con las rodillas plegadas, casi como si quisiese amonestar a los hombres poco devotos por su irreverencia y para animar a los devotos a la reverencia hacia el Sacramento”.

San Sátiro

Sátiro era un funcionario romano que lo dejó todo para poder ayudar a su hermano en la administración del arzobispado en Milán y se dice que en unos de sus viajes de regreso a casa, el barco de Sátiro fue atrapado por una tormenta.

Él aún no había completado el catecumenado para recibir los sacramentos cristianos, entonces pidió con insistencia a los compañeros de viaje un fragmento de pan eucarístico, este se lo ató alrededor de su cuello con un pañuelo y luego se lanzó al mar, “creyéndose así de esta manera, dice Ambrosio,  protegido y suficientemente defendido”.  Salvando su vida luego de ese episodio recibió el bautismo.

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San Antonio de Padua

Este es uno de los milagros más conocidos de san Antonio. Una vez, encontrándose en Rimini, el santo trató de convertir a un hereje. Discutían sobre la real presencia de Jesús en la Eucaristía.

El hereje, llamado Bonvillo, lanza el desafío al fraile afirmando: si tú, Antonio, lograras probar con un milagro que en la Comunión de los creyentes está, velado, el verdadero cuerpo de Cristo, yo renunciaré a cada herejía y abrazaré sin demora la fe católica.

Antonio acepta el desafío convencido de conseguirlo todo de Dios, por la conversión del hereje.

Entonces Bonfillo, dice: «Yo tendré encerrada mi mula por tres días privándola de comida. A los tres días, la sacaré ante la presencia del pueblo y le dejaré el heno listo para que coma. Tú mientras tanto estarás por el otro lado con aquello que afirmas ser el cuerpo de Cristo. Si el animal incluso hambriento rechaza el alimento y adora a tu Dios yo creeré sinceramente en la fe de la Iglesia».

Antonio rezó y ayunó todos los tres días. El día establecido, la plaza estaba repleta de gente, todos a la espera de ver quién ganaba la disputa.

Antonio celebró la misa delante de la muchedumbre y luego con suma reverencia acercó el cuerpo de Cristo ante la mula hambrienta y al mismo tiempo Bonfillo le enseñó el heno.

Entonces san Antonio ordenó al animal: «En virtud y en nombre del Creador, que yo, por indigno que sea, tengo de verdad entre mis manos, te digo, oh animal, y te ordeno que te acerques rápidamente con humildad y le presentes la debida veneración, para que los malvados herejes comprendan de este gesto claramente que todas las criaturas están sujetas a su Creador, tenido entre las manos por la dignidad sacerdotal en el altar«.

El santo ni siquiera había acabado estas palabras cuando el animal, dejando a un lado el heno, inclinándose y bajando la cabeza, se acercó arrodillándose delante de la Eucaristía.

Una gran alegría contagió a los fieles y el hereje renegó de su doctrina en presencia de toda la gente y se convirtió a la fe católica.

Santa Clara de Asís

Este Milagro Eucarístico se menciona en la “Leyenda de Santa Clara la Virgen”, escrita por Tommaso da Celano y describe el Milagro realizado por Santa Clara de Asís un viernes de septiembre del año 1240.

“…los feroces sarracenos irrumpieron en las cercanías de San Damián, dentro de los límites del monasterio, incluso dentro del mismo claustro de las vírgenes (clarisas). Los corazones de las mujeres se pierden en el terror, las voces tiemblan de miedo y llevan sus lágrimas a la Madre (Santa Clara). Ella, con corazón intrépido, manda que la conduzcan, enferma como está, hasta la puerta y que la coloquen frente a los enemigos, precedida por la caja de plata y marfil, en la que se custodiaba con gran devoción el Cuerpo del Santo de los santos.

Y toda postrada en oración al Señor, entre lágrimas le dijo a su Cristo: “He aquí, oh mi Señor, ¿quizás quieres entregar en manos de los paganos a tus siervos desarmados, a quienes he levantado por tu amor? Protege, por favor, Señor, a estos siervos tuyos, a quienes yo ahora, solo, no puedo salvar”. Inmediatamente una voz, como de niño, resonó en sus oídos desde el Sagrario: '¡Yo las protegeré siempre!'…enseguida la audacia de éstos fue tomada por el espanto; y abandonando a toda prisa aquellos muros que habían trepado, fueron vencidos por la fuerza de la que oraba.”

San Juan Bosco

Cuentan los biógrafos de san Juan Bosco que en el año 1848, durante una Misa que reunía a 360 jóvenes, el santo en el momento de distribuir la Comunión se dio cuenta que en el Sagrario quedaban solamente ocho Hostias y sin embargo todos los jóvenes pudieron recibir la Eucaristía.

Giuseppe Buzzetti, uno de los primeros salesianos que estaba allí también celebrando misa, al finalizar la celebración se descompuso de la emoción al notar que fue testigo de una “multiplicación de Hostias”.

San Bernardo de Claraval

En un momento de su vida san Bernardo fue a Aquitania para reconciliar con la Iglesia a un duque de esta provincia. El duque rehusó esta reconciliación, y mientras el santo celebraba la misa el duque lo esperaba en la puerta de la iglesia.

Después de la consagración, Bernardo se dirigió dónde estaba el duque con la Hostia en la patena y dijo al duque:

“Te rogamos y tú nos despreciaste: He aquí que ahora ha venido hacia ti el Hijo de la Virgen, el Señor de la Iglesia que tú persigues; he aquí, delante tuyo aquel juez en cuyas manos un día estará tu alma. ¿Osarás acaso rechazarlo como has rechazado al siervo? Resístele, si puedes”. De pronto, el Duque sintió que sus piernas se doblaban para postrarse a los pies de Bernardo, quien le ordenó alzarse para escuchar la sentencia de Dios. El Duque se alzó tembloroso y siguió todo aquello que Bernardo le ordenaba”.

Santo Tomás de Aquino

Cuando santo Tomás se encontraba como profesor en París, surgió una acalorada discusión entre los profesores sobre el tema de la Santísima Eucaristía, y pidieron al santo de explicar con claridad tantas de sus dudas.

Santo Tomás escribió las respuestas, se dirigió al Santísimo Sacramento y oró:

“Señor Jesús, verdaderamente presente y admirablemente operante en este Sacramento, yo busco aferrar tu verdad y enseñarla sin error. Por eso te suplico, concédeme una gracia: si las cosas que he escrito sobre ti y con tu ayuda son verdaderas, haz que yo pueda decirlas y enseñarlas públicamente. Si, en cambio, hay algo que no es afín con la verdad revelada y es ajeno al misterio de este Sacramento, impídeme que yo proponga aquello que podría desviar de la Fe católica”.

En ese momento también se encontraban en la iglesia Fray Reginaldo, su secretario y otros hermanos, todos ellos fueron testigos de lo que luego sucedió: Apareció Jesús que, indicando sus escritos, dijo: “has escrito bien sobre este Sacramento de mi Cuerpo y bien y según la verdad has solucionado la cuestión que se te ha propuesto en la medida en que un hombre puede comprender y definir estas cosas mientras

San Gerardo Maiella

Gerardo venía de una familia muy pobre y cuando era niño muchas veces iba a la capilla de la Virgen en Capodigiano cuando pasaba hambre, porque allí el Niño Jesús lo alimentaba con  pan blanco.

A la edad de ocho años supo que la Eucaristía que los fieles recibían en la iglesia era Jesús y trató de obtenerla, pero la Comunión fue negada por su corta edad.

Esa misma noche, se le apareció el arcángel Miguel para ofrecerle la Eucaristía.

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