—Soy separada, y me siguen pesando los errores que cometí durante mi vida junto a mi marido, por lo que vivo con tanto resentimiento, que no he podido evitar hacer daño a mis hijos al hablarles mal de su padre, se expresaba en consulta con amargura una joven señora.
Tratando de superarlo, he pedido a Dios que me enseñe a reconciliarme con mi pasado, mas no lo he podido lograr, y me siento muy frustrada.
—La comprendo, y lo cierto es que su actitud de reconocer y enfrentar el problema le da muchas posibilidades de encontrar la mejor de las respuestas.
Sucede que, algunas personas tienen heridas que ellas mismas se han provocado, o se las han causado otras personas y, erróneamente, se niegan a reconocerlas, contándose a sí mismas su propia historia, en un guion en el que estas no aparecen, pensando que, al ignorarlas, se curarán de alguna manera.
Afortunadamente ese no es su caso —le afirmé con tono esperanzador.
Separar el oro
A propósito, le contaré de una persona que compró un anillo hecho de una aleación de oro con otros metales. Decidió entonces llevarlo al orfebre, quien, en un proceso, separó el oro de los otros metales, haciendo un delicada y fina joya.
Las personas somos como ese anillo. Nuestras cualidades, muchas veces se encuentran mezcladas con nuestros defectos, errores y culpas, lo que nos provoca una complejidad psicológica, que nos confunde, y hace daño.
Sin embargo, también existe una manera de separarlos.
Esto se logra tomando distancia de todo lo desordenado que hubo y existe aún en nuestra vida. Lo podemos hacer trazando una línea divisoria, entre lo bueno de nuestras acciones, y lo malo de nuestros errores y culpas morales, para así, separar el oro puro.
Le hablo de un acto de su libertad, por el que usted puede reconciliarse con su presente y luego hacerlo con su pasado.
La ayuda de Dios en el presente
—¿Reconciliarme primero con mi presente?
—Pasa que, como solo el presente nos pertenece, Dios solo nos puede ayudar en el aquí y ahora de cada instante. Un tiempo en el que podemos encontrarnos con Él, aceptando todo lo vivido como algo útil, porque nos permitió encontrarlo y… donde Él se encuentra, no falta nada.
De Él aprendemos que del pasado no podemos cambiar ni un ápice, así que no tiene sentido tener el recuerdo de las cosas de las que nos arrepentimos, diciéndonos: “Debería haber hecho esto, o aquello”. Nos enseña que debemos aceptar nuestra historia, tal como es, para ponerla en sus manos, y darle vuelta de una vez y para siempre, a esa página de nuestra vida.
Y dejar que sea Él el divino orfebre que puede hacer de nuestro oro una fina joya.
Si lo piensa bien, no hay nada que se lo impida.
Para provocar que sucedan las cosas buenas
Luego, con el mazo dando y a Dios rogando, por lo que para provocar que las cosas buenas sucedan, haga una lista de todo lo que puede hacer, que le resulte gratificante, y, sobre todo, que le ayude a desarrollar virtudes.
Puede ser un nuevo trabajo, amistades, un deporte, mejorar hábitos y más… tal como si fuese un ciego que de pronto recupera la vista, o como si volviese a nacer después de una grave enfermedad o un accidente, tras lo cual se valora la vida con profundo agradecimiento.
Sobre todo, cada día propóngase superar su relación con Dios y con sus hijos.
Sanarán así muchos resentimientos, culpas, complejos…
Dios nos entrega el presente para poner los pies en la tierra y el corazón en el cielo, en un verdadero contacto con una realidad que nos permita reconstruirnos y volver a ser felices.
Por Orfa Astorga de Lira
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